Que la historia puede servir de lección para aprender y no cometer los errores del pasado es una consigna ampliamente extendida. Sin embargo, a veces ocurre lo contrario, que un precedente histórico supone un ejemplo a seguir, un espejo en el que mirarse para afrontar un escenario que se plantea similar a otro que tuvo lugar años atrás. Y es que quienes se oponen a que Cantabria se convierta en la 'Ibiza del norte', y llevan semanas alertando de las consecuencias de que esto ocurra por los planes urbanísticos previstos en la costa cántabra, pueden echar la vista a un episodio histórico y muy relevante como fuente de inspiración para afrontar la resistencia vecinal que ahora pretenden impulsar.
La manifestación organizada para el próximo sábado 18 de mayo contra las intenciones de una promotora inmobiliaria de construir un macrocomplejo turístico en el municipio de Ribamontán al Mar, concretamente en una amplia área natural entre Loredo y Langre, junto a algunas de las playas más atractivas de la zona, tiene un claro paralelismo con la movilización social que se produjo también en Cantabria en los años 80 para salvar el Parque Natural de Oyambre.
Este 'santuario' natural, enmarcado entre Comillas y San Vicente de la Barquera, con sus dunas, marismas y bosques caducifolios, se convirtió en el campo de batalla contra la especulación urbanística que amenazaba con engullir su singularidad. Entonces, fue la movilización popular la que frenó los planes que una empresa turística tenía para ese entorno, hoy considerado una de las principales joyas de la costa cántabra.
No obstante, la movilización en Oyambre no surgió de la noche a la mañana, sino que fue el resultado de un creciente descontento social frente a un desarrollo urbanístico desenfrenado que hacía peligrar ese espacio natural. “Pusimos énfasis en la excepcionalidad y singularidad de este escenario y la gente fue consciente de ello”, recuerda Emilio Carrera, entonces activista y ahora veterano miembro de Ecologistas en Acción.
Y es que el clamor por la conservación de este territorio alcanzó su punto álgido cuando las intenciones de una gran instalación turística propuesta por la entidad Playa de Oyambre S.A. se hicieron públicas. Frente a ello, la respuesta fue inmediata y contundente: una manifestación masiva en 1985, que, a pesar de las inclemencias del tiempo y la falta de transporte público, congregó a cerca de 2.000 personas en la playa. Esta concentración supuso el inicio de un movimiento ecologista más organizado y robusto, que comenzó a ganar la batalla de la opinión pública y a cuestionar las prioridades de las autoridades políticas locales.
“Hicimos llamamientos persistentes a todas las organizaciones y al movimiento ecologista, que fue fundamental en aquel momento, para que acudiesen a las manifestaciones y secundasen las protestas”, rememora Carrera en conversación con elDiario.es, resaltando que se llevaron a cabo denuncias “en todos los órganos locales, autonómicos, estatales e internacionales”.
Las etapas de la lucha en defensa de Oyambre representan un ejemplo de resistencia civil y tenacidad, desde las primeras manifestaciones hasta los actos de desobediencia civil que se sucedieron. Cada paso fortaleció la campaña y suscitó una respuesta política y social cada vez mayor, tal y como relata el colectivo Desmemoriados. Así todo, según cuenta, hubo episodios críticos y desagradables, como el vertido de hormigón por parte de los promotores del proyecto turístico sobre los activistas que se habían encadenado a las maquinarias para detener la construcción.
Asimismo, cabe destacar lo ocurrido en la manifestación del 29 de mayo de 1986, organizada por la Coordinadora de Defensa del Litoral, como uno de los acontecimientos que marcó un antes y un después en las movilizaciones. Guardias jurados y personas contratadas por la empresa Playa de Oyambre S.A., armados con palos, intentaron impedir físicamente el avance de los manifestantes, quienes pretendían proteger las dunas del ladrillo.
La situación se agravó cuando la Guardia Civil intervino, utilizando la fuerza contra los activistas, lo que se tradujo en varios heridos graves debido a los golpes, patadas y disparos de pelotas de goma a corta distancia. Según cuenta Desmemoriados, “la brutalidad de lo sucedido provocó una cascada pronunciamientos públicos apoyando la defensa de Oyambre” y posteriormente se suspendieron las licencias de construcción.
“La relación es evidente”
Así, la perseverancia de la movilización y la resistencia ciudadana tuvieron su recompensa, cuya guinda fue la declaración del área como Parque Natural (1988) y, posteriormente, el reconocimiento con el Premio Europa Nostra a la Protección del Patrimonio Arquitectónico y Natural (1989).
Ahora, casi cuatro décadas después, la historia parece repetirse. Los planes de construir 350 segundas residencias y un campo de golf en una extensa área natural entre Loredo y Langre, a 30 kilómetros de Santander, han encendido las alarmas entre los ecologistas y conservacionistas.
“La relación es evidente”, asegura Carrera, puesto que, en sus propias palabras, se trata de “espacios particularmente frágiles a cualquier iniciativa que se adopte sobre ellos”. Este veterano ecologista, que participó activamente en la movilización de Oyambre, hace un llamamiento a las generaciones jóvenes actuales y pide que “sean conscientes de los valores irrepetibles de áreas cada vez más asediadas y más convertidas en lugares de negocio urbanístico”. “Por ese negocio no dudan en sacrificar el futuro con tal de obtener las ganancias más rápidas, aunque sean las más desastrosas para las comunidades y el medio ambiente de estas zonas”, concluye Carrera.
El éxito de la movilización en Oyambre es un faro de esperanza y una guía para las actuaciones a llevar a cabo actualmente en el que se fijan los colectivos que están comenzando a movilizarse. La formación Cantabristas, en este sentido, ha hecho un llamamiento a la sociedad cántabra para que “reaccione” y “plante cara a la especulación urbanística”, evitando así “la destrucción irreversible de una parte muy importante de nuestra costa, de nuestro paisaje y de nuestra naturaleza, solo para que una promotora inmobiliaria se llene los bolsillos”.
La manifestación pretende ser un grito contra el descontrol urbanístico y, además, una afirmación de identidad, un clamor por preservar la singularidad y la belleza natural de Cantabria para sus habitantes. Con el respaldo de los éxitos pasados, sus promotores esperan replicar aquel triunfo de la década de los 80, asegurando que las voces locales sean escuchadas y que sus tierras permanezcan protegidas para las futuras generaciones.