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No tan unidos... pero sí podemos

Hace unos días tuvimos la suerte en Santander de compartir conversa e ideas con Amaia Pérez Orozco. El feminismo de Amaia, poliédrico, decolonial, económico,  y resistente anima a pensar en una nueva sociedad, en unas vidas en común que merezcan la pena ser vividas porque estarán desmonaterizadas y regidas por la dignidad y la convivencia. Es una utopía, quizá sí, pero como le recordaba una lideresa latinoamericana a Amaia Pérez Orozco, las europeas debemos volvernos a permitir pronunciar esa palabra (utopía) para comenzar a construirla.

No soy una persona optimista: tengo demasiada información y demasiado contacto con la realidad como para serlo. Pero sí soy un defensor a ultranza de la (s) utopía (s). De no serlo, hace tiempo que habría apostado por una cabaña en un valle remoto donde hacerme soberano de mi mismo y olvidar lo común como espacio de disputa de mi (nuestro) futuro. La (s) utopía (s) responde a la necesidad de pensar en una nueva sociedad que sustituya a la civilización eurooccidental, en una crisis tan profunda que la hace terminal. La civilización agonizante, marcada por el capitalismo, el heteropatriarcado (eso que tanto molesta a los locutores de la derecha rancia) y la colonialidad, nos explicaba Amaia, se ha convertido en una “cosa escandalosa” que atenta contra nuestras vidas de diversa forma y en diversa intensidad.

Hoy no escribo de esa (s) utopía (s), que se siembra y se hace crecer en los difusos y periféricos espacios del contrapoder. Sino de la respuesta de emergencia a la “cosa escandalosa”. No se puede estar sólo en una de esas batallas. Boaventura de Sousa Santos ya escribía hace mucho tiempo que la lucha es paralela: hay que estar en la resistencia a las urgencias y hay que estar en el cambio civilizatorio.

La “cosa escandalosa” comienza a ser insoportable. Deja pocas grietas por las que defender (se) en común y por eso toca, aunque sin estar convencidos al 100%, defender lo político, las opciones políticas. Como señala Achille Mbembe en una entrevista imprescindible en eldiario.es, “el gobierno privado indirecto a nivel mundial es un movimiento histórico de las élites que aspira, en última instancia, a abolir lo político. Destruir todo espacio y todo recurso -simbólico y material- donde sea posible pensar e imaginar qué hacer con el vínculo que nos une a los otros y a las generaciones que vienen después”.

Quizá porque hay que resistir a esta estrategia, he pasado de una abstención “justificada” en las anteriores elecciones generales a, justo antes de tomarme un exilio temporal “justificado”, votar por correo en este 26J. Hago público mi voto como hice pública mi abstención: mis papeletas están marcadas en las casillas de Unidos Podemos. No porque crea que esta UTE electoral nos va a sacar de la “cosa escandalosa”, sino porque, al menos, puede suponer un freno temporal a la arremetida del gobierno privado indirecto. Unidos Podemos es una máquina electoral de programa difuso y capacidades limitadas, pero no es, como los otros tres partidos en liza, la extensión directa y bárbara de la “cosa escandalosa”. Aunque no estén tan unidos (estamos mayores para el mito de la unidad de las izquierdas), Podemos, IU y las confluencias varias son una mancha de grasa en el tapiz de juego en el que otros deciden sobre nuestras vidas y, ante todo, sobre nuestras muertes.

Animo pues a movilizarse para tratar de desalojar a la obscena alianza del terror del poder, aunque eso no signifique que yo sea tan ingenuo para creer que Podemos (la formación líder de la UTE que antes no era de izquierdas ni de derechas, después fue de izquierdas, ahora es socialdemócrata y algo zapaterista) nos vaya a llevar de la mano al país de la cucaña. Pienso, desde mi pesimismo crónico, que sea cual sea el resultado electoral, las élites infectas de este país (las que dan premios a criminales de guerra, las que nos roban en la cara sin inmutarse, las que por las mañanas venden armas a Arabia Saudí y en la tarde van a conferencias sobre democracia...) no van a dejar en esta vuelta que gobierne un advenedizo. Pero también creo que cuantos más votos se logren para Unidos Podemos mayor será el miedo que recorrerá las venas cerradas del poder. Es ahí, instalando el miedo en ellos y recuperando la rebeldía para nosotras, donde tenemos alguna opción.

Mi voto está en el correo y yo casi estoy en un avión. A partir de la próxima semana esta columna ya no será y mis fantasmas particulares podrán descansar de estas palabras que tan poco daño han logrado hacerles. El alcalde de Santander podrá pilotar la ciudad desde la sala del Gran Hermano que le ha encargado a Indra, el delegado del Gobierno podrá agotar sus últimas semanas en el cargo identificando a la gente digna para luego poner un par de sanciones, la Fundación Botín podrá seguir modelando la “inteligencia creativa” de nuestros vástagos y los padres y madres de los mismos podrán seguir visitando en masa a los siquiatras en busca de la felicidad en pastillas... Serán otros los que pongan la bala de la pluma donde amerite. Cedo mis cesiones y me apropio de mi silencio. ¡Ah! Y os animo a la complicidad con los pocos medios que resisten a la voz tediosa y malintencionada de los de siempre: sin ellos, sin los resistentes del periodismo, no hay megáfonos para nuestras resistencias.

Hace unos días tuvimos la suerte en Santander de compartir conversa e ideas con Amaia Pérez Orozco. El feminismo de Amaia, poliédrico, decolonial, económico,  y resistente anima a pensar en una nueva sociedad, en unas vidas en común que merezcan la pena ser vividas porque estarán desmonaterizadas y regidas por la dignidad y la convivencia. Es una utopía, quizá sí, pero como le recordaba una lideresa latinoamericana a Amaia Pérez Orozco, las europeas debemos volvernos a permitir pronunciar esa palabra (utopía) para comenzar a construirla.

No soy una persona optimista: tengo demasiada información y demasiado contacto con la realidad como para serlo. Pero sí soy un defensor a ultranza de la (s) utopía (s). De no serlo, hace tiempo que habría apostado por una cabaña en un valle remoto donde hacerme soberano de mi mismo y olvidar lo común como espacio de disputa de mi (nuestro) futuro. La (s) utopía (s) responde a la necesidad de pensar en una nueva sociedad que sustituya a la civilización eurooccidental, en una crisis tan profunda que la hace terminal. La civilización agonizante, marcada por el capitalismo, el heteropatriarcado (eso que tanto molesta a los locutores de la derecha rancia) y la colonialidad, nos explicaba Amaia, se ha convertido en una “cosa escandalosa” que atenta contra nuestras vidas de diversa forma y en diversa intensidad.