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Unión Soviética... Uhhhh

“No es de derechas, es de lo que haga falta”, le dijo Pablo Iglesias a Pedro Sánchez sobre Albert Rivera, y uno enseguida buscó a Miguel Ángel Revilla en el streaming de El País pensando que el regionalista había sustituido al más español de los catalanes. Fue un debate de trajes feos, camisas arrugadas y tuteos, con un socialista enfadado que miraba a la cámara como Joaquín Prat en El Precio Justo. Por momentos, el surrealismo del ambiente recordó a la escena de la cola del cine de Annie Hall, que comienza con un tipo analizando la influencia de Federico Fellini y termina con Woody Allen hablando con Marshall McLuhan; sólo una diferencia: Antonio Caño no fue capaz de mostrar un solo plano de Mariano, quien ya ha aceptado que su hijo fue más sincero en diez segundos de Tiempo de Juego que él mismo en toda una legislatura.

El debate, lo mejor que ha hecho El País desde las Historias del Calcio de Enric González, dejó varias conclusiones: que Trinidad Jiménez no forma parte del Consejo de Administración de Telefónica, que el estilista de Albert Rivera debe buscar trabajo en El programa de Ana Rosa y que Íñigo Errejón nunca será Jon Favreau, además de reafirmar ese axioma democrático que proclama que cualquiera puede llegar a ser presidente.

Pablo Iglesias, más ducho en la confrontación televisiva, ganó sin demasiadas complicaciones, manteniendo su discurso hegeliano e introduciendo el miedo en el cuerpo a un Pedro Sánchez que por pudor digital no tembló cuando escuchó las dos palabras más malditas para un socialista post Suresnes: Unión Soviética. Sin embargo, aportó un dato esencial para el futuro de España –“en 1978 no había internet”, dijo–, mientras continúa pensando que el 20-D se ganará en casa de Bertín Osborne (si así fuera tendría que pactar con Pablo Motos para poder enviar a Carlos Herrera a la oposición).

No parece un acto de inteligencia política reclamar el legado de las últimas legislaturas del PSOE como catalizador para convertirse en presidente del Gobierno, pero ese fue el hilo elegido por Pedro Sánchez, además de tratar de arrinconar en la derecha a Rivera sin atreverse a llamar rojo a Iglesias. El catalán, amarillo, movía las manos de una forma histriónica, con cierto deje cómico, al tiempo que Iglesias fruncía el ceño buscando con ansiedad una cámara, como si la redacción de El País fuera El diario de Patricia. “Pedir el voto es vieja política”, espetó a la pantalla para finalizar el candidato de Podemos. Le faltó decir que pedir el voto es de obreros, pero a esas alturas del debate todos los espectadores ya sabían que el centro era de Pedro Sánchez.

“No es de derechas, es de lo que haga falta”, le dijo Pablo Iglesias a Pedro Sánchez sobre Albert Rivera, y uno enseguida buscó a Miguel Ángel Revilla en el streaming de El País pensando que el regionalista había sustituido al más español de los catalanes. Fue un debate de trajes feos, camisas arrugadas y tuteos, con un socialista enfadado que miraba a la cámara como Joaquín Prat en El Precio Justo. Por momentos, el surrealismo del ambiente recordó a la escena de la cola del cine de Annie Hall, que comienza con un tipo analizando la influencia de Federico Fellini y termina con Woody Allen hablando con Marshall McLuhan; sólo una diferencia: Antonio Caño no fue capaz de mostrar un solo plano de Mariano, quien ya ha aceptado que su hijo fue más sincero en diez segundos de Tiempo de Juego que él mismo en toda una legislatura.

El debate, lo mejor que ha hecho El País desde las Historias del Calcio de Enric González, dejó varias conclusiones: que Trinidad Jiménez no forma parte del Consejo de Administración de Telefónica, que el estilista de Albert Rivera debe buscar trabajo en El programa de Ana Rosa y que Íñigo Errejón nunca será Jon Favreau, además de reafirmar ese axioma democrático que proclama que cualquiera puede llegar a ser presidente.