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Paneles solares y ciudades históricas

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En cierta ocasión, un profesor de la Escuela de Arquitectura nos dijo que la imaginación pura no existe, que cualquier proceso creativo consiste en recomponer de forma diferente cosas que ya conocemos, de forma que si no hemos visto nada será imposible que podamos imaginar algo nuevo. Por este motivo, el mejor camino para aprender a ser un buen arquitecto, músico o cocinero no es dar rienda suelta a la imaginación, sino observar lo que nos rodea. Mirar, escuchar, degustar, ver lo que han hecho otros antes que nosotros e intentar comprenderlo.

Más tarde caí en la cuenta de que este alegato desmitificador del genio vacío no solo era útil para los estudiantes de arquitectura. Nos sirve a todos. Es muy difícil disfrutar de un paisaje, una comida o una sinfonía sin experiencias previas, porque en el fondo, lo que apreciamos es la excelencia de una buena recombinación de lo que ya conocemos. Da igual que seamos profesionales o ciudadanos deseosos de disfrutar del mundo que nos rodea, el placer estético que sentimos al observar un paisaje siempre se basa en referencias compartidas. Cuando estas referencias comunes no existen, o dejan de compartirse, tendremos atentados contra el buen gusto hagamos lo que hagamos, aunque estemos contemplando la obra de un genio o siguiendo al pié de la letra la mejor ordenanza del mundo.

Digo todo esto  para intentar explicar por qué ha sido siempre tan problemática la introducción de nuevos materiales o tecnologías en el paisaje urbano, especialmente cuando se trata de ciudades con una imagen basada en técnicas constructivas tradicionales que son reconocidas como propias por la mayor parte de de los ciudadanos, e incluso por los turistas, como suele ser el caso de las ciudades históricas. Es normal que sintamos algo de vértigo cuando aparece una técnica constructiva novedosa que pueda alterar está imagen, pero el vértigo no puede impedirnos avanzar.

¿Qué hacemos entonces con los paneles solares en Toledo? De momento, la solución oficial es negar el problema prohibiendo sistemáticamente cualquier instalación. Congelar la imagen. Algunos nostálgicos pensarán que ésta es la única solución para las ciudades históricas, que es lo mismo que decir que son incompatibles con la vida, pero son una minoría, o eso espero. Las prohibiciones responden más bien a una actitud perezosa, o a una sensación de impotencia. Sabemos que hay que hacer algo, pero no sabemos qué, cuesta trabajo averiguarlo e hibernamos al paciente hasta que alguien lo despierte cuando tenga la solución. El problema es que la congelación también puede matarlo.

El problema de los nuevos materiales es eterno, y afortunadamente esto nos permite aprender del pasado

No es la primera vez que nos enfrentamos a un problema de este tipo. Al fin y al cabo, cualquier paisaje es la huella que vamos dejando conforme vamos viviendo, y no hay vida sin cambio. El problema de los nuevos materiales es eterno, y afortunadamente esto nos permite aprender del pasado. Si echamos la vista atrás veremos que los comportamientos se repiten: rechazo inicial, imitación de formas antiguas con nuevos materiales y finalmente un cambio de los patrones estéticos compartidos, que acaban adaptándose a las nuevas tecnologías. Conocemos el final: las ciudades se llenarán de paneles, y la reciente crisis energética nos induce a pensar que el tiempo apremia, pero no hemos avanzado mucho en el proceso de adaptación estética y seguimos empeñados en la negación.

No hay materiales ni tecnologías buenas y malas, pero cuando aparece algo nuevo, se necesita un esfuerzo de adaptación hasta que todos somos capaces de depurar y compartir un nuevo lenguaje estético, y si queremos facilitar el proceso, lo último que debemos hacer es prohibirlo. Mas bien al contrario, tenemos que facilitar la transición hacia un nuevo lenguaje que haga compatible lo nuevo con lo viejo, y eso solo puede conseguirse andando. Un paisaje solo puede ser resultado de la decantación de una experiencia estética compartida, no de una norma, y mucho menos de una lista de prohibiciones. Hay que experimentar, probar soluciones con instalaciones pequeñas en lugares de bajo impacto, aprender, enseñar, copiar lo que funciona y desechar los malos resultados.  

A estas alturas, la industria ya nos ofrece soluciones capaces de adaptarse a todas las situaciones: paneles sin marco, translúcidos, de colores diferentes al negro, curvos, flexibles etc., que pueden instalase en cualquier posición, adaptándose a la forma de las cubiertas y muros existentes, o creando nuevas estructuras tan compatibles con lo viejo como los lucernarios, las pérgolas o los miradores. Tenemos muchas variables con las que jugar para encontrar el camino. Algunas ciudades históricas como Córdoba o Almagro ya se han puesto en marcha. Seamos nosotros los siguientes.

En cierta ocasión, un profesor de la Escuela de Arquitectura nos dijo que la imaginación pura no existe, que cualquier proceso creativo consiste en recomponer de forma diferente cosas que ya conocemos, de forma que si no hemos visto nada será imposible que podamos imaginar algo nuevo. Por este motivo, el mejor camino para aprender a ser un buen arquitecto, músico o cocinero no es dar rienda suelta a la imaginación, sino observar lo que nos rodea. Mirar, escuchar, degustar, ver lo que han hecho otros antes que nosotros e intentar comprenderlo.

Más tarde caí en la cuenta de que este alegato desmitificador del genio vacío no solo era útil para los estudiantes de arquitectura. Nos sirve a todos. Es muy difícil disfrutar de un paisaje, una comida o una sinfonía sin experiencias previas, porque en el fondo, lo que apreciamos es la excelencia de una buena recombinación de lo que ya conocemos. Da igual que seamos profesionales o ciudadanos deseosos de disfrutar del mundo que nos rodea, el placer estético que sentimos al observar un paisaje siempre se basa en referencias compartidas. Cuando estas referencias comunes no existen, o dejan de compartirse, tendremos atentados contra el buen gusto hagamos lo que hagamos, aunque estemos contemplando la obra de un genio o siguiendo al pié de la letra la mejor ordenanza del mundo.