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Hoy, día de la Virgen del Sagrario, al bajar los escalones del claustro catedralicio para beber el sagrado líquido de los botijos, centramos nuestra atención en la “esencia” del toledanismo, de nuestro patrimonio cultural, ya que entendemos que beber agua del botijo es algo más que un rito o una tradición, entra de lleno en lo que sentimos por nuestro patrimonio inmaterial.
Dedicábamos a los rótulos que diseñara Alberto Corazón, el segundo de los artículos con los que comenzamos en busca de lectores a través de La Tribuna de Toledo para interesarlos por nuestro patrimonio. Letreros que puso el ayuntamiento capitalino en el callejero de la ciudad (11-XI-1999) y lo hicimos por dos motivos: por la sustitución -y en algún caso la destrucción- de las anteriores placas que indicaban el nombre del viario toledano, alguna de ellas de considerable valor artístico y antigüedad, y, por otro lado, porque era un paso más en la “presentación de la ciudad”, en la “cosificación” del patrimonio cultural.
Hoy, veinticinco años después, el mundo ha cambiado notablemente, tanto por los avances tecnológicos como por los comportamientos sociales. Los medios de comunicación e información se han multiplicado, así como su capacidad de llenar todos los espacios de nuestra geografía y de la vida diaria, y, la imagen lo es todo. Y ya no hablamos del viajero o del turista, se habla del usuario/consumidor, de un ocio voraz y de unos destinos que se han convertido en mercancía.
Luego está la tercera parte de esta ecuación: los gestores públicos, fundamentalmente municipales, ya sean de la concejalía de urbanismo, turismo, festejos o cultura, que aúnan esfuerzos por añadir su granito de arena a esta corriente común: señalética, iluminación o elementos urbanos van añadiéndose a la vía pública de forma que el monumento, el conjunto histórico y el paisaje urbano o periurbano se va envolviendo con todo tipo de elementos que apenas añade algo sustancial o al que, por falta de mantenimiento, se convierte en un “feísmo” más que añadir a la lista de nuestro querido amigo Luis Peñalver.
A todo esto hay que agregar la dejadez por hacer cumplir las ordenanzas municipales o el sentido común por parte de lo que en otro momento se llamaba “policía y buen gobierno” en la gestión pública: rótulos comerciales, elementos de exhibición o reclamo en mitad de la vía o terrazas que llenan los espacios urbanos, azoteas o paseos de cenadores, sombrillas u otros elementos accesorios.
Al final, el visitante o el diletante que quiere disfrutar del patrimonio cultural pone todos sus esfuerzos en desbrozar todo lo superfluo que le impide ver y deleitarse en un monumento, su paseo por el Casco Histórico o a través de su mirada por el paisaje circundante.
Creemos que, aplicando precisamente las nuevas tecnologías, diseñando buenas ordenanzas municipales -y haciéndolas cumplir-, podríamos ver, valorar con más nitidez nuestro patrimonio cultural. Esperemos que este parón veraniego haga que nuestros munícipes reflexionen y, al volver de otras latitudes donde verán buenas o malas prácticas sobre la gestión del patrimonio cultural, actuar de una manera más ecuánime.
Hoy, día de la Virgen del Sagrario, al bajar los escalones del claustro catedralicio para beber el sagrado líquido de los botijos, centramos nuestra atención en la “esencia” del toledanismo, de nuestro patrimonio cultural, ya que entendemos que beber agua del botijo es algo más que un rito o una tradición, entra de lleno en lo que sentimos por nuestro patrimonio inmaterial.
Dedicábamos a los rótulos que diseñara Alberto Corazón, el segundo de los artículos con los que comenzamos en busca de lectores a través de La Tribuna de Toledo para interesarlos por nuestro patrimonio. Letreros que puso el ayuntamiento capitalino en el callejero de la ciudad (11-XI-1999) y lo hicimos por dos motivos: por la sustitución -y en algún caso la destrucción- de las anteriores placas que indicaban el nombre del viario toledano, alguna de ellas de considerable valor artístico y antigüedad, y, por otro lado, porque era un paso más en la “presentación de la ciudad”, en la “cosificación” del patrimonio cultural.