Como muchos enfermos terminales en Cantabria, Óscar sabía que iba al Hospital de Santa Clotilde a morir. “Me lleváis a la Avenida de la Guadaña”, indicó a su mujer y a su hijo en tono jocoso cuando supo de su traslado. El nombre del centro solo era un preludio de lo que encontrarían dentro: directores espirituales, crucifijos encima de las camas o enfermeras-monjas que se iban a misa y dejaban de atender a sus pacientes; el infierno para cualquier ateo.
El Servicio Cántabro de Salud estableció en el año 2003 un concierto con el Hospital Santa Clotilde en el que, además de otros servicios, se reservaban 30 camas para pacientes de cuidados paliativos que vinieran de la sanidad pública. Este fue el caso de Óscar, que, tras ser diagnosticado de un tumor cerebral y haber recibido quimioterapia en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, fue enviado al centro sanitario religioso para pasar sus últimas semanas.
El Programa Integral de Atención Paliativa de la Consejería de Sanidad indica entre sus páginas que el objetivo del mismo es “mejorar la calidad de vida de todos los pacientes de acuerdo a sus necesidades y respetando su autonomía y valores”. Aunque para la familia de Óscar, y para él mismo, la parte de los valores fue “totalmente omitida”, ya que sus creencias eran las que le marcaban que debía morir igual que vivió: totalmente alejado de la religión.
Su hijo relata a eldiario.es cómo vivieron el traslado y recuerda con nitidez el día en el que llegaron a este hospital “del siglo pasado”. “Nos dieron la típica hoja de derechos y deberes del paciente y entre los deberes se encontraba respetar la religiosidad del centro. Después llegó un 'director espiritual' que preguntó a mi padre si era religioso, lo que me pareció vergonzoso porque no entiendo qué tienen que ver tus creencias con tratar una enfermedad”, afirma.
Para esta familia, la aconfesionalidad del Estado, así como la independencia ideológica de los servicios públicos, no ha sido respetada. “El foco del problema radica en que la sanidad pública no te da más opción que acudir a un hospital católico privado. Y si a esto le sumamos el hecho de que mucha gente va allí a morir, me atrevería a catalogarlo como una falta de respeto hacia el ciudadano”, argumenta indignado el hijo del enfermo.
El rechazo del traslado a domicilio y las alternativas
Pero, ¿qué debería ocurrir cuando un servicio público pasa en forma de concierto a un hospital privado? ¿El paciente continúa con su derecho, recogido en la Constitución, a tener plena libertad religiosa? ¿O pasa a tener que respetar la idiosincrasia de ese hospital? En este caso la tercera cuestión se convirtió en afirmación y Óscar tuvo que pasar sus últimos días en un entorno religioso por no encontrar alternativa.
El traslado al domicilio fue una de las primeras ideas que barajó la familia, pero no pudo realizarse debido a un empeoramiento severo de la enfermedad. “Era recomendable no trasladarlo puesto que la atención médica se la podían proporcionar mejor en el hospital que en casa, lo intentamos desde el principio porque era la voluntad de mi padre”, cuenta Óscar hijo.
Para él, es “comprensible” entender que hospitales así existan “porque sigue habiendo muchas personas que creen en la Iglesia”, pero lo que se plantea es el concierto con un hospital de estas características. “No te dan alternativa. Como ciudadano, creo que tengo derecho a unos cuidados, en caso de tener una enfermedad grave, sin tener que ver todos los días un crucifijo en mi cabeza. El que lo quiera que lo financie por su propio bolsillo, no por la Administración”, sostiene.
Ateísmo, falta de personal y otras deficiencias
Diferentes estudios apuntan que en torno al 30% de los españoles se declara ateo, por lo que esta problemática ocurrirá cada vez con más frecuencia en centros hospitalarios que tengan conciertos con clínicas privadas y religiosas. El asunto se complica aún más en el caso de creyentes de otras religiones.
De momento en el Hospital de Santa Clotilde el panorama sigue siendo el mismo. Los crucifijos siguen asomando por los rincones del centro y la religión sigue siendo “el centro” de la vida del hospital. “Una enfermera, que no era monja, nos comentó que para el personal religioso lo principal eran los rezos, y después ya iban los pacientes. Incluso afirmó que, en algunos casos, dejaban de atender pacientes para ir a misa, y después ya se pasaban”, asegura.
Esta misma enfermera comentó que la situación es de “saturación total”. “Nos dijo que el ratio de pacientes por enfermero es de 35 en el día y 55 por la noche, cuando en Valdecilla rondan los 8 de día y los 12 por la noche. Es decir, están haciendo algo totalmente inabarcable”, denuncia el hijo del paciente.
Esta será otra de las razones por las que Óscar presentará una queja próximamente. “Es un hospital bastante precario, sobre todo en lo que respecta a falta de personal. La enfermera nos lo confirmó, pero nosotros lo estábamos viendo. Hubo un par de situaciones muy complicadas e incluso de mal trato en las que se desatendió a mi padre por completo”, sostiene.
Óscar padre finalmente falleció en un entorno “incompatible” con las libertades que defendía, pero tanto su hijo como su mujer desean que este problema deje de existir. “Todos tenemos derecho a una sanidad pública de calidad y a tener unos cuidados paliativos en los que te den una alternativa a estar en un centro privado religioso, es una cuestión de justicia social”, concluye.