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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Cada vez que oigo la palabra cultura, amartillo la pistola

¿Quién hay que no se declare partidario de la cultura? Que levante la mano el que se oponga a la cultura. Entonces, ¿de qué narices hablamos cuando decimos que defendemos o reivindicamos la cultura?

Por mucho que digan que “sin cultura no hay dignidad”, no significa gran cosa, porque lo cierto es que con cultura también hay abundante indignidad. Quizá fuera la Alemania que votó a Hitler uno de los países más cultos de Europa. O mire usted a Polanski, un tipo culto, qué duda cabe, pero capaz de drogar a una menor y violarla, y luego poner pies en polvorosa para escapar de la justicia. Así que no nos pongamos tan estupendos.

A mí me parece que la cultura no es optativa. Toda sociedad tiene una cultura, que a veces incluye sacrificios humanos rituales, como la de los aztecas, y a veces excluye la más mínima formación musical, como en España. Por eso defender la cultura, así dicho, me parece muy lindo, sí, conmovedor, pero ¿de qué cultura estamos hablando?

Vayamos pues a los detalles, que siempre son lo importante.

Al parecer se “insta a no privatizar la gestión de los espacios culturales, como está ocurriendo en Madrid”. De acuerdo, muy de acuerdo. Ahora bien, por ejemplo la SGAE ¿no es privada? ¿Defiende acaso Miguel Ríos sustituirla por un organismo estatal? Me preguntó por qué no hay una editora nacional pública (la cerró el PSOE). ¿No debería encargarse, por ejemplo, de los libros de texto, entre otras cosas? La distribución cinematográfica y la gestión de conciertos ¿deberían estar también a cargo de empresas públicas? ¿Insinúan que espectáculos como Rock & Ríos o los conciertos de Sabina los debería gestionar un Ministerio que le pagara a los artistas un sueldo razonable, equiparable al de un bibliotecario o un profesor de Instituto, por ejemplo? A mí no me parece mala idea, pero no estoy seguro de que se refieran a eso.

Quiero saber a qué es exactamente a lo que tanto instan, aunque entiendo que muy poco sentido tiene no privatizar la cultura, cuando hemos consentido y promovido una cultura de lo privado. Las privatizaciones son consecuencia de nuestra cultura, pienso yo, en la que hasta en los juzgados hay policía privada.

Instan también (qué manía con instar) a “defender con uñas y dientes esa otra riqueza que es la cultura”. Vale. Pero eso es palabrería (y sobrado enfática, para mi gusto). No serán mis uñas ni mis dientes las que defiendan esta cultura en la que vivimos. Soy partidario de otra cultura, qué le vamos a hacer, porque soy partidario de otra forma de vida y de organización social.

¿Algo más? Sí. “Miguel Ríos ha hecho un llamamiento a que la cultura ‘deje de ser un subproducto’”. ¿Un subproducto? En fin, no sé bien lo que quiere decir Ríos, pero vale, se lo doy de barato, eso tampoco compromete a nada.

En el manifiesto en cambio se afirma que “la cultura no puede seguir siendo considerada únicamente como un subproducto del desarrollo, sino que debe ser vista por todos los agentes políticos y sociales como uno de los principales factores del desarrollo sostenible”. Aquí ya tengo que confesar que no estoy de acuerdo, si es que lo entiendo. Creo que nuestra cultura es consecuencia de nuestra forma de vida, de las relaciones de producción en nuestra sociedad, o sea, sí, vaya, un subproducto del desarrollo, si queremos llamarlo así. Y estoy por el contrario bastante convencido de que en modo alguno es ni puede ser un “factor del desarrollo sostenible”. Nuestra cultura, digo. A lo mejor una cultura agrícola podría serlo, pero la nuestra, la de una sociedad de consumo (musical o cinematográfico, entre otras cosas, y cultural), no veo cómo, la verdad.

Pero no hay problema alguno, porque al parecer sólo se obliga a considerar así las cosas a “todos los agentes políticos y sociales” y yo, de ser agente, sería secreto (tan secreto que ni a mí me consta), así que puedo seguir viendo a la cultura como me dé la gana, ¿verdad?

¿Algún otro detalle? Sí, piden la bajada del IVA al 4%. De acuerdo, muy de acuerdo. ¿Sólo para la cultura? ¿No para la ropa, la electricidad o el gas natural? ¿Para los pañales para adultos tampoco, por ejemplo? La cultura no sé, la verdad, pero los pañales sí son decisivos para la dignidad. Que la vivienda, la calefacción o los pañales soporten más IVA que un concierto de Miguel Ríos, por ejemplo, no es una idea que me guste defender, porque ni siquiera estoy seguro que repercuta en un descenso del precio de las entradas, sino en un beneficio extra para los organizadores y cantantes (privados, por supuesto).

También piden “la existencia de espectáculos accesibles para todos los públicos”. No entiendo si se pretende que los más pequeños de la casa puedan disfrutar de Hegel o de una película porno, la verdad, pero también puede uno estar de acuerdo sin demasiado esfuerzo.

Parte de la cuestión, sin embargo, es el caché de ciertas “gentes de la cultura”, ¿no es cierto? ¿Cuánto piden estos señores por venir a cantar, actuar o por poner una película en mi pueblo? Quizá la idea es que Miguel Ríos o Sabina fueran funcionarios con un sueldo medio y obligados a actuar para hacer accesible la cultura a todos. Tampoco me parece mal, la verdad, pero igual no se trata de eso.

Reivindicar la cultura, así, en abstracto, no cuesta nada. Así que vale, de acuerdo, muy de acuerdo.

Aunque, por venir de quienes viene, los que se dejan llamar “gentes de la cultura”, rogaría o, ya puestos, les instaría también a que fueran un poquito más claros y específicos. A ver si así nos entendemos todos.

¿Quién hay que no se declare partidario de la cultura? Que levante la mano el que se oponga a la cultura. Entonces, ¿de qué narices hablamos cuando decimos que defendemos o reivindicamos la cultura?

Por mucho que digan que “sin cultura no hay dignidad”, no significa gran cosa, porque lo cierto es que con cultura también hay abundante indignidad. Quizá fuera la Alemania que votó a Hitler uno de los países más cultos de Europa. O mire usted a Polanski, un tipo culto, qué duda cabe, pero capaz de drogar a una menor y violarla, y luego poner pies en polvorosa para escapar de la justicia. Así que no nos pongamos tan estupendos.