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Dos fechas, entre otras posibles, para homenajear a sus protagonistas. Una: el 1 de mayo de 1886, es decir, hace ciento veintiocho años, cientos de miles de trabajadores comenzaron en EE.UU. una huelga para reivindicar la jornada laboral de ocho horas. En Chicago, la respuesta patronal a las movilizaciones culminó con un número desconocido de muertos y de heridos, un juicio contra 31 sindicalistas y cinco condenas a muerte. La segunda: el 1 de mayo de 1891, en la comuna francesa de Fourmies, su población obrera decidió reclamar pacíficamente la jornada de ocho horas. La represión de las manifestaciones arrojó al menos diez trabajadores muertos y varias decenas de heridos. ¡Mucha sangre, mucho sudor y muchas lágrimas!
Un documento con una reivindicación histórica. «Reclamación de las sociedades obreras de Madrid al Gobierno con motivo del 1º de mayo de 1891»; en él se lee «lo que más necesita (el proletariado) es la ley que determine como jornada máxima de trabajo en todos los oficios ocho horas», y añade que «mientras esa ley no se dicte y practique no habrá modo de dar colocación a miles de obreros que carecen de ella». ¡Hace ciento veintitrés años!
Una filosofía laboral. Ocho horas de trabajo, ocho de sueño y ocho de ocio y familia. ¡Razonable y humanitaria! ¿O utopía aún?
Un dato histórico e incuestionable. Madrid, 1 de mayo de 1931. Multitudinaria manifestación encabezada, entre otros, por el ministro de Hacienda (Indalecio Prieto), Miguel de Unamuno (uno de los intelectuales más prestigiosos del momento), el ministro de Trabajo (Largo Caballero) y el alcalde de Madrid (Pedro Rico). Tras el mitin, se presentaron al Presidente de la República las siguientes propuestas: jornada de ocho horas, solución a la crisis del trabajo, construcción de viviendas baratas, implantación de seguros sociales, creación de escuelas, control sindical de las industrias, etc. Nueve días antes, el 22 de abril, el Gobierno provisional de la República española había decretado «la internacionalización práctica del principio de la jornada de ocho horas» y la solemnización del «símbolo de la misma dando carácter oficial a la Fiesta del Trabajo». ¡La República, con la ciudadanía!
Otro dato histórico, también incuestionable. Toledo, 1 de mayo de 1931. Carta pastoral del celebérrimo Cardenal Segura, Primado de España: «Séanos lícito también expresar aquí un recuerdo de gratitud a S. M. el rey don Alfonso XIII, que durante su reinado supo conservar las antiguas tradiciones de fe y piedad en sus mayores. ¿Cómo olvidar su devoción a la Santa Sede, y que él fue quien consagró a España al Sagrado Corazón de Jesús? Sí; los toledanos, dejando a un lado otros acontecimientos, recordaremos siempre aquel día en que puso su bastón de mando a los pies de Nuestra Señora de Guadalupe, y aquel otro del pasado mes de octubre en que, asistiendo al Concilio provincial celebrado en Toledo, nos hizo evocar otros gloriosos concilios toledanos que dejaron profundos surcos en nuestra vida nacional. La hidalguía y la gratitud pedían este recuerdo; que siempre fue muy cristiano y muy español rendir pleitesía a la majestad caída, sobre todo cuando la desgracia aleja la esperanza de mercedes y la sospecha de adulación». ¡Él, a lo suyo!
Una necesidad del presente, una obligación. Frente a los 5.933.300 parados (EPA) en el país y los 306.600 en Castilla-La Mancha, frente al pluriempleo de quienes no lo necesitan y a los salarios de 500 o 600 € por 10 o 12 horas de trabajo, hay que seguir luchando por acabar con la explotación del hombre por el hombre y por conseguir trabajo para todos, jornadas razonables y salarios justos. El 1 de mayo es una buena ocasión para arrimar el hombro.
Dos fechas, entre otras posibles, para homenajear a sus protagonistas. Una: el 1 de mayo de 1886, es decir, hace ciento veintiocho años, cientos de miles de trabajadores comenzaron en EE.UU. una huelga para reivindicar la jornada laboral de ocho horas. En Chicago, la respuesta patronal a las movilizaciones culminó con un número desconocido de muertos y de heridos, un juicio contra 31 sindicalistas y cinco condenas a muerte. La segunda: el 1 de mayo de 1891, en la comuna francesa de Fourmies, su población obrera decidió reclamar pacíficamente la jornada de ocho horas. La represión de las manifestaciones arrojó al menos diez trabajadores muertos y varias decenas de heridos. ¡Mucha sangre, mucho sudor y muchas lágrimas!
Un documento con una reivindicación histórica. «Reclamación de las sociedades obreras de Madrid al Gobierno con motivo del 1º de mayo de 1891»; en él se lee «lo que más necesita (el proletariado) es la ley que determine como jornada máxima de trabajo en todos los oficios ocho horas», y añade que «mientras esa ley no se dicte y practique no habrá modo de dar colocación a miles de obreros que carecen de ella». ¡Hace ciento veintitrés años!