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Elecciones y la curva del gran Gatsby

Carlos Pedrosa. Secretario General de UGT Castilla-La Mancha

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El economista Alan B. Krueger, asesor de Barack Obama, introdujo en 2012 el concepto de 'curva del gran Gatsby'. El nombre viene de la obra homónima de Scott Fitzgerald y la cosa no deja de tener cierta sorna, ya que en la mencionada novela Jay Gatsby encarna a un enigmático millonario famoso por su vida sin freno y una fortuna de origen más sospechoso que desconocido, que termina arruinado descubriéndose finalmente su origen humilde como hijo de unos granjeros pobres.

La curva que lleva su nombre relaciona la baja movilidad social con la desigualdad excesiva; viene a ser la vara de medir la injusticia.

Después de varios años de incertidumbre y crisis económica, política, social e institucional –en mi opinión también de género y ecológica– y tras la maratón electoral, se debería abrir un horizonte de dialogo y estabilidad que produjera cambios tan evidentes como necesarios. No hay economista ni organismo internacional que no señale que el ascensor social en España está roto; en este país los mecanismos sociales y económicos que permiten a las nuevas generaciones progresar respecto a la situación de sus progenitores no funcionan. Cualquier español, más si es española, nacido en una familia de bajos ingresos o en determinados territorios tarda hasta cuatro generaciones en alcanzar un nivel de renta medio.

Confieso la sorpresa que me ha generado la incomodidad, cuando no el rechazo, que he percibido incluso en círculos progresistas al señalar yo el territorio donde naces y paces como generador de desigualdades. Como si nacer y vivir en esa España nuestra fuese un sino inamovible y generador de inequidad –Resulta curiosa la forma machacona con la que periodistas, políticos y expertos hablan y escriben de regiones periféricas y de interior en España como si la Comunidad de Madrid fuese homologable a las Castillas, Extremadura, Asturias, etc...; y no más con el Levante, la Cornisa Cantábrica o Cataluña–. A veces no puedo soslayar la sensación de que molesta nuestra presencia y nuestros problemas; me vienen a la memoria escenas tan habituales en la novela y cine de finales del XVIII y principios del XIX, donde el burgués bien arropado ignora y bufa molesto cuando el pobre le extiende la mano.

En este país de nuestros desvelos los más pobres se adhieren a la precariedad y los ricos se adhieren a la abundancia, lo que cuestiona esos discursos de bajadas y ñapas fiscales de los unos y los otros. En cualquier caso, se habla de urgentes y necesarias mejoras en materia de crecimiento económico y en materia educativa para combatir la creciente inequidad en el Reino. Pero, y según un estudio reciente de Caixa Bank Research, para revertir a base de crecimiento económico en exclusiva la caída en el número de niños y niñas que en edad adulta tienen más ingresos que sus padres, necesitaríamos que el PIB creciera en entornos superiores al 6% anual.

En cuanto a la Educación, Michele Raitano pone de relieve como en los países más desiguales –Y señala Italia, Reino Unido y España, otra vez mi España– se aprecia actualmente una brecha salarial considerable entre jóvenes que teniendo una misma educación proceden de un entorno familiar diferente y más o menos privilegiado. Esto rompe la idea a mil generaciones repetida por los educadores a sus alumnos: “fórmate bien, trabaja duro y tendrás un futuro mejor y buenas perspectivas laborales”.

Por qué entonces ese eterno debate sin soluciones entre gobierno y oposición: fracaso escolar y leyes de educación en vez de empleo digno, salarios, protección social, barrio, biblioteca, cultura… O mejor lo uno y lo otro.

Pero si la educación, siendo imprescindible, y el crecimiento económico, necesario, no bastan, ¿por qué no mejoramos en origen reduciendo la desigualdad en las familias y entre territorios? España tiene que liberar el ascensor social de sus anclajes a base de más y mejor gasto en educación y desarrollo, sobre todo industrial y en esto los Presupuestos son imprescindibles. Pero también tiene que romper con la ausencia de meritocracia, como diría Auguste Comte en España “los muertos todavía gobiernan a los vivos”.

Yo no sé al inicio de tanta legislatura si Millás tiene razón cuando hace escasos días escribía: “Estos políticos no quieren arreglar el mundo, quieren un sueldo fijo y disponer de las tardes”. Pero lo que si sé es lo que dije con motivo del pasado Primero de Mayo: “No os elegimos para que tengáis un sueldo a final de mes, sino para tenerlo nosotros y que sea digno y suficiente”.

El economista Alan B. Krueger, asesor de Barack Obama, introdujo en 2012 el concepto de 'curva del gran Gatsby'. El nombre viene de la obra homónima de Scott Fitzgerald y la cosa no deja de tener cierta sorna, ya que en la mencionada novela Jay Gatsby encarna a un enigmático millonario famoso por su vida sin freno y una fortuna de origen más sospechoso que desconocido, que termina arruinado descubriéndose finalmente su origen humilde como hijo de unos granjeros pobres.

La curva que lleva su nombre relaciona la baja movilidad social con la desigualdad excesiva; viene a ser la vara de medir la injusticia.