Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El Supremo amplía la investigación de los correos de la pareja de Ayuso
La Generalitat reconoció por escrito que el seguimiento de ríos es su responsabilidad
Opinión - Lobato, en su laberinto. Por Esther Palomera

Tejiendo redes

Hay artículos que cuesta escribirlos; se te enganchan en el alma y te dejan un regusto amargo en la boca que no desaparece en varios días. Y otros que se escriben solos, con una sonrisa empujando los dedos, mientras estos aletean golpeando teclas. El de hoy es de esos últimos.

En estos tiempos de pandemia y caos asistimos a situaciones dolorosísimas, pérdidas humanas incalculables y un destrozo en lo económico y lo social como nunca antes habían vivido varias generaciones de nuestro país. Vemos actitudes miserables, y no solo por parte de un sector político que se lanza sobre los muertos como carroñeros, sino también actitudes individuales que nos hacen renegar de cualquier parentesco humano con quienes las llevan a cabo. Sobre eso prefiero no escribir. Aun confinada no tengo tiempo para perderlo llenándome la garganta de bilis, ni letras que perder en miserias que conducen a poco.

Por eso escribo sobre redes, tejidas al calor de la necesidad, por supuesto, pero también de la grandeza de muchos que a veces se mide en las pequeñas cosas. Son redes cosidas a base de esfuerzo, solidaridad, entendimiento y olvidos. Esos olvidos que son necesarios para que el bien común prime por encima de los egos y de las cosas que nos separaban antes de que el mundo se parase.

Esas redes se han hilvanado de prisa, atando nudos en cada pequeño rincón de esta comunidad, con llamadas de teléfono, mensajes de texto y avisos pegados en las paredes de los pocos comercios que aún pueden seguir abiertos. Y a pesar de esa improvisación, necesaria cuando los tiempos apremian y tantas personas que se encuentran en situación precaria necesitan del apoyo de administraciones colapsadas o inanes, han funcionado como un reloj. La Red Cántabra de Apoyo Mutuo ha coordinado cientos de acciones, pequeñas en su individualidad pero enormes en su conjunto, como la entrega de más 2.500 equipos de protección, el acompañamiento psicológico o la ayuda a dependientes.

Si cada voluntario y voluntaria cuenta en esa maquinaria, yo quiero poner el foco en una pequeña parte del engranaje, diminuta quizás, tan importante e indispensable como el resto. ¿Quién fabrica esos sistemas de protección que se están repartiendo? ¿De dónde salen? Probablemente de la casa de al lado, donde día y noche se oye el sonido de una máquina de coser.

Que vivo en un pueblo no es ninguna novedad para las personas que de vez en cuando se pasan por este espacio para leerme. Una forma de habitar militante, concienciada con esos pequeños núcleos rurales que amenazan con extinguirse. Y en mi pueblo hay un barrio, aún más pequeño y subido en un alto –con unas vistas espectaculares sobre el parque natural de las marismas de Santoña, Victoria y Joyel, que todo hay que decirlo– llamado Seña. Allí viven unas 300 personas y varias de ellas cosen sin descanso para que todas tengamos mascarillas: Mónica, Inés, Conchi, Isabel, Sarito y dos Marisoles. Y la que fue alcaldesa pedánea, Beatriz San Miguel, se encarga de entregar a quien sea necesario las mascarillas elaboradas.

Ocho mujeres que, con la única ayuda de sus manos, sus máquinas y la férrea voluntad de ayudar a otras, han fabricado unas 3.000 mascarillas en sus casas. También han hecho un video para que veamos qué producto están elaborando de manera totalmente altruista, porque en esto de la protección no todo vale como se está viendo, y cada día recibimos nuevas recomendaciones, a veces contradictorias con las anteriores, a medida que se conoce más sobre la COVID-19 y las formas de propagación del virus.

Así que sí, prefiero escribir sobre esta gente. Y sobre mis vecinas, por qué no. A las que veo cada día a las ocho de la tarde cuando salgo a mi balcón, casi todas personas mayores, muchas de ellas solas. Es curioso esto de los balcones. Lo que empezó siendo un reconocimiento al trabajo de los sanitarios se ha convertido en un ritual en el cual nos aplaudimos a nosotras mismas por estar vivas, hablamos de cómo nos ha ido hoy, nos sonreímos y nos abrazamos de balcón a balcón con los ojos y nos despedimos hasta el día siguiente. Sé que ellas quieren verme y ellas saben que yo a ellas también; quiero comprobar que están bien, que las mascarillas de Seña que las llevé no pican y que si necesitan algo, la red que estamos tejiendo entre tantas seguro que lo encuentra. Hay cosas por las que merece la pena aplaudir.

Hay artículos que cuesta escribirlos; se te enganchan en el alma y te dejan un regusto amargo en la boca que no desaparece en varios días. Y otros que se escriben solos, con una sonrisa empujando los dedos, mientras estos aletean golpeando teclas. El de hoy es de esos últimos.

En estos tiempos de pandemia y caos asistimos a situaciones dolorosísimas, pérdidas humanas incalculables y un destrozo en lo económico y lo social como nunca antes habían vivido varias generaciones de nuestro país. Vemos actitudes miserables, y no solo por parte de un sector político que se lanza sobre los muertos como carroñeros, sino también actitudes individuales que nos hacen renegar de cualquier parentesco humano con quienes las llevan a cabo. Sobre eso prefiero no escribir. Aun confinada no tengo tiempo para perderlo llenándome la garganta de bilis, ni letras que perder en miserias que conducen a poco.