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Uno podría preguntarse quién tuvo por primera vez la idea de atesorar libros con el único fin de que alguien pudiera tomarlos, leerlos y devolverlos y que otro lector pudiera repetir el mismo proceso. Podemos conocer las bibliotecas más antiguas que existieron, algunas porque se encontraron bajo escombros, otras —las más desafortunadas— las conocemos por documentos igualmente antiguos; también podemos conocer las primeras modernas —todavía muy restringidas a la ciudadanía en general—, en las que había que suscribirse y pagar una cuota; y conocemos las primeras gratuitas, hecho que supuso una innovación y una apertura educativa y cultural. Y entre esas innovaciones conocemos anécdotas como las de nuestros filántropos del 98, que cargaban en burros los libros y recorrían las sierras —como senderistas de hoy— de pueblo en pueblo.
En fin, la biblioteca tiene historia, y mucha, paradójicamente tiene más historia que los libros cuyo formato manejamos (y me refiero a los de papel, no a los electrónicos). Quizás no podamos saber nunca quién la inventó, por lo que hoy, 24 de octubre, Día Internacional de las Bibliotecas, no se ha fijado en honor a una persona concreta, sino que, desgraciadamente, se ha fijado en recuerdo de la biblioteca de Sarajevo. Esta ardió durante la guerra, pero algo tan intenso como es el sentimiento de hermandad cultural hizo que muchos países, entre ellos el nuestro, la reconstruyera y la colmara de nuevos volúmenes. Y es que las bibliotecas podrán encontrarse en lugares concretos, pero sean cuales sean esos lugares, las bibliotecas pertenecen a los lectores, habiten donde habiten, indiferentemente de la época en la que vivan.
Hoy en día, al menos en nuestra Comunidad Autónoma, no encontraremos una localidad que no tenga una biblioteca, o por donde no se traslade un bibliobús prestando y recogiendo libros, o donde no haya servicio de extensión bibliotecaria. Pero eso es únicamente una de los tantos y variados servicios que las bibliotecas nos ofrecen en el siglo XXI. Las bibliotecas ya no son almacenes de libros que esperan a ser prestados o consultados.
Hoy las bibliotecarias y bibliotecarios organizan eventos tan dispares entre sí como clubes de lectura o exposiciones de arte, certámenes de cartas de amor o conferencias sobre la historia de algún hecho histórico insólito, actividades de animación a la lectura o la organización de un vídeo fórum, tantas y tantas actividades diferentes como las que bibliotecarias y bibliotecarios sean capaces de imaginar.
Castilla-La Mancha puede sentirse orgullosa de sus bibliotecas. De los 370 premios ‘María Moliner’ que ha concedido el Ministerio de Cultura y Deporte en 2021, 70 han sido conseguidos por nuestras bibliotecas, es decir, un 20 por ciento. Nuestra región es la tercera que más invierte en servicios bibliotecarios por habitante en nuestro país, convirtiéndose en un servicio cultural estable, hasta tal punto que es el segundo servicio más visitado en nuestra Comunidad Autónoma con 6.000.000 de visitas, por detrás de la sanidad, adonde se suele asistir por motivos muy diferentes.
Una biblioteca no deja indemne a quien la visita. Quien pasee por ellas se sorprenderá de su dinamismo, lejos de la imagen que muchos tienen de ellas; descubrirá, con seguridad, una actividad a su medida, y si no es así, aceptarán encantados nuevas propuestas; aprenderá en cada visita algo nuevo, posiblemente de la materia que menos se espera; conocerá un universo de educación, de cultura y de ocio, pues como dice el filósofo Santiago Beruete, el conocimiento es el alimento del intelecto y, las bibliotecas, los graneros del saber.
Uno podría preguntarse quién tuvo por primera vez la idea de atesorar libros con el único fin de que alguien pudiera tomarlos, leerlos y devolverlos y que otro lector pudiera repetir el mismo proceso. Podemos conocer las bibliotecas más antiguas que existieron, algunas porque se encontraron bajo escombros, otras —las más desafortunadas— las conocemos por documentos igualmente antiguos; también podemos conocer las primeras modernas —todavía muy restringidas a la ciudadanía en general—, en las que había que suscribirse y pagar una cuota; y conocemos las primeras gratuitas, hecho que supuso una innovación y una apertura educativa y cultural. Y entre esas innovaciones conocemos anécdotas como las de nuestros filántropos del 98, que cargaban en burros los libros y recorrían las sierras —como senderistas de hoy— de pueblo en pueblo.
En fin, la biblioteca tiene historia, y mucha, paradójicamente tiene más historia que los libros cuyo formato manejamos (y me refiero a los de papel, no a los electrónicos). Quizás no podamos saber nunca quién la inventó, por lo que hoy, 24 de octubre, Día Internacional de las Bibliotecas, no se ha fijado en honor a una persona concreta, sino que, desgraciadamente, se ha fijado en recuerdo de la biblioteca de Sarajevo. Esta ardió durante la guerra, pero algo tan intenso como es el sentimiento de hermandad cultural hizo que muchos países, entre ellos el nuestro, la reconstruyera y la colmara de nuevos volúmenes. Y es que las bibliotecas podrán encontrarse en lugares concretos, pero sean cuales sean esos lugares, las bibliotecas pertenecen a los lectores, habiten donde habiten, indiferentemente de la época en la que vivan.