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Un terremoto que dura diez años

12 de mayo de 2021 21:58 h

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10 años del 15M. Pablo Iglesias se retira. Se corta la coleta. Paren rotativas. Anuncian el enésimo fin de ciclo. Tocan a duelo. Salen los plañideros y los panegiristas. Han escrito tantos obituarios que he perdido la cuenta. No voy a escribir otro porque creo que se equivocan. El 15M como movimiento se agotó igual que todas las revoluciones —es ley de vida— pero los efectos de un terremoto no hay que buscarlos en su epicentro sino en la lejanía y éste llega hasta hoy. No se puede entender la política española sin lo que ocurrió entonces en las plazas. De la oleada feminista a la respuesta ultra, del fin del bipartidismo al gobierno de coalición, de la crisis de régimen a la crisis catalana, el 15M fue un terremoto hace un década del que aún vemos las secuelas. 

Por todas partes. Su enmienda al sistema acabó con el bipartidismo, impulsó la abdicación del rey, provocó la aparición de nuevos partidos, movió a mucha gente a participar y ha dado lugar al Parlamento más plural y al gobierno más progresista de la democracia, la primera coalición izquierdista desde la República. Sánchez no hubiera tomado el timón del PSOE ni lo hubiera girado a la izquierda sin la influencia del 15M que dio lugar a Podemos y las confluencias. El juego de tronos en Zarzuela fue la respuesta del 78 para salvar a la Corona de la presión popular de las plazas que rompió el tabú informativo sobre la monarquía. La partida no ha terminado, el jaque al rey puede llegar en la próxima jugada. 

La crítica del 15M a la corrupción y la información cambió la agenda, alumbró nuevos medios, llevó a la cárcel a Rato y a una larga lista e inició un proceso de limpieza y transparencia. Mucho más se pedía, pero mucho menos había. También la revuelta popular catalana fue una réplica de demanda democrática frente al agotamiento de la Transición, aunque las élites nacionalistas la aprovecharan para escabullir su responsabilidad en la estafa como señaló el 15M y colocarse al frente de la manifestación con la bandera. El viejo truco de la patria. En cualquier caso, ha dado lugar a una España más plurinacional en la que empieza a poder hablarse de la diversidad territorial que es nuestra riqueza. Como era de esperar, los ultra de un lado han sido respondidos por los ultras del otro.  

El 15M ha tenido sus réplicas en las mareas y, sobre todo, en el tsunami feminista, pero lógicamente también su reacción en contra. Vox es el 15M de la derecha. Es la respuesta ultraconservadora al progreso y al gobierno de izquierdas, a la crisis de régimen y de Cataluña. Es el negacionismo frente al feminismo y al ecologismo. Es la reacción intolerante, excluyente y clasista frente a la igualdad, justicia y dignidad que el 15M puso sobre la mesa. Vox es el partido autoritario del sistema que se viste de antipolítica frente a los antisistema del 15M que reivindicaban más democracia. Es el  lado oscuro que se rebela contra el espíritu luminoso de las plazas. De la puerta del Sol al Cara al sol. 

Era inevitable que el régimen se defendiera con todas sus armas. De ahí las cloacas y la máquina del fango, las leyes mordaza y la intoxicación televisiva. Para que nada cambie. Pese a todo, pese al pesimismo y la ultraderecha, las decepciones y las caídas, nos debería llenar de orgullo y esperanza lo que se empezó en las plazas. Si tienen tanto miedo al cambio es porque el cambio se está produciendo aunque sea a cámara lenta y a menudo se retroceda. Si ladran es porque se cabalga. Toca seguir haciéndolo porque es ahora cuando más hace falta para hacer frente a la reacción ultraliberal y ultraconservadora.   

Nunca he sentido melancolía con el 15M porque siempre he sido realista. O un pesimista esperanzado. Nunca he pensado que se pueda conseguir el país ideal que se soñaba y, sin embargo, hay que intentarlo cada día. Nunca creí que íbamos a cambiar el país en la acampada de la noche a la mañana, pero sí que aquello iba a mejorarlo en las próximas décadas. Diez años después lo sigo creyendo. Vamos lentos porque vamos lejos, que se decía en las plazas. Tan lejos como llegue nuestra propia vida.