¿Hemos aprendido con 'Filomena'?: “No tenemos capacidad de adaptación”

La borrasca ‘Filomena’ y su posterior ola de temperaturas gélidas, que ha dejado cubierta de nieve y hielo buena parte del centro peninsular ha puesto contra la cuerdas la gestión de recursos para paliar las consecuencias de los temporales. A la vista de sus efectos en ciudades especialmente afectadas como Madrid, Toledo y Guadalajara, y en decenas de pueblos aislados o sin suministro de agua y luz, la conclusión que se puede extraer es la misma: “No estamos preparados”, no ya solo para este tipo de nevadas sino para los cambios bruscos de temperatura que pueden acompañarlas y que forman parte de los efectos del calentamiento global.

Así lo considera el biólogo, ecólogo y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), Máximo Florín, quien analiza para elDiarioclm.es este episodio meteorológico y sus repercusiones en la sociedad. Según explica, es cierto que este tipo de nevadas no son muy frecuentes pero las probabilidades de que haya una cada 30 o 40 años son grandes. Es en el caso de las temperaturas donde la cuestión sí resulta más especial.

“La Tierra es un súper oganismo vivo, como apunta la Teoría de Gaia de James Lovelock, y se reajusta, como todos los organismos vivos, para mantener sus condiciones internas estables frente a las variaciones del exterior. Ahora está reaccionando al efecto invernadero generado por causas antrópicas provocadas por los humanos, y es más que posible que haya reajustes muy repentinos”, argumenta respecto a la ola de frío.

Florín deja claro que analizar la borrasca ‘Filomena’ como un efecto directo del cambio climático llevará, por tanto, más tiempo, pero que, de cualquier forma, es en el clima donde debe ponerse el acento. De hecho, aporta datos del Observatorio de la Sostenibilidad sobre los cambios que se han producido en las ciudades españolas desde principios del siglo XX hasta la actualidad, donde llama la atención que las olas de frío y de calor, aunque han existido siempre de forma cíclica y predecible, desde 1980 son “más caóticos, suben y bajan sin apenas transición”.

Cambio del clima en algunas regiones

“También hemos observado que, antes, cuando ocurrían los ciclos de aumento y disminución de temperaturas, las provincias más sensibles eran un grupo determinado, y sin embargo, desde ese mismo año, son otras muy diferentes”. ¿Qué significa esto? El ecólogo explica que el clima mediterráneo que tenemos en la Península Ibérica, “muy reciente geológicamente”, puede estar cambiando “drásticamente” y es posible que algunas regiones se estén haciendo más mediterráneas y otras más áridas con “cambios bruscos” de un territorio a otro.

En este sentido, recuerda que para medir este tipo de cambios, como para medir un episodio climático, es necesario contar con una perspectiva de al menos 30 años de datos. Por eso, ‘Filomena’ ha sido un capítulo “raro” porque en enero no suele nevar ni llover con tanta intensidad, pero lo enmarca dentro de cierta normalidad.

Lo que sí considera fundamental son los estragos y consecuencias que el temporal ha dejado. “Tenemos mucho que aprender, y debemos estar preparados, porque no tenemos capacidad de adaptación. Una de las labores más importantes con el cambio climático es nuestra adaptación y resulta que estamos restando recursos a esa adaptación, con lo cual ya vamos bastante mal”, avisa. Pone como ejemplo el hecho de que en regiones como Madrid no se hayan movilizado recursos como los bomberos forestales para retirar la nieve y el hielo, puesto que disponen de material adecuado para ello.

Por eso no duda en afirmar que la lección fundamental de episodios meteorológicos como ‘Filomena’ es que “esto puede ser cada vez más frecuente y más intenso”. “La Tierra y muchos ecosistemas y especies han sobrevivido a grandes cambios naturales mucho peores, pero el ser humano lo tiene muy complicado con los efectos actuales si no se adapta. Y no me refiero a la adaptación evolutiva, sino a un cambio que debe producirse en cuestión de décadas, de aquí a 40 años como mucho”.

Otra de las conclusiones a extraer también tiene que ver con el modelo de relaciones sociales. Florín defiende que, tanto en el caso de la adaptación al cambio climático, como en el de la pandemia de COVID-19, han afrontado mejor sus efectos las sociedades más colectivistas del sureste de Asia. “Eso se puede aplicar a la situación de la nevada: los barrios, las asociaciones y plataformas vecinales están respondiendo mejor que las grandes empresas. También debemos apostar por los productores locales y el comercio de proximidad, porque eso nos da una cierta seguridad y autonomía. Evidentemente vivimos en un mundo globalizado, pero es muy importante que potenciemos lo que tenemos cerca porque en condiciones como esta nos va a ayudar muchísimo”, concluye.