Espacio de divulgación científica y tecnológica patrocinado por la Universidad de Alcalá (UAH), con el objetivo de acercar el conocimiento y la investigación a la ciudadanía y generar cultura de ciencia
¿Por qué hay gente que todavía cree que la Tierra es plana? La ‘anticiencia’ del terraplanismo
El terraplanismo plantea que la Tierra es, en realidad, plana. Que es un “disco centrado en el Polo Norte” y que limita con la Antártida, por lo que habría también un muro de hielo de más de 40 metros de altura y no una esfera como ha quedado de sobra demostrado por la ciencia durante cientos de años. “Las divulgaciones de este tipo pueden resultar muy atractivas para mucha gente, ya que ofrecen respuestas sencillas a cuestiones complejas”, explica el profesor William Cabos de la Universidad de Alcalá, coordinador del grupo de investigación de Física del Clima.
El terraplanismo va, de hecho, más allá, señala Cabos, ya que se cuestionan también las dimensiones del Sol y la Luna, a los que atribuyen no más de 52 kilómetros de diámetro.
“Los terraplanistas, como otros grupos ‘anticiencia’, niegan la validez del conocimiento científico como el único o más adecuado para explicar el mundo”, afirma Cabos. Sin embargo, también tienen una característica “especial”, que los diferencia de este tipo de grupos y es que no niegan el conocimiento científico, sino que “ponen en duda la legitimidad y la autoridad” de la ciencia oficial. “La consideran una mentira”, explica Cabos, como parte de una conspiración que “pretende ocultar” la realidad y la hace “sospechosa”. Sin embargo, utilizan el método científico para ofrecer un “aspecto más riguroso” a sus ideas.
Cabos explica que ideas como las del terraplanismo pueden resultar “más intuitivas” que las científicas, que “suelen ser contraintuitivas” y, por tanto, más difíciles de asimilar. “Eso contribuye a hacerlas más atractivo el terraplanismo a muchas personas”. Divulgaciones de este tipo, explica el docente, se basan en lo que se denomina como “ideas previas”, es decir, conocimientos que vienen de antes del estudio de las ciencias. “Esto hace que la gente se sienta capaz de asimilarlos más fácilmente, de incorporarlos a su visión del mundo”.
El problema, afirma Cabos, es que los conocimientos científicos se pueden ver “reemplazados” por ideas de fenómenos sobrenaturales o pseudocientíficos que “en muchos casos pueden resultar contraproducentes, como por ejemplo el movimiento antivacunas”.
“Muchas veces las ideas científicas pueden ser contra intuitivas, al exigirnos ir más allá de nuestra experiencia”, señala el docente. Y cita experiencias como la del contacto con los espíritus o los OVNI, que vienen precisamente de estas ideas previas que tenemos las personas, que vienen de nuestros padres, madres o amigos, y que son “muchas veces equivocadas”, pero que pueden ayudarnos a encontrar una respuesta a los fenómenos naturales. “Estos conceptos resultan ser simples, en tanto que las ideas científicas no lo son. Dentro de esa experiencia cotidiana, percibimos una apariencia de que la Tierra es plana, y eso lleva a muchas personas a aceptar las ideas del movimiento de los terraplanistas con mucha facilidad”, explica.
Prestigio de la Ciencia
Cabos recuerda que la ciencia ha tenido momentos en la historia en los que ha adquirido “especial relevancia”, como ocurrió en el transcurso de las dos guerras mundiales o de la Guerra Fría, puesto que se dependía de los científicos para la supervivencia de los países. “Entonces, se consideraba a los científicos, especialmente los físicos, como seres que tenían mucha autoridad, y lo que decían tenía mucho peso”, afirma. Sin embargo, y ya “antes de la pandemia”, la ciencia ha ido perdiendo el prestigio ganado en décadas anteriores, hasta que se ha convertido en una “actividad poco atractiva” y el conocimiento científico algo “poco interesante” para la ciudadanía. Es por estas percepciones, que menos gente decide seguir una carrera científica o que el lugar que ocupa el conocimiento científico se vea “invadido” por ideas “pseudocientíficas o anticientíficas”, como es el terraplanismo.
