Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Revolver el cole
Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios
Estos días cercanos al comienzo del curso escolar creo que somos muchas las madres y los padres que sentimos esa incertidumbre del inicio de las clases, de cómo será este regreso después de tanto tiempo, con todos esos “escenarios” posibles, las mascarillas en las aulas, las entradas y salidas escalonadas, ese no poder compartir almuerzo, materiales, cercanías. ¿Creéis que la Administración está dotando de los medios necesarios para que todos los centros tengan el personal suficiente y el espacio necesario para poder cumplir las medidas que se están, a la vez, exigiendo?
Estoy segura de que estas preguntas son similares entre el profesorado que va a estar conviviendo con los niños y niñas y que ya se está movilizando para exigir más contrataciones para poder atenderles en mejores condiciones. Este regreso a los coles no puede planificarse solo con protocolos (aunque el papel lo aguante todo). Difícilmente se podrá llevar a cabo en las aulas si no se cuenta con los profesionales y los espacios adecuados. No se están contratando bastantes profesores y personal de apoyo para dar respuesta a la complejidad de la situación actual, y ahí es donde habría que poner el acento, en enfocar las inversiones hacia la educación o la cultura que son procesos a largo plazo y no tanto al cortoplacismo de siempre.
¿Quién no se ha hecho preguntas en estos últimos meses? Este virus nos ha acercado al ejercicio filosófico más que nada últimamente, a una filosofía viva, de la que plantea preguntas que tienen que ver con su tiempo y con la vida de las personas. A la hora de (re)pensar esta vuelta a las aulas, hay algunas ideas que me gustaría compartir que, a modo de reflexiones, y que me acompañan estos días. La primera de ellas surge de la lectura de la transcripción del coloquio de Amador Fernández-Savater en el espacio La Atenea en Madrid el pasado mes de julio. Plantea la necesidad de compartir dudas y preguntas para responder de forma conjunta a la incertidumbre que nos genera este mundo después de la pandemia, sin tener miedo de inventar otras formas de hacer las cosas, de exponerlas, de buscar alternativas, de mirar a través de las grietas del sistema. En sus propias palabras: “Como nunca, este presente nos exige un esfuerzo de invención. Si no hay invención, vamos a vivir tristemente en una realidad devaluada, que va a ser lo mismo, pero menos. A no ser que creemos otra realidad, que no sea igual a la anterior, sino que sea distinta y más”.
Es el momento de encauzar la incertidumbre, de encontrar formas de organizarse en común para vivir una vida compartida, donde no nos quede solo la productividad neoliberal y sus tareas imperativas como se quedan los posos del café en una taza. Una vida que pueda seguir siendo vivida desde los cuerpos que comparten y conviven, desde el encuentro y desde una política domestizada, que ponga la vida cotidiana en el centro del hacer y pensar político. Cómo repensar la vuelta al cole es también una ocasión para replantear e inventar nuevas formas de organizarnos sin perder la presencialidad, sin olvidarnos de ese estar juntos.
La segunda cuestión que me gustaría compartir tiene mucho que ver con las 'escuelas bosque'. No voy profundizar en el concepto en sí (hay una amplia bibliografía para aquellas personas interesadas en conocer más sobre este tipo de educación en la naturaleza, en Cantabria la asociación En-boscados hace un gran trabajo que os invito a conocer) pero sí me gustaría traerlo a nuestro imaginario. Quizás lo que yo quiera expresar no tiene tanto que ver con una escuela-bosque entendida como concepto cerrado, sino más bien con la posibilidad de salir de las aulas y de que ese gesto pueda ser también mental. Si bien cambiar de lugar no tiene por qué suponer un cambio en nuestra manera de mirar las cosas o nuestro enfoque, creo que es siempre interesante hacer el ejercicio de cambiar de perspectiva para ver cómo se ve esa realidad desde otros prismas.
