Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
El pasado domingo terminó la IX Edición de la Feria del Libro de Toledo, que tuvo lugar en la plaza de Zocodover del 10 al 18 de mayo. Este año la feria, según comentamos los participantes, ha sido «más floja» en cuanto a ventas y participación ciudadana que el año anterior. Comienzo mi reflexión transmitiendo al lector esta sensación, porque nueve días conviviendo con el resto de profesionales de la ciudad en lo que una vez fue su zoco dan para charlar sobre muchos asuntos y para repetir una y otra vez las mismas preocupaciones. Y ésa fue la principal. Seguramente una de las razones fundamentales del descenso en las ventas es que, tanto libreros como editores, no conseguimos transmitir el espíritu de acercamiento a nuestros conciudadanos que la fiesta de los libros se merece. No somos capaces de atraer al grueso de los toledanos al espacio público que ocupamos durante más de una semana cada año, con la ilusión necesaria para convertir la Feria del Libro de Toledo en un acontecimiento humilde y reducido, poco ambicioso, pero que nos encantaría que fuese coqueto y elegante, riguroso y divertido, concreto y accesible, culturalmente interesante e imprescindible.
En esta edición hemos intentado atraer a gente joven, o, por lo menos, de la quinta de un servidor, un treintañero toledano, con música en directo, con una caseta llena de vinilos, con un concurso de carteles convocado junto a la Escuela de Arte «Toledo» para alumnos de la misma y su correspondiente exposición, con presentaciones al aire libre y con un esfuerzo por que los lectores de la ciudad encontraran nuevos títulos o redescubrieran otros fundamentales.
Pero, ¿qué necesita Toledo para sentirse orgullosa de su feria? ¿Una nueva ubicación? ¿Dividirse en dos fechas? ¿Viajar por los barrios de la ciudad? ¿Mucho más dinero para organizar actividades potentes? Sí, seguramente esto último sí, pero la coyuntura económica de nuestro país, de nuestra región, de nuestra ciudad no permite que el presupuesto de la feria sea todo lo «grueso» que desearíamos. Y eso que el Ayuntamiento siempre hace un gran esfuerzo por respaldar la organización de la feria y le estamos muy agradecidos por ello. Yo, particularmente, sueño cada año con convertir la Feria del Libro de Toledo en la hermana pequeña, o diminuta por lo menos, de Madrid. Lo mismo teníamos que organizarla en el Parque de Las Tres Culturas, nuestro pequeño Retiro, ¿quién sabe? Cada primavera imagino una feria llena de niños, de padres, de ávidos lectores buscando en los mostradores de las casetas, de personajes de cuento reales. Sueño con un torrente de llamadas de editoriales independientes del resto del país pidiendo la inscripción en nuestra feria. Con una buena terraza donde la gente pueda tomar un refrigerio entre libro y libro, etc. Pero el sueño no termina de hacerse realidad.
Sin embargo, no todo lo que sucede en la feria es «pobre», porque mi querida Petri, librera incansable de Hojablanca, se echa el «muerto» a las espaldas y «la cosa» sale adelante. Gracias, amiga mía. Así que las casetas de la feria cada temporada tienen mayor dignidad, de hecho este año hemos contado con dos puestos más que el anterior, el compadreo entre “los feriantes” es bastante agradable, y la música se va colando poco a poco debido al empeño que ponemos unos cuantos en que literatura y música vayan de la mano. Y es que, como me dijo hace un tiempo el escritor Joaquín Copeiro, «lo bueno que tenéis aquellos que os dedicáis al libro en cuerpo y alma es que el libro, precisamente, es un material noble, quizá el más noble de todos». Y ese objeto, el libro, nos salva de caer en el vacío, en el desconsuelo de no saber transmitir la ilusión necesaria a los toledanos para que acudan a visitarnos cada primavera. Yo, desde luego, seguiré pensando, buscando, imaginando con mi editorial, Descrito Ediciones, para que la Feria del Libro llegue a situarse en el lugar adecuado, tanto en espacio como en tiempo, en mi ciudad, Toledo, y nos alimente a todos, ciudadanos de esta tierra, con palabras y música, con cultura y con dignidad, algo que tanto necesitamos ahora que la crisis nos ha arrebatado casi todo. Comencemos de nuevo.
El pasado domingo terminó la IX Edición de la Feria del Libro de Toledo, que tuvo lugar en la plaza de Zocodover del 10 al 18 de mayo. Este año la feria, según comentamos los participantes, ha sido «más floja» en cuanto a ventas y participación ciudadana que el año anterior. Comienzo mi reflexión transmitiendo al lector esta sensación, porque nueve días conviviendo con el resto de profesionales de la ciudad en lo que una vez fue su zoco dan para charlar sobre muchos asuntos y para repetir una y otra vez las mismas preocupaciones. Y ésa fue la principal. Seguramente una de las razones fundamentales del descenso en las ventas es que, tanto libreros como editores, no conseguimos transmitir el espíritu de acercamiento a nuestros conciudadanos que la fiesta de los libros se merece. No somos capaces de atraer al grueso de los toledanos al espacio público que ocupamos durante más de una semana cada año, con la ilusión necesaria para convertir la Feria del Libro de Toledo en un acontecimiento humilde y reducido, poco ambicioso, pero que nos encantaría que fuese coqueto y elegante, riguroso y divertido, concreto y accesible, culturalmente interesante e imprescindible.
En esta edición hemos intentado atraer a gente joven, o, por lo menos, de la quinta de un servidor, un treintañero toledano, con música en directo, con una caseta llena de vinilos, con un concurso de carteles convocado junto a la Escuela de Arte «Toledo» para alumnos de la misma y su correspondiente exposición, con presentaciones al aire libre y con un esfuerzo por que los lectores de la ciudad encontraran nuevos títulos o redescubrieran otros fundamentales.