El ser humano primero se hizo sedentario y después inventó el peine para tratar de disimular su naturaleza nómada y libre. La rebeldía y el cambio interior empiezan por el exterior del cráneo, dejándose el pelo largo, rapándose al cero, tiñéndose de morado o simplemente dejando la cabellera libre y salvaje. Hay quien dice que los niños pequeños se dividen en dos tipos, a los que les gusta peinarse y que los peinen, y los que patalean cada vez que alguien osa acercarse a su pelo, sea amigo o enemigo.
Libres y salvajes. Así crecimos en las calles del barrio y del pueblo, cuando “una bici y unos donettes”, eran todo el equipaje que necesitábamos para explorar las montañas y trepar por las ramas. Así lo canta Karmento en “Devenir” y algo similar escribe Ana Iris Simón en “Feria”.
Suelen decir que no es conveniente mezclar churras con merinas y que los temas es mejor tratarlos de uno en uno, pero como dice el refranero, “A por uno voy, dos vengáis, si venís tres, no os caigáis”. Así que, aún a riesgo de confundir al profano y mezclar en la cabeza ajena a la Mancha de Ciudad Real con la Mancha de Albacete, o a la jota manchega con la seguidilla, en mi imaginario de lector y de escuchante, Karmento y Ana Iris Simón forman parte de la misma experiencia.
Campo de Criptana (Ciudad Real) y Bogarra (Albacete) son los puntos de partida de dos maneras de ver el mundo. Sólo ciento cincuenta y cinco kilómetros de distancia que se tardan más de dos horas en recorrer, aunque gran parte de ellos transiten por las interminables llanuras manchegas.
Ambas biografías, atrapadas entre dos crisis y dos mundos. Entre el mundo rural que forma parte de su energía vital y la emigración como una vía de supervivencia. Karmento fue y volvió. Ana Iris fue pero nunca marchó del todo. Llegar a Malta y regresar transformada como hizo Karmento o crecer recorriendo los pueblos en ese eterno devenir de los comerciantes ambulantes como fue lleva en el alma Ana Iris. Tierra y estirpe. Raíces, sonidos y viento en la cara. En algún momento trascendental de la historia de la Humanidad, el ser humano dejó de caminar errante y decidió establecerse en un lugar concreto, pero eso no borró su deseo de seguir volando y navegando en barcos de vela latina.
“Feria”, el libro de Ana Iris Simón, no busca la metáfora ni la metonimia, sino que en sus páginas contiene el cacareo de las calles manchegas, la alegría de los días de mercado, el hablar con requiebro y un sabor a verdad que se queda en el paladar. Mientras, Karmento canta “La manchega en la azotea”, el cacareo sale de las páginas y se pega al alma.
La risa y la carcajada ocasional sirven para que las tragedias cotidianas sean asumibles y se puedan llevar sobre los hombros para seguir caminando. Como hace la música, como hacen las historias, como hacen los chistes, como el baile del pueblo, como el abrazarse todos juntos cuando llegan las tormentas. Estamos ante dos trabajos artísticos mucho más trascendentes de lo que una lectura o una escucha superficial puedan dar a entender.
No sería justo que este río de ruido y vértigo en el que habitamos acallara las canciones de Karmento, ni que pasaran desapercibidas. Estamos ante una obra mayor, plena de sentido, de ritmos y de sentimientos, donde cada acorde tiene su peso y cada palabra su sentido. Es uno de esos trabajos que merecen atención y una segunda escucha detenida para captar sus matices y disfrutarlo con toda su belleza.
El caso de “Feria” es inverso. Entra suave y fácil, pero cuando está dentro explota, dejando huella y sacando al exterior el niño que fuimos en un mundo dividido entre Simones y Feriantes, que sólo en contadas ocasiones, cruzan sus caminos en la tierra para que unos grandes ojos infantiles aprendan que “seguimos vivos en las historias que contamos”.
Dos obras que enseñan, en palabras de Ana Iris Simón, “que las manos con callos del azaón, las manos curtidas de tierra, sol y viento también saben, también tienen que acariciar la historia, la poesía, los libros”... y la música.