Esto no quiere decir que la sociedad haya decidido prescindir de sus científicos, continúa el docente. Sino, de hecho, espera de ellos una serie de conocimientos, un sistema, que les ayude a entender cómo funciona su entorno, y también obtener de estos conocimientos una utilidad técnica y económica. “Como se tiene conciencia de que la ciencia ha contribuido significativamente al desarrollo que ha experimentado nuestra civilización, tiene en general una buena opinión de la ciencia y los científicos en general”, asegura Cabos. No es lo mismo con las personas que ejercen el conocimiento científico, que, lamenta, siguen siendo percibidos como seres un poco extravagantes, inteligentes e inaccesibles.
El profesor lo ha visto, incluso, entre sus alumnos de Magisterio. Pero se trata de procesos que se repiten entre las personas, y que tienen que ver con la dificultad de reemplazar “las ideas previas por ideas científicas”, que pueden ir contra la intuición cotidiana. “Por ejemplo, nuestra intuición nos dice que si aumentamos la causa de algo, aumenta el efecto. Pero, en ciencia, no siempre las cosas son así. Ello lleva a que incluso los alumnos que ya están en la universidad conservan, al menos, vestigios de ellas, pese a que algunas ya han sido totalmente reemplazadas por el conocimiento científico”, advierte.
Crisis sanitaria
La crisis de la COVID-19, sin embargo, ha ayudado a paliar estos efectos, pues se ha recordado a toda la sociedad, a nivel global, la importancia que tienen la ciencia y los científicos a la hora de resolver una crisis “tan profunda” como la que se ha creado. “Se entendió que sin la ciencia no se podría diseñar una estrategia adecuada para enfrentar el desarrollo de la pandemia ni para encontrar curas para paliar el transcurso de la enfermedad y vacunas para evitar su aparición en el futuro”, reflexiona el docente.
Por ello, asegura que administraciones y organismos científicos, como la misma Universidad de Alcalá, tienen el deber de promover la popularización de la ciencia, especialmente entre los jóvenes, así como ayudar a la diseminación de información entre la población adulta y ayudar a aumentar la cultura científica con iniciativas como la Semana de la Ciencia. Lo mismo ocurre con los medios de comunicación, explica, que tienen el deber de ayudar a profundizar en la cultura científica. “Esto ayudaría a hacerla [la población] menos susceptible a las ideas anticientíficas y pseudocientíficas y en lo posible desenmascararlas, al menos aquellas que son potencialmente dañinas para la sociedad”.
En el caso de las redes sociales, explica que desempeñan un papel “indiscutible” en la difusión de estas ideas, especialmente en plataformas como Youtube en la que han “proliferado” los vídeos de las teorías. “Como la mayoría de estos planteamientos concuerdan mejor con las ideas previas de la gente, los aceptan más fácilmente que la propia Ciencia.
Además, muchos de los razonamientos que se dan en ellos son contrarios al método científico. Proporcionan una explicación para un fenómeno concreto, pero si esa misma idea la tratas de aplicar a otra situación, va a dar resultados incorrectos. Otras, como el movimiento terraplanista tiene una componente antisistema y conspiratoria añadida a su carácter pseudocientífico que las hace atractivas a mucha gente“.
El terraplanismo plantea que la Tierra es, en realidad, plana. Que es un “disco centrado en el Polo Norte” y que limita con la Antártida, por lo que habría también un muro de hielo de más de 40 metros de altura y no una esfera como ha quedado de sobra demostrado por la ciencia durante cientos de años. “Las divulgaciones de este tipo pueden resultar muy atractivas para mucha gente, ya que ofrecen respuestas sencillas a cuestiones complejas”, explica el profesor William Cabos de la Universidad de Alcalá, coordinador del grupo de investigación de Física del Clima.
El terraplanismo va, de hecho, más allá, señala Cabos, ya que se cuestionan también las dimensiones del Sol y la Luna, a los que atribuyen no más de 52 kilómetros de diámetro.