La ecología es uno de nuestros principales intereses y es el centro de este blog: cambio climático, medio natural, desarrollo sostenible, gestión de residuos, flora y fauna, contaminación y consumo responsable, desde el punto de vista de periodistas, expertos, investigadores, especialistas y cargos públicos. También editamos la revista 'Castilla-La Mancha Ecológica'.
¿Puede el verano hacer que se reduzca la transmisión de COVID-19?
Con cierta contundencia -y timidez- muchos expertos han estado durante toda la pandemia augurando una posible correlación entre la propagación y expansión de la COVID y el aumento de las temperaturas. Algunos comentaron la posibilidad de que su propagación se redujera con la llegada del calor, pues, tras varias semanas donde el número de afectados cada vez era más bajo y las temperaturas iban progresivamente aumentando, se llegó a plantear de manera formal que, llegado el verano, el virus podría quedar aletargado.
Otros en cambio han echado la vista atrás y, tras la experiencia vivida con la gripe A en 2009, han buscado diferencias y similitudes y han intentado equipararlo con respecto al coronavirus actual para poder arrojar un poco de luz en cuanto a su posible comportamiento durante este verano, el cual acabamos prácticamente de inaugurar. A finales de junio de aquel entonces, el porcentaje de muestras positivas -un indicador de la intensidad de la circulación viral- se situó en valores superiores al 25% y, llegado el otoño, las tasas de detección viral se registraban por encima del 40%. Hecho que demuestra que la tasa global de incidencia de gripe aumentó progresivamente durante el verano de 2009, y que da pistas de cómo podría comportarse la COVID en esta ocasión.
No se ha acabado la pandemia
“No se ha acabado la pandemia. El coronavirus ha venido para quedarse”. Así de claro ha sido un grupo de científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en un seminario digital emitido en su canal de YouTube el pasado 24 de junio. Un webinar desarrollado bajo el título “El verano llegó, ¿se termina la pandemia?” donde se plantearon de manera directa si, con el aumento de las temperaturas, este virus puede reducir su intensidad.
Una de las conclusiones más repetidas fue la siguiente: puede pensarse que las condiciones climáticas del verano ayuden a reducir la intensidad de la pandemia y que el virus tenga cierta estacionalidad, pero este virus es muy infeccioso y sigue provocando pequeños brotes aunque estemos en verano. Se apela a la responsabilidad. El verano favorece que cambiemos nuestros hábitos, pasemos más tiempo fuera de casa y la transmisión sea más difícil si estamos al aire libre.
Hemos aprendido a llevar la mascarilla y a lavarnos las manos frecuentemente, por lo que se apunta a que habrá menos transmisiones, pero el virus es el mismo, continúa presente y ha venido para quedarse, posiblemente años. En otoño, los hábitos volverán a cambiar, estaremos más en casa o en la oficina y el virus va a estar esperando, pues se ha comprobado que, si hay ciertas aglomeraciones en espacios cerrados, los contagios se disparan.
Otras voces ya lo comentaron
La radiación solar también influye en el número de casos que se diagnostican, pues un reciente estudio de investigadores del Hospital Clínic y el Instituto de Investigaciones Biomédicas Agustí Pi i Sunyer ha comprobado que una alta radiación está asociada con una menor incidencia del coronavirus y, para ello, han analizado los factores climatológicos y demográficos asociados a la expansión de la enfermedad en diferentes regiones del planeta. Determinaron que hubo un mayor número de contagios en lugares con una baja radiación solar y una alta densidad poblacional y es que, aunque la radiación ultravioleta no es suficiente por sí sola para frenar el virus, el efecto protector de la radiación solar era de una magnitud similar al aumento asociado a la densidad poblacional, y el aumento de la radiación que se producirá en estas semanas puede ayudar a disminuir su progresión.
Por otra parte, y desde una perspectiva biogeográfica, una reciente investigación de la Universidad de Alicante ha revisado la literatura científica publicada hasta el momento sobre el efecto del tiempo atmosférico y el clima sobre la distribución del nuevo coronavirus SARS-CoV-2. En él se ha concluido que existe una dependencia espacial y temporal en la distribución global del patógeno, que el ser humano ha sido el vector fundamental de su propagación y que la distribución global está condicionada por el mapa de la movilidad de la población y la conectividad geográfica, pero que se acepta que los factores ambientales guardan un papel protagonista en dicha propagación.
Se apunta, por tanto, que las condiciones idóneas para el COVID se relacionan con un ambiente fresco y seco, en el contexto de un clima mesotérmico y que ello podría imprimir una componente estacional a la pandemia. Aunque insisten en que dicho virus se encuentra en una fase de propagación activa y resulta claramente precipitado -por no decir incorrecto- asumir la hipótesis de que su distribución actual está en pseudoequilibrio con el clima.
Referencias
Con cierta contundencia -y timidez- muchos expertos han estado durante toda la pandemia augurando una posible correlación entre la propagación y expansión de la COVID y el aumento de las temperaturas. Algunos comentaron la posibilidad de que su propagación se redujera con la llegada del calor, pues, tras varias semanas donde el número de afectados cada vez era más bajo y las temperaturas iban progresivamente aumentando, se llegó a plantear de manera formal que, llegado el verano, el virus podría quedar aletargado.
Otros en cambio han echado la vista atrás y, tras la experiencia vivida con la gripe A en 2009, han buscado diferencias y similitudes y han intentado equipararlo con respecto al coronavirus actual para poder arrojar un poco de luz en cuanto a su posible comportamiento durante este verano, el cual acabamos prácticamente de inaugurar. A finales de junio de aquel entonces, el porcentaje de muestras positivas -un indicador de la intensidad de la circulación viral- se situó en valores superiores al 25% y, llegado el otoño, las tasas de detección viral se registraban por encima del 40%. Hecho que demuestra que la tasa global de incidencia de gripe aumentó progresivamente durante el verano de 2009, y que da pistas de cómo podría comportarse la COVID en esta ocasión.