En ese proceso de reinventarse en común, de pensar nuevas formas de hacer, la educación fuera de las aulas puede contribuir, por un lado, a habitar espacios al aire libre y, por otro lado, suponer un aliciente para muchas áreas de conocimiento. ¿Y si hace “malo” y llueve? ¿Y si hace frío? Precisamente se trata de eso, de no pensar que el hecho de que llueva o haga frío sea que hace “malo”. Decía la madre de una amiga: “No hay mal tiempo, sino ropa inadecuada”. Esto no quiere decir que cuando llueva a jarros pongamos a los niños a remojo, sino quizás entender que la lluvia no tiene por qué ser un impedimento para estar al aire libre. Mojarse bajo la lluvia y saltar en los charcos también es educación, aprendizaje, diversión, juego. Todos ellos, aspectos muy necesarios en la vida de los más pequeños. Permanecer en espacios abiertos permite que los niños y niñas desarrollen su psicomotricidad y comiencen a relacionarse con su entorno más cercano de forma temprana. Y todo esto no es incompatible con la lectoescritura, por cierto.
Este proceso de aprender fuera de las aulas no es nuevo, hay experiencias en otros países como Suecia o Reino Unido, normalmente asociadas a las primeras etapas educativas. ¿Y si nos planteamos que estar todo el tiempo “dentro” (física y mentalmente) del aula no es el único espacio pedagógico posible? Podemos compaginar tiempos en las aulas con tiempos en espacios exteriores cercanos que, lógicamente, variarán según el colegio y su ubicación (patios, calles, playas, bosques, parques, huertas, barrios, dehesas, prados, mercados…) donde los niños y niñas puedan relacionarse con el medio natural, social y cultural de sus entornos y habitarlos de otro modo, más allá de sus propios contextos familiares. Esto dotaría de otros sentidos al propio espacio público, sin olvidar que este es también producto de desigualdades y conflictos, por lo que su ocupación física implica también la construcción social de un lugar habitado, practicado, de un espacio relacional, comunicacional, donde la presencia de los cuerpos importa, más aún ahora.
Imagino una escuela sin muros (sobre todo mentales), donde el conocimiento no esté enclaustrado, donde no se pierda el tacto con la vida y sus dilemas. Donde se pueda leer debajo de un árbol y aprender ciencias sociales yendo a la compra, una escuela donde no importe tanto el qué sino el cómo. Una escuela que fomente un conocimiento transdisciplinar sin prejuicios, donde se tengan en cuenta maneras muy diferentes de hacerse preguntas y de responderlas.
Imagino una escuela donde los niños y niñas puedan salir a pasear por los senderos de la costa mientras aprenden sobre la mar y sus literaturas, donde se escuche el oleaje y se sueñen viajes desde sus casas, aunque vivan tierra adentro. Una escuela donde los niños y niñas no tengan que estar todo el rato sentados. Imagino una escuela donde se observe el entorno más cercano y se aprenda de la diversidad de otras latitudes, de las formas de hacer de otros lugares. Una escuela que no tema a las personas autodidactas, que entienda que no todas las formas de aprendizaje pasan por sus aulas, que hay muchas pedagogías y no todas tienen por qué encontrarse en un programa de una consejería o de una universidad. La educación es esa herramienta que debería de dar la oportunidad de situarse en otro lugar distinto a lo que uno trae puesto de casa. Imagino una escuela (y un instituto y una universidad) que no confunda rigor con disciplina, que no se reduzca a un trámite, a un título, a un negocio, a una nota, a una repetición de conceptos, a un mero ejercicio de poder.
¿Podremos imaginar juntos un ecosistema cultural habitable, desde el que articular las necesidades educativas, psicosociales y emocionales de los niños y niñas? En esta tarea creo que nadie tiene las respuestas correctas, ni se puede resumir la vida en un protocolo o en las opiniones de los expertos. Ese pensar compartido es aprender a mirar a través de las grietas del sistema para inventar nuevas maneras de vivir juntos.
