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Almagro también ama a Cleopatra

El poder son dos muros metálicos, simétricos y fríos, que ciegan a los humanos con su inmensidad. Entre ellos, las pasiones tratan de mantener el calor en los corazones, aún sabiendo que el tiempo corre en su contra. Los cuerpos se ajarán y la muerte estará acechando tras cualquier recoveco que se abra en ellos. 

Dos grandes muros metálicos, simétricos, enfrentados, con cientos de portezuelas secretas por las que salen oídos que todo lo escuchan, sombras inquietantes, enemigos terribles y sobre todo, que acaban reflejando nuestros propios cuerpos y rostros que inevitablemente serán derrotados. 

En esta escenografía simétrica llena de sombras que entran y salen, de ángeles que son demonios y pasiones que torturan, discurren los ecos de ese momento en el que el mundo luchaba por la herencia de Julio César, dando por extinta definitivamente la República Romana e inaugurando dieciocho siglos de poderes absolutos. 

Únicamente la pasión desenfrenada será capaz de hacer desviar la mirada del trono, corroer el poder desde su mismo tuétano y hacer caer la estatua de mármol hasta el fango. La derrota convertirá en decrépitos los cuerpos y hará inútil cualquier conquista. Entonces César creerá vencer, pero sólo será eterno cuando Cleopatra y Marco Antonio hayan trascendido a la muerte. Cruel victoria y cruel derrota. 

Ana Belén, Cleopatra, es esa fuente de eterna juventud a la que la edad no puede nunca marchitar, siendo capaz de transformar en adolescente a cualquiera que ilumina. Homar a su lado, rebosa de energía y vitalidad de una manera que la victoria parece cierta y luminosa. Una fuerza tan poderosa que es capaz de conducir a la victoria o a la mayor de las derrotas, hundiendo a los hombres y convirtiendo sus cuerpos en meros despojos. 

Parece increíble que Lluis Homar hubiera sido ese Antonio poderoso hace apenas cinco minutos, cuando ahora en el escenario sólo vemos un Antonio crepuscular, decrépito y derrotado que al verse reflejada en el muro metálico del poder, parece emular a un Alonso Quijano que recobra su cordura antes de ser conducido a una muerte tragicómica, en una de las escenas más desconcertantes de este Antonio y Cleopatra, que con la traducción de Vicente Molina Foix, adquiere nuevos significados y nuevos matices, pues el verso es esquivo a la traducción fidedigna y sólo adquiere poder cuando otro poeta actúa de medium. 

Hacía dos años que este mismo teatro Adolfo Marsillach de Almagro que Helena Pimenta cerraba su brillante etapa al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico con  El Castigo sin Venganza de Lope de Vega. Comenzaba la etapa de Lluis Homar como director artístico de la CNTC, que entre sus primeras decisiones renovó los lazos de fidelidad con el certamen manchego. 

El año pasado, Lluis Homar acudió a la cita almagreña en un año especialmente simbólico para refrendar este compromiso, presentando 'Alma y palabra. San Juan De la Cruz', un recital poético en el que el propio Homar acompañado en el escenario por Adriana Ozores y el pianista Emili Brugalla, reafirmó su pacto con Almagro en el año del virus y el miedo. Ahora era el momento de la verdad, de conocer el camino que emprenderá la CNTC de Lluis Homar. Para la posteridad, 'Antonio y Cleopatra' de William Shakespeare es el punto de inicio de este camino y una declaración de intenciones que arranca con una propuesta sólida apoyada en la excelencia, William Shakespeare, José Carlos Plaza, Vicente Molina Foix, Ana Belén y Ricardo Sánchez Cuerda. Quiero alabar tus acciones ante esta gran hada, y que te bendigan sus gracias, dice Antonio al soldado herido. Tiene el favor del pueblo y el mar es suyo. Puestos los cimientos, ahora comienza de verdad el camino.