La ecología es uno de nuestros principales intereses y es el centro de este blog: cambio climático, medio natural, desarrollo sostenible, gestión de residuos, flora y fauna, contaminación y consumo responsable, desde el punto de vista de periodistas, expertos, investigadores, especialistas y cargos públicos. También editamos la revista 'Castilla-La Mancha Ecológica'.
Cenizas del Tajo
Acabo de limpiar las botas de campo. El barro seco se desmenuzaba y caía lento en una cortina de polvo plateado, fino y resplandeciente como las estrellas de estas noches despejadas y heladoras de diciembre. Ayer el barro se pegaba a las botas, como si me quisiera sujetar al lecho del Tajo. El lecho destripado que debería estar oculto bajo cincuenta metros o más de agua embalsada en Entrepeñas. Barro bajo el viaducto de Durón, por donde ahora discurre un Tajo imperfecto, un Tajo sin ribera, sin rumor de chopos, sin raíces de sauces sujetando la tierra fértil. Un Tajo como cicatriz de un tiempo de recuerdos.
Quería ir al puente, no al viaducto moderno y estilizado, ahora desnudo y expuesto como un arpa de viento, sino al que cruzaba en un suspiro la vieja carretera entre Durón y Chillarón del Rey. A veces el tiempo devuelve los cadáveres sepultados y olvidados, y el fantasma del puente deja ver la imagen distorsionada de lo que fue. Del Tajo perdido y del agua robada. Del río que se ahogó bajo el embalse cerrado en la Entrepeña, y el agua saqueada sin piedad por el Tajo-Segura. Cadáveres de náyades de un palmo emergen del cieno entre los perfiles metálicos, los remaches oxidados del puente. Cieno cuarteado por el sol inclemente de un invierno sin lluvia, por el olvido de un tiempo injusto, por el desamor de una tierra a su paisaje, a su ayer, a su ser.
El Tajo baja escueto, zarco y encenagado, sucio de lamer orillas de barro. Cruza desiertos, miles de hectáreas que deberían permanecer llenas de árboles, sabinas, enebros, carrascas, pinos; o inundadas de agua profunda y transparente, verde y mineral. El Tajo bajo el viaducto de Durón me recuerda a esos ríos turbulentos y forasteros que bajan, en los documentales, desde los Himalayas. Que tienen algo de terrible y temible, ansiedad por recuperar su espacio, su lugar robado, su tiempo. Y me quedo pensando en ello mientras el viento arrasa el paisaje, y lo limpia, y lo deja perfecto, como un osario terroríficamente profiláctico expuesto ante mis ojos. Demasiado vacío, demasiado dolor, demasiado silencio, demasiada rabia, demasiada tristeza.
El trasvase Tajo-Segura es un insulto, un navajazo al Tajo y a ese territorio que los mapas delimitan y cartografían como provincia de Guadalajara. Es un desprecio, un robo un atentado, un anacronismo, herramienta de demagogos, sinvergüenzas y gestores parapetados en el interés general, ése que mantiene a la mafia del sindicato de regantes del Segura, los que han arrasado la maravilla del Mar Menor, los que tratan de tú a ministros, porque los han dejado usar el agua, nuestra agua del Tajo, sin control y para su único beneficio. También políticos que han usado y abonado su carrera con el pudridero del trasvase, con el anteponer la España rica frente a la España una y mil veces agotada y saqueada, ésta, la nuestra. Políticos de aquí y de allí, qué más da. El Tajo-Segura es un insulto, que arruina a toda una cuenca hidrográfica, y que distorsiona preocupantemente su gestión, y el abastecimiento a Madrid, el corredor del Henares y Toledo.
Sin agua del Tajo, trasvasada, hay que estrujar los pequeños afluentes del Sistema Central y de los Montes de Toledo, algo que como se está comprobando al finalizar este ciclo seco, supone un estrés inaceptable tanto para los propios ríos –ahí está el Tajo espumado en Toledo–, como paran los embalses de reserva en alta de los sistemas, incluido el Canal de Isabel II. Los modelos actuales, las fuentes de cada sistema hay que repensarlos y adaptarlos, no mantenerlos en un agotamiento ya contrastado. Es necesario volver a planificar los sistemas de abastecimiento, diseñados hace medio siglo con lo que quedaba en la cuenca del
Tajo después del trasvase. Porque ya no es ni aceptable ni posible el Tajo-Segura. Los tiempos y las circunstancias han cambiado.