Y los niños y niñas ¿qué piensan de la vuelta al cole? ¿Qué anhelos tienen? ¿Y qué temores? Habría que contextualizar cada caso personal, repleto de historias familiares y de matices, seguro que obtendríamos respuestas muy diversas que nos hablarían de singularidades. La tercera de las cuestiones -y no por ello la menos importante- es una conversación con mi hija Candela de 6 años sobre la vuelta al cole. Os relato parte de ella, es un pequeño gesto que ha de ser entendido simplemente como un ejemplo más de voz infantil, entre otras muchas voces, de las que se oirán estos días en muchas de nuestras casas y que creo que merecen toda nuestra atención.
-Candela, ¿te apetece volver al cole?
Sí, sobre todo a ver a Manuela y que venga a casa para comer espaguetis a la boloñesa, que es su comida preferida.
-¿Hay algo que te de miedo de volver al cole?
Sí, un poco… porque no podré guardar la distancia con los compañeros.
-¿Por qué crees que no podrás?
Porque me gusta darles besos y abrazos, sobre todo a Manuela, que es mi mejor amiga.
-¿En tu cole hacéis actividades al aire libre?
A veces vamos al parque a dar clase y también a la playa. Y en las excursiones.
-¿Te gusta dar clase al aire libre?
Sí, mucho.
-¿Recuerdas cuando subíamos a “dar clase” a la dehesa de al lado de casa?
Sí, fue cuando encontré la pluma de urraca.
-Sí, lo recuerdo. ¿Aprendes cosas cuando salimos a dar paseos?
Aprendo cosas sobre la naturaleza como nombres de árboles... a distinguirlos por las hojas: avellano, roble, haya, espino… oigo cantar al cuco, la cigüeña, las ranas, los campanos, los zumbidos de las abejas…
-¿Te gustaría que en tu cole hubiera más clases al aire libre?
Sí.
-¿Por qué?
Porque el aire libre es muy bueno para respirar, los árboles nos dan ambiente.
-¿Ambiente?
Ambiente, que huelen bien. Que nos dan respiración. El aire fresco es muy bueno, la verdad… porque es bueno estar fuera. Hay muchos juegos: puedes jugar al escondite, al pilla pilla, a hacer comiditas con las plantas, buscar tréboles de 4 hojas, buscar caracoles, intentar coger saltamontes... Puedes jugar a muchas cosas.
-¿Y con esos juegos puedes aprender cosas como en el cole? ¿A sumar por ejemplo?
Sí. En otoño sumando hojas que se caen de los árboles, en primavera sumando pétalos de flores y en invierno... contar las pisadas en la nieve. En verano… en verano lo que más me gusta es ir a la playa y darme un chapuzón.
-Oye, ¿qué te parece la mascarilla?
La mascarilla me parece mal porque se me empañan las gafas, me da cosquillas y se llena de mocos. Hay tres cosas que no me gustan este año: mascarillas, lo de la distancia y el virus.
-¿Te gustaría que las clases fueran en el bosque, en la playa o en la huerta, por ejemplo?
Sí, llevaría un cuaderno para escribir lo que veo y podríamos leer debajo de un árbol.
-¿Te preocupa que llueva, que nieve o que haga frío para salir a la calle a dar clase?
No, porque llevaría un jersey y un buzo de nieve. Y también botas de nieve. Los paraguas son un rollo, cuando llueve en el cole salimos a saltar en los charcos y no pasa nada.
En cualquier caso, como nos recordaba hace unos días en uno de sus artículos Antonio Maestre: “Llega un septiembre lleno de incertidumbres y con una única certeza: que, si estamos mal, es por tu culpa”.
Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios
Estos días cercanos al comienzo del curso escolar creo que somos muchas las madres y los padres que sentimos esa incertidumbre del inicio de las clases, de cómo será este regreso después de tanto tiempo, con todos esos “escenarios” posibles, las mascarillas en las aulas, las entradas y salidas escalonadas, ese no poder compartir almuerzo, materiales, cercanías. ¿Creéis que la Administración está dotando de los medios necesarios para que todos los centros tengan el personal suficiente y el espacio necesario para poder cumplir las medidas que se están, a la vez, exigiendo?