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La vida de los otros

Te rompe el alma ver las vidas que los terroristas han destrozado en París y la herida incurable que han dejado en sus familias y amigos. Te sobrecoge porque son personas como tú, que visten como tú, que estaban en un concierto en el que podrías haber estado tú, que habían salido a cenar a un restaurante como el que tú frecuentas, con amigos como los tuyos, en una ciudad como la tuya, una ciudad que has visitado, que has visto en las películas, que has imaginado en los libros, esos libros y películas que compartes, compartimos, nosotros y los muertos. Te tocan sus muertes porque podrías haber sido tú o alguien querido en un lugar que reconoces. Por eso nos impresionan más las víctimas de París que las de Beirut.

Mientras miraba conmovido las fotos de los muertos cuando aún estaban vivos, posando sonrientes, enamorados, felices, despreocupados, pensaba que rara vez hemos visto así, sonrientes, enamoradas, felices, despreocupadas, a las víctimas de esos países lejanos que no son de nuestro entorno. Casi nunca hemos visto fotos de sus vidas. No les hemos visto estampando un beso en la mejilla de su pareja, tomando el sol en la playa o posando como orgullosos turistas ante un monumento. Es como si nunca se enamorasen, nunca fuesen de viaje, ni salieran a un concierto o a bailar. No se ríen, no se abrazan, no se besan, no van al fútbol, no cantan. Siempre les vemos muertos, destrozados por una bomba, acribillados a balazos, cubiertos de sangre o ahogados en una playa como el pequeño Aylan. Es como si no tuvieran vida, sólo muerte.

Hemos invisibilizado sus vidas, por lo que nos importan menos sus muertes. Los muertos duelen cuando conoces la vida que dejan detrás y estos muertos lejanos parece que nunca la han tenido. No les podemos imaginar haciendo las mismas cosas que nosotros porque sólo les hemos visto morir, matar, gritar, luchar, llorar, sufrir. Nuestros medios sólo hablan de ellos cuando hay una catástrofe o una guerra en su país. Y cuando vienen aquí, no les vemos viviendo, sólo sobreviviendo. Hasta nos sorprende que lleven ropas como las nuestras, vaqueros, gorras, sudaderas, zapatillas. No sabíamos que tenían una vida, no sabíamos que existía la vida de los otros.

Los medios somos en gran parte responsables de ocultarla. Por supuesto existen una cultura y una historia que hacen que un parisino nos resulte siempre más familiar que un libanés o un iraquí, pero el periodismo contribuye a dar esta imagen distorsionada y parcial que nos aleja de las víctimas de Beirut o Bagdad. La distancia no es tanto geográfica y cultural como psicológica. Basta pensar que si fueran europeos quienes llegasen en patera a nuestras costas o saltasen nuestras alambradas, nuestros gobiernos no les estarían recibiendo a patadas porque nuestras sociedades no lo permitirían.

Deberíamos preguntarnos si contribuimos a esta jerarquía del dolor, que diferencia entre víctimas de primera y de segunda, cuando nos ponemos el lazo o la bandera por los atentados en Francia pero no hacemos lo mismo por los miles que han muerto en África y Oriente Medio, ni por los 44 asesinados en Beirut el día antes ni por los 26 muertos en Bagdad el mismo día de las matanzas de París, todos a manos del Estado Islámico. Esa jerarquía es la que hace que no nos parezcan tan víctimas los civiles bombardeados por aviones franceses en Raqqa. Esos muertos no son nuestros muertos.

Ayer Podemos pedía que el minuto de silencio por las víctimas de París fuera también por los que sufren los bombardeos sobre Siria. Javier Maroto, del PP, les acusó de romper la unidad frente al terror. “Son ellos o nosotros, ellos el terror, o nosotros, la libertad y la seguridad”, afirmó para justificar los bombardeos franceses (que lo mismo me da si son rusos, por cierto). Rajoy dijo más o menos lo mismo: “es el ataque de la barbarie contra la civilización”. No comparto esta división del mundo, entre nosotros los civilizados y ellos los bárbaros. Sin duda, los yihadistas son la barbarie, pero los civiles que viven bajo su yugo, también son una civilización, también bailan, ríen, aman y cantan, si no los matas. Una civilización que bombardea a civiles, destruye países, trafica con armas, provoca guerras y deja morir a niños y víctimas del terrorismo en sus costas, también es bárbara.

No es ellos o nosotros. Las víctimas civiles de los bombardeos aliados en Siria, también somos nosotros. Los refugiados también somos nosotros. La vida de los otros podría ser nuestra vida.

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Te rompe el alma ver las vidas que los terroristas han destrozado en París y la herida incurable que han dejado en sus familias y amigos. Te sobrecoge porque son personas como tú, que visten como tú, que estaban en un concierto en el que podrías haber estado tú, que habían salido a cenar a un restaurante como el que tú frecuentas, con amigos como los tuyos, en una ciudad como la tuya, una ciudad que has visitado, que has visto en las películas, que has imaginado en los libros, esos libros y películas que compartes, compartimos, nosotros y los muertos. Te tocan sus muertes porque podrías haber sido tú o alguien querido en un lugar que reconoces. Por eso nos impresionan más las víctimas de París que las de Beirut.

Mientras miraba conmovido las fotos de los muertos cuando aún estaban vivos, posando sonrientes, enamorados, felices, despreocupados, pensaba que rara vez hemos visto así, sonrientes, enamoradas, felices, despreocupadas, a las víctimas de esos países lejanos que no son de nuestro entorno. Casi nunca hemos visto fotos de sus vidas. No les hemos visto estampando un beso en la mejilla de su pareja, tomando el sol en la playa o posando como orgullosos turistas ante un monumento. Es como si nunca se enamorasen, nunca fuesen de viaje, ni salieran a un concierto o a bailar. No se ríen, no se abrazan, no se besan, no van al fútbol, no cantan. Siempre les vemos muertos, destrozados por una bomba, acribillados a balazos, cubiertos de sangre o ahogados en una playa como el pequeño Aylan. Es como si no tuvieran vida, sólo muerte.