Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Se cumple un año desde que Casado, el Rey Pasmado, fuera apartado del trono genovés por Ayuso, la Reina de Corazones. ¡Que le corten la cabeza! Un año desde que el PP volviera a barrer la porquería bajo la alfombra y apuñalara al delator porque Génova no paga a traidores. Un año en el que la presidenta madrileña no ha conseguido explicar por qué su hermanísimo se benefició de un contrato millonario de mascarillas de su gobierno durante lo peor de la pandemia mientras dejaba morir a los ancianos en las residencias. La mascarilla es solo una de las máscaras detrás de las que se esconde. Ayuso es un carnaval de máscaras que no ocultan su verdadero rostro porque su verdadero rostro es otra máscara.
Ayuso ganó las últimas elecciones con la máscara de la libertad, la que más éxito le ha dado, con la que disfraza de supuesto liberalismo una política clientelar de enchufes y amiguismo, una fiscalidad en favor de los más ricos, un desprecio a los más pobres y un control de los medios a través del dinero y la censura. La “libertad” de Ayuso consiste en regar de subvenciones a la prensa ultraconservadora que la mima por la cuenta que le trae y dirigir la radiotelevisión pública con mano de hierro para convertirla en su órgano de propaganda como hizo su mentora, Esperanza Aguirre. La “libertad” de Ayuso consiste en prohibir a los sanitarios de la atención primaria colgar carteles de huelga. No es libertad, es el viejo caciquismo autoritario de la Restauración, restaurado.
La “libertad” de Ayuso consiste en rescindir todos los contratos de los comedores escolares durante la pandemia para concedérselos a dedo a empresas de comida rápida como Telepizza, Rodilla o Viena Capellanes. Consiste en regalar el dinero de los madrileños a sus amigos Nacho Cano, Cake Minuesa, Mario Vaquerizo o Kike Sarasola. Consiste en el dumping fiscal para favorecer a los más favorecidos y las becas a familias con ingresos superiores a 100.000 euros para que lleven a sus hijos a colegios privados, mientras abandona a la Cañada Real y llama “delincuentes” a sus vecinos. No es liberalismo, es clasismo, neoliberalismo y capitalismo de amiguetes.
Durante la pandemia, la presidenta de Madrid llevó varias máscaras. La más folclórica fue la máscara de Máter Dolorosa con la que la retrató el diario El Mundo, transmutado en revista parroquial para devotos. Ayuso se presentaba como la madre sufriente de los madrileños con las manos en el pecho como alas de ángel y el semblante encarnado por el dolor de ver morir a sus hijos. Al mismo tiempo firmaba un protocolo por el que se negaba la asistencia médica a más de 7.000 ancianos que morían desahuciados en las residencias. Su consejero de Política Social denunciaba el calvario y terminaba crucificado por la presidenta que enmascaraba con lágrimas postizas una inquietante sociopatía.
También por entonces se colocó la máscara de heroína que construía un hospital de pandemias y conseguía mascarillas cuando nadie podía. Después nos enteramos de que el Zendal costó tres veces más de lo presupuestado, un sobrecoste que se llevaron empresas amigas como Ferrovial, ACS o El Corte Inglés. Ayuso seguía de nuevo los pasos de Aguirre que gastó millones en una Ciudad de la Justicia tan inservible como el hospital. No buscaba salvar vidas sino promocionar la suya. El Zendal no fue otra cosa que el spot publicitario más caro de la historia.
Después nos enteramos también de que las mascarillas salían de contratos con la familia y entonces se armó el quilombo con Casado y Ayuso sacó la máscara de la ofendida. De virgen pasó a mártir y acabó en los altares aupada por una masa fervorosa que absuelve la corrupción y condena al que la denuncia. Esa misma máscara es la que porta la presidenta para hacer frente a la rebelión de la Sanidad Pública. Se hace la ofendidita, clama ante el complot de la izquierda, se siente atacada cuando es ella la que ataca. Por primera vez se resquebrajan sus múltiples máscaras y emerge su careta: La Pinocha, ese ninot de las manifestaciones que desnuda su personalidad sin disfraz ni pinturas.
Si hay un carnaval que puede romperle la máscara es la marea blanca porque saca su peor cara. Hasta ahora el espejito le decía siempre que era la más guapa, pero de pronto se ha encontrado con un espejo que la retrata como es, prepotente y soberbia. Hasta ahora le habían reído todas las gracias pero ha dado con la horma de su zapato y el zapato le aprieta. El ojito derecho de la prensa de derechas ha descorrido la tela y se ha dado de bruces con el retrato de Dorian Gray. Esperemos que los madrileños lo vean aunque hay una mayoría tendente a mirar para otro lado. Pero lo tienen delante: el verdadero rostro de Ayuso es una calavera.
Se cumple un año desde que Casado, el Rey Pasmado, fuera apartado del trono genovés por Ayuso, la Reina de Corazones. ¡Que le corten la cabeza! Un año desde que el PP volviera a barrer la porquería bajo la alfombra y apuñalara al delator porque Génova no paga a traidores. Un año en el que la presidenta madrileña no ha conseguido explicar por qué su hermanísimo se benefició de un contrato millonario de mascarillas de su gobierno durante lo peor de la pandemia mientras dejaba morir a los ancianos en las residencias. La mascarilla es solo una de las máscaras detrás de las que se esconde. Ayuso es un carnaval de máscaras que no ocultan su verdadero rostro porque su verdadero rostro es otra máscara.