Ruina, incumplimientos y despoblación: la comarca arrasada por Franco para construir el pantano del Ebro pide justicia
“Sucedió porque en la dictadura nadie podía levantar la voz y ni en casa se comentaban esas cosas. Pero los niños de entonces ahora tenemos libertad y ya no queremos callarnos”. Así comienza su conversación con elDiario.es Jesús Fernández Navamuel, nacido Llano, de Las Rozas de Valdearroyo, en Cantabria, que tuvo la 'suerte' de venir al mundo en 1946, un año antes de que el pantano del Ebro comenzase a construirse.
La historia de este embalse, construido en pleno franquismo por presos republicanos en régimen de esclavitud, sigue siendo desconocida a pesar de los daños que sufrieron varias generaciones de cántabros y burgaleses, y es que el pantano abarca el sur de Cantabria con Campoo de Enmedio, Campoo de Yuso, Las Rozas de Valdearroyo, y el norte de Burgos con Arija y Valdebezana. “Fue una tragedia para una comarca con un eje industrial potente. Era una zona próspera, no cuatro pueblos perdidos entre montañas”, indica Rafael de Andrés, otro natural de la zona.
Tanto Navamuel como De Andrés forman la Comisión Campurriana para la Historia del Pantano del Ebro, una organización creada en 2017 con el ánimo de dar a conocer toda la problemática que supuso el pantano “para que las nuevas generaciones no pierdan la percepción de lo que pasó” debido a las vertientes humanas, sociales y económicas que surgieron a raíz de este proyecto.
Pero para comenzar a explicar qué fue exactamente lo que pasó hay que remontarse al final de la Guerra Civil, que fue cuando Franco decidió ejecutar un proyecto del ingeniero Manuel Lorenzo Pardo que había sido presentado en 1916. En ese momento, esta zona gozaba de una gran salud económica debido a la industria, la minería y a la actividad agroganadera, pero desde que aparecieron rumores de que la obra se iba a realizar, los habitantes comenzaron a abandonar la comarca y las empresas optaron por desplazarse.
En el otro lado, aquellos que resistieron fueron expropiados más tarde, aunque muchos de ellos se vieron obligados a emigrar hacia Reinosa, la capital de la comarca de Campoo, que estaba en pleno crecimiento, o a Avilés, donde se trasladó Cristalería Española, que anteriormente había estado en Arija y tenía unos 800 trabajadores.
El caos empezó con el pago de las indemnizaciones, que además de “escasas y tasadas con criterios desfasados”, llegaron tardíamente, por lo que los vecinos se vieron obligados a solicitar créditos para reconstruir su vida. “Hay anécdotas de cómo familias que sabían que les iban a expropiar un terreno tenían que pagar la contribución, pero es que fue tal el lío que las últimas indemnizaciones se terminaron de pagar en los años 70. Es la única obra del Estado que dejó a su suerte a los afectados”, asevera De Andrés.
Así, esa “lluvia fina” que comenzó a caer el 31 de marzo de 1947 al cerrar la presa fue haciendo mella en un lugar donde cinco pueblos desaparecieron directamente (Medianedo, La Magdalena, Quintanilla y Quintanilla de Bustamante) y otros han perdido hasta el 91% de su población (Las Rozas de Valdearroyo).
“¿Qué hubiera sido del Valle de Valdearroyo, de Campoo de Yuso y de Campoo de Abajo si en 1950 no se hubiera iniciado el proyecto del pantano? Pues que hubiese sido una superindustria porque tenía a dos focos industriales de primer orden a 20 kilómetros de distancia. Pero lo arrebataron y nunca intentaron compensarlo”, explica Fernández Navamuel.
La condición incumplida
La dictadura franquista, consciente del daño que se iba a provocar en la comarca, lanzó una promesa: crear un puente que conectase estos pueblos de forma similar a como estaban antes del pantano para evitarles tener que rodear todo el embalse y que las conexiones se fuesen perdiendo progresivamente.
“El puente Noguerol, que cruzaba de lado a lado del pantano, era la condición para beneficiar a las gentes después de haberlas expropiado”, añade Fernández Navamuel. Y el puente se presupuestó, se incluyó en el Boletín Oficial del Estado (BOE), se aprobó, se ejecutó y se pagó, pero antes de inaugurarlo ocurrió un imprevisto y se hundió por el centro: “Había un fallo y, en vez de corregirlo, decidieron dinamitar el resto para que no fuese una vergüenza para el franquismo”, indica el campurriano.
