Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.
Cuando la policía invita a tabaco
No tengo nada en contra de la enseñanza de la religión católica. Al contrario, estoy convencido de que una buena formación religiosa es lo único que de verdad empuja sin remedio y a gran velocidad hacia el ateísmo. Cuando era joven, nadie se tomaba en serio los dogmas católicos, porque los conocíamos bien. Sin embargo, siempre había desnortados que se sentían atraídos por el budismo o el taoísmo, sólo por ignorancia o por extravagancia, puesto que bastaba con un par de libros para concluir que se trata de la misma nada entre dos platos que ofrece el catolicismo, aunque con mucho peor prosa, desde luego. Como se solía decir a quienes te daban la matraca con el budismo zen o cualquier otra pamplina con túnica: venga, hombre, si no creo en la religión verdadera, ¡cómo voy a creer en las falsas!
Sin embargo, por mucho que piense que cuanta más catequesis menos fe, jamás se me ocurriría hacer obligatoria la enseñanza de la religión para fomentar el ateísmo. Igual que ahora hay “espacios libres de humo”, la escuela debe ser un “espacio libre dogmas y de dioses”. El que quiera intoxicarse con creencias, que inhale homilías a escondidas durante el recreo, en la esquina de enfrente del Instituto, que se fume unas encíclicas liadas en papel biblia o que se inyecte parábolas alucinógenas con jeringuilla desechable. De acuerdo, pero nunca en clase. Y jamás evaluable. Hasta ahí podíamos llegar.
Y hasta ahí hemos llegado. Lo que me sorprende es que muchos lectores cedan a la tentación de echarle la culpa al PP, no sin ayuda de un titular que dice: El PP quiere clases de Religión también en bachillerato. Como si el PSOE hubiera promovido alguna vez, desde el Gobierno, la enseñanza laica.
¿No recuerdan que el PSOE ha gobernado durante décadas sin mover un dedo a este respecto? Antes bien, todo lo contrario. ¿Quién si no el PSOE se inventó la enseñanza concertada, para poder ayudar a la Iglesia y socavar la enseñanza pública? Entrevisté para este diario, con el querido Manuel Fernández Cuesta, a Álvaro Marchesi, el ideólogo de la LOGSE, y no escuché ni un solo argumento racional para tanta sumisión a la Iglesia. Todavía en 2006, en lugar de obligar a la iglesia católica a autofinanciarse, el último Gobierno socialista aumentó su asignación de un 0,5% a un 0,7% del IRPF? Formidable. ¿Y la reforma de la Ley de Libertad Religiosa? La paralizó Zapatero, que adujo “falta de consenso”. ¿Y el Concordato? Ahí sigue, intacto, tras décadas de socialismo en el poder. Eso sí, los ministros del PSOE no se perdían una procesión del Corpus ni la ocasión de lucir mantilla española para las genuflexiones ante príncipes de la Iglesia.
Otro tanto se podría decir del mercado laboral, por ejemplo.
¿Por qué digo esto? ¿Acaso olvido que, como me recuerdan a menudo algunos comentaristas, el enemigo es la derecha y no el PSOE?
Pues porque he visto algunas películas. Cuando la policía quiere que un criminal confiese, se reparten los papeles, uno de poli bueno y otro de poli malo. Y todo el mundo sabe que lo más peligroso es caer en las trampas que tiende el poli bueno. Casi es más de fiar el malo. Nunca hay que creerse que el poli bueno y el malo están enfrentados: colaboran y trabajan los dos a sueldo de los mismos. Rubalcaba, nada menos que el ladino y autoritario Rubalcaba, aquel que cuando hacía de poli malo chuleaba a estudiantes con mucho más cinismo que (el impresentable) Wert, ahora resulta que es el poli bueno. Cosas veredes. Usted sabrá si debe aceptar el cigarrillo y el café que le ofrece el poli bueno. Usted verá si quiere creerse que el poli bueno está de su lado.
No tengo nada en contra de la enseñanza de la religión católica. Al contrario, estoy convencido de que una buena formación religiosa es lo único que de verdad empuja sin remedio y a gran velocidad hacia el ateísmo. Cuando era joven, nadie se tomaba en serio los dogmas católicos, porque los conocíamos bien. Sin embargo, siempre había desnortados que se sentían atraídos por el budismo o el taoísmo, sólo por ignorancia o por extravagancia, puesto que bastaba con un par de libros para concluir que se trata de la misma nada entre dos platos que ofrece el catolicismo, aunque con mucho peor prosa, desde luego. Como se solía decir a quienes te daban la matraca con el budismo zen o cualquier otra pamplina con túnica: venga, hombre, si no creo en la religión verdadera, ¡cómo voy a creer en las falsas!
Sin embargo, por mucho que piense que cuanta más catequesis menos fe, jamás se me ocurriría hacer obligatoria la enseñanza de la religión para fomentar el ateísmo. Igual que ahora hay “espacios libres de humo”, la escuela debe ser un “espacio libre dogmas y de dioses”. El que quiera intoxicarse con creencias, que inhale homilías a escondidas durante el recreo, en la esquina de enfrente del Instituto, que se fume unas encíclicas liadas en papel biblia o que se inyecte parábolas alucinógenas con jeringuilla desechable. De acuerdo, pero nunca en clase. Y jamás evaluable. Hasta ahí podíamos llegar.