Entrepeñas debe gestionarse a la mayor capacidad posible, como garante de recursos hiperanuales, fundamentalmente abastecimiento, para todo el Macrosistema, es decir, toda la cuenca del río hasta Talavera de la Reina. Madrid debe contar en Entrepeñas con una reserva estratégica para episodios de sequía aguda que soportaremos en las próximas décadas. Retrasar el fin del trasvase y, con ello, reordenar todo el conjunto del sistema hidrológico, sólo nos hará perder décadas para poder disfrutar de nuestros ríos, a la vez que sometemos al conjunto a una gestión aberrante. El mejor ejemplo son Entrepeñas y Buendía, con menos de un 5 % real de agua almacenada. Un despropósito, pero ante todo un error.
Repito: Entrepeñas debe gestionarse al máximo de capacidad que posibiliten las normas de explotación, y derivar recursos hacia Buendía mediante el canal de conexión. Es decir, volver a la misma gestión que se realizó hasta el año 1980 del pasado siglo, pero teniendo en cuenta el descenso medio de aportaciones. De esta manera el sistema podría gestionarse al 60 %-80 % de capacidad, siempre. Resguardando más de 1.000 hectómetros cúbicos para incrementar la reserva hiperanual de los abastecimientos del Canal de Isabel II y en su caso la mancomunidad del Sorbe. Y hay que hacerlo ya. No podemos perder otra década.
El Tajo-Segura no debería volver a abrirse. El ciclo húmedo que comenzará previsiblemente en el otoño de 2018 debe servir para llenar Entrepeñas y dejar Buendía por encima del 60 %. Cerca de 2.000 hectómetros cúbicos en los dos embalses. Sí, sé que parece imposible. Pero no lo es. Los 3.500 hectómetros cúbicos condenados a irse por el trasvase en la próxima década deben quedarse en cabecera, y demostrar que otra gestión es posible. El reto es ahora que no se vuelva a abrir el trasvase, ahí deben volcarse todas las fuerzas. Todas.
Sé que otro Tajo es posible, lo he visto y lo he analizado, lo he levantado con la mente, pero también con los números y muchos años de estudiar el comportamiento del Tajo y el Guadiela. Hoy el barro de las entrañas del Tajo cae seco de mis botas, como cenizas llevadas por el viento, finas, resplandecientes, como estrellas de diciembre marcando el camino. El trabajo continúa, hasta el final, hasta el cierre del trasvase.
Acabo de limpiar las botas de campo. El barro seco se desmenuzaba y caía lento en una cortina de polvo plateado, fino y resplandeciente como las estrellas de estas noches despejadas y heladoras de diciembre. Ayer el barro se pegaba a las botas, como si me quisiera sujetar al lecho del Tajo. El lecho destripado que debería estar oculto bajo cincuenta metros o más de agua embalsada en Entrepeñas. Barro bajo el viaducto de Durón, por donde ahora discurre un Tajo imperfecto, un Tajo sin ribera, sin rumor de chopos, sin raíces de sauces sujetando la tierra fértil. Un Tajo como cicatriz de un tiempo de recuerdos.
Quería ir al puente, no al viaducto moderno y estilizado, ahora desnudo y expuesto como un arpa de viento, sino al que cruzaba en un suspiro la vieja carretera entre Durón y Chillarón del Rey. A veces el tiempo devuelve los cadáveres sepultados y olvidados, y el fantasma del puente deja ver la imagen distorsionada de lo que fue. Del Tajo perdido y del agua robada. Del río que se ahogó bajo el embalse cerrado en la Entrepeña, y el agua saqueada sin piedad por el Tajo-Segura. Cadáveres de náyades de un palmo emergen del cieno entre los perfiles metálicos, los remaches oxidados del puente. Cieno cuarteado por el sol inclemente de un invierno sin lluvia, por el olvido de un tiempo injusto, por el desamor de una tierra a su paisaje, a su ayer, a su ser.