“Es una reivindicación histórica. Se cayó hace 70 años y seguimos solicitándolo porque tendría una repercusión económica muy favorable y evitaría un despoblamiento mayor. Sería una mínima compensación al gran destrozo”, asegura De Andrés.
Esta cuestión se está revolviendo en los últimos años también a nivel político y ya cuenta con unanimidad parlamentaria tanto en Castilla y León como en Cantabria para que el puente se reconstruya, “pero no parece que haya más que intención”, señala De Andrés antes de informar que han aportado toda la información posible a la Administración para tratar de que este proyecto se ampare en los Fondos Europeos. “Pero no tenemos ni idea de qué ha pasado con ello porque hay un ocultismo total”, declara.
Y otra nota curiosa, y que es uno de los motivos por los que este caso está saliendo cada vez más a la luz tras años de desconocimiento, no es otra que la propia sequía de los últimos años, que ha propiciado que el pantano del Ebro roce mínimos que permiten ver los restos del puente: “La gente se está empezando a preguntar qué ha pasado ahí y qué es eso, y ahora pueden encontrar la respuesta”, indica Fernández Navamuel.
Presos republicanos
Pero además del trastorno que causó a los habitantes de la zona, hubo otros grandes afectados: los presos políticos de la República a los que el franquismo utilizó de esclavos para realizar la obra.
“Así se benefició a las empresas adeptas al Régimen porque, claro, a quien se le dio la adjudicación de la obra tenía mano de obra regalada. Ese es otro motivo por el que el embalse resultó tan económico. Nunca hubo otra obra hidráulica como el pantano del Ebro que siendo tan barata ocasionase tantos perjuicios a unos, y tantos beneficios a otros”, argumenta De Andrés.
En este caso, la empresa encargada de la obra que duró seis años fue Vías y Riegos, y contó con 258 presos franquistas procedentes de las proximidades pero también de Andalucía o Extremadura. Estos hombres, según la poca información de la que se dispone sufrieron un régimen de “esclavitud” tanto por el sistema de trabajos forzados como por la falta de higiene y comida. Así la empresa era la encargada de suministrar la comida a estos hombres por sus larguísimas horas de trabajo y de ofrecerles un lugar en el que atender sus necesidades básicas de descanso e higiene, pero no fue así.
La comida, tal y como relata la periodista Rosa Pérez Quevedo en un reportaje escrito en 2007, “era precaria y no cubría el mínimo”, y la vivienda eran barracones con el suelo de tierra. Dormían sobre unas tablas de madera y colchonetas y cada recluso estaba provisto de dos mantas en mal estado, pero las enfermedades eran frecuentes, aparte de por las condiciones, por la falta de higiene, ya que ni siquiera disponían de baños donde asearse.
Dentro de todo lo negativo que suponía ser un preso republicano en pleno régimen franquista, lo único positivo de lo que disponían estos hombres era de su situación de semilibertad tras realizar todas las horas de trabajo a las que se les obligaba. De esta forma, los presos podían acudir a los pueblos cercanos y relacionarse con los vecinos.
De esta forma se conocieron Domingo y Amparo. Él, un preso republicano trabajando de sol a sol y originario de Valladolid, y ella, hija de un falangista y del lugar. Y como no podía ser de otra forma, esto supuso toda una tragedia familiar ya que no estaba bien visto que las jóvenes de la posguerra se casasen con presos republicanos, pero el amor triunfó. Precisamente, la historia de Domingo y Amparo aparece reflejada en la obra de teatro que se estrena este sábado 21 de enero en Reinosa en el Teatro Principal.
Con el nombre 'Nos echan de casa', esta representación escrita por Jesús Fernández Navamuel trata de reflejar el dolor que dejó en el valle esta construcción a través de historias reales que ha ido aunando. “Hay que transmitir a las nuevas generaciones los atropellos que sucedieron en aquellos años. Ha habido un silencio impuesto durante muchos años y las cosas se van olvidando. No hay que dejar que se apaguen las brasas que quedan de lo que sucedió”, finaliza con la esperanza de que así sea.
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