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Los derechos humanos nunca serán adoctrinamiento

María Pérez

Docente en Castilla-La Mancha —

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Estos últimos días me siento triste como docente, triste e instrumentalizada. Jamás pensé que se cuestionarían los contenidos que trabajamos en nuestras aulas. Y jamás pensé que ciertos contenidos de respeto y tolerancia se considerarían adoctrinamiento.

Una vez más somos la diana de acusaciones muy graves que atentan directamente contra nuestra profesión e integridad docente. Estos días hemos sido señalados y señaladas alegremente por, ni más ni menos, que adoctrinar al alumnado. No sé si en esas afirmaciones tan categóricas hay desconocimiento, torpeza o mala fe (o una mezcla de todo). Precisamente los y las docentes apreciamos la diversidad de opiniones y, para asegurar que las decisiones sobre charlas o talleres complementarios sean plurales no se deciden por parte de un solo profesor; estas decisiones siempre son consensuadas en el seno del equipo docente y se informa de ellas en un órgano amplio en los centros educativos donde están representadas todas las partes que, sobra decir, tienen voz: alumnado, familias y profesorado.

Pareciera que lo que se está persiguiendo (y consiguiendo) con este cuestionamiento es desautorizar la palabra de los centros educativos y, a la postre, la de los y las docentes. No nos engañemos, no es una cuestión de quién es propietario o no de nuestros hijos e hijas, sino de la confianza que se tiene en el sistema educativo, en los equipos docentes y en la democracia interna de los centros. Me resulta imposible que uno de los partidos que ve adoctrinamiento en las aulas en la Región de Murcia sea el mismo que la ha gobernado durante las dos últimas décadas, con una ley educativa desarrollada por ese mismo partido que deja un amplio margen a las  Comunidades Autónomas y centros para llevar a cabo las charlas que estimen oportunas. Si se han realizado dichas charlas y talleres es porque hay una demanda de ellas desde la realidad de nuestro alumnado, y eso lo sabe cualquiera que esté dentro de un aula.

Casualmente, los contenidos que han sido señalados no son aquellos puramente académicos, sino aquellos que tienen que ver con la parte más humana del alumnado. Como docentes, trabajamos para que nuestro alumnado entienda que no hay diferencias entre ellos y ellas, que no hay normalidad (la mía) y anormalidad (la de los demás), que la normalidad es todo aquello que elijamos, que los prejuicios personales están de más y que solo el hecho de estar en este mundo nos convierte en personas iguales, cien por cien respetables y cien por cien comprendidas. Los docentes buscamos que las aulas sean espacios seguros donde nadie se sienta infravalorado, donde nadie sienta que es menos que los demás por ninguna cuestión. Si hay familias que prefieren crear jerarquías por orientación o identidad sexual, por origen, por manera de ser, su lugar está entonces en los colegios privados que diferencien a las personas atendiendo a diferentes criterios.

Pero quizá no sea eso lo que les molesta. Quizá lo que les molesta no son las charlas, sino que la sociedad avance hacia un lugar que ellos detestan, les molesta que haya pluralidad y que no todo el mundo piense como ellos, les molesta lo diferente, les molesta no controlar el mundo plural, diverso y tolerante que les queda por descubrir a sus hijos e hijas. No seamos ingenuos: esto no es un debate educativo, por eso jamás hemos oído quejarse a estos partidos de las ratios, que es una de las razones que más lastra la calidad de la educación en las aulas. Lo que se está buscando es intoxicar los centros educativos, el último y sagrado peldaño para cualquier sociedad que valore su futuro. Buscan trasladar la crispación de los espacios políticos a las aulas, buscan crear fracturas no solo entre el propio profesorado y las AMPAS sino incluso, y lo que me parece más grave, buscan crear una distinción entre el propio alumnado, haciendo patentes entre ellos y ellas las diferencias que vienen de casa, “adultizando” espacios con temas que naturalmente deberían quedar lejos de nuestras aulas.

Pero sí, en algo tienen razón, hemos de confesarlo. Sí, hay una guía que reina en los centros educativos: es la de los derechos humanos. Los docentes entendemos que los derechos humanos es ese paraguas de mínimos sobre el que construir la sociedad del futuro. Jamás, ninguna charla o taller de ningún centro educativo irá en contra de los derechos humanos; al contrario, fomentará que se hagan una realidad, que nuestros alumnos y alumnas sepan que son sujetos de los mismos por el hecho de nacer y que siempre habrá alguien que vele por ellos.

Me da pena que el alumnado sea un mero instrumento para causar división y usarlo como arma discursiva electoral y que el profesorado sea señalado como verdugo. El respeto, la diversidad y la tolerancia nunca serán ideología. Los derechos humanos nunca serán adoctrinamiento. Y qué pena de aquella persona que piense lo contrario.

Estos últimos días me siento triste como docente, triste e instrumentalizada. Jamás pensé que se cuestionarían los contenidos que trabajamos en nuestras aulas. Y jamás pensé que ciertos contenidos de respeto y tolerancia se considerarían adoctrinamiento.

Una vez más somos la diana de acusaciones muy graves que atentan directamente contra nuestra profesión e integridad docente. Estos días hemos sido señalados y señaladas alegremente por, ni más ni menos, que adoctrinar al alumnado. No sé si en esas afirmaciones tan categóricas hay desconocimiento, torpeza o mala fe (o una mezcla de todo). Precisamente los y las docentes apreciamos la diversidad de opiniones y, para asegurar que las decisiones sobre charlas o talleres complementarios sean plurales no se deciden por parte de un solo profesor; estas decisiones siempre son consensuadas en el seno del equipo docente y se informa de ellas en un órgano amplio en los centros educativos donde están representadas todas las partes que, sobra decir, tienen voz: alumnado, familias y profesorado.