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La protección social como certeza frente a la incertidumbre del virus

Vicente Rodríguez Montalvo - Trabajador social

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En nuestra naturaleza de seres humanos se encuentra la necesidad de servirnos de certezas para poder organizar nuestra vida satisfactoriamente y no morir por ello en el intento. Algunas de estas certezas vitales las podemos resumir de manera muy práctica al decir que no nos falte salud, dinero y amor. Cuando disponemos de tales certezas, cuando gozamos de una buena salud física y mental, tenemos una liquidez económica suficiente y podemos contar siempre con una con una red sólida familiar y de amistades como abrigo, solventamos mucho más fácilmente mucho de los problemas del día a día que implica vivir y somos más fuertes y tolerantes ante al porcentaje mínimo de incertidumbre que corresponde a la vida misma.

En el año 2020 una nueva enfermedad entró en escena e impactó de lleno en nuestras vidas alterando radicalmente muchas de nuestras certezas. De repente nos vimos bajo el asedio inclemente de una amenaza pandémica que con una facilidad letal se empezó a cobrar las vidas en masa de muchas personas. Aquello fue algo completamente nuevo y disruptivo que inmediatamente nos obligó a tomar unas medidas muy drásticas sobre la marcha si queríamos vencer el peligro que para la vida significaba. El lenguaje y la actitud que se tomaron fueron explícitamente bélico. Guerra, enemigo común, resistencia, héroes, heroínas... Eran las palabras designadas para describir la nueva realidad. Pronto tomamos conciencia de quién era el enemigo a batir y cuál era la disciplina colectiva a adoptar que para vislumbrar el camino hacia la victoria de la salud sobre la enfermedad. También hubo quién, aprovechándose de la situación, no dudó en reclamar su cuota de protagonismo, rompiendo filas y desafiando a la ciencia.

En medio de todo este caos inicial, esta tormentosa lluvia de bajas, de este reajuste social/individual, las víctimas potencialmente más vulnerables iban perdiendo la batalla en aquellos lugares, donde teóricamente se hallaban mejor y más protegidas; las residencias. Una de aquellas personas que no pudieron resistir el envite del COVID fue mi abuelo y la pareja de este. Lucharon hasta el final, en soledad, pero la pugna se resolvió finalmente a favor del dichoso virus que era mucho más joven que ellos.

Hoy, a más de dos años de aquellos tristes hechos, aún hay varios momentos durante el día en que la emoción me supera y alzo mi mirada hacia el cielo, en un gesto discreto e íntimo. Pero ahora he logrado mutar ese dolor en ilusión y fortaleza. Antes, en la oscuridad de mi duelo, era el deseo venganza el que exigía justicia. Ahora es la serenidad resultante del paso del tiempo, la que aboga por una sociedad más benefactora y más justa con los menos fuertes.

Hoy, ya vencido el trance que deja una perdida así, impropia de este siglo, solo pido, en primer lugar, el justo homenaje público a todos aquellos y aquellas que no pudieron sobrevivir al dichoso virus y, finalmente, también aprovecho para recordar una verdad que este virus ha vuelto a dar vigencia, pero que a veces torpemente olvidamos y es que no hay salvación posible si no es con todos.

En nuestra naturaleza de seres humanos se encuentra la necesidad de servirnos de certezas para poder organizar nuestra vida satisfactoriamente y no morir por ello en el intento. Algunas de estas certezas vitales las podemos resumir de manera muy práctica al decir que no nos falte salud, dinero y amor. Cuando disponemos de tales certezas, cuando gozamos de una buena salud física y mental, tenemos una liquidez económica suficiente y podemos contar siempre con una con una red sólida familiar y de amistades como abrigo, solventamos mucho más fácilmente mucho de los problemas del día a día que implica vivir y somos más fuertes y tolerantes ante al porcentaje mínimo de incertidumbre que corresponde a la vida misma.

En el año 2020 una nueva enfermedad entró en escena e impactó de lleno en nuestras vidas alterando radicalmente muchas de nuestras certezas. De repente nos vimos bajo el asedio inclemente de una amenaza pandémica que con una facilidad letal se empezó a cobrar las vidas en masa de muchas personas. Aquello fue algo completamente nuevo y disruptivo que inmediatamente nos obligó a tomar unas medidas muy drásticas sobre la marcha si queríamos vencer el peligro que para la vida significaba. El lenguaje y la actitud que se tomaron fueron explícitamente bélico. Guerra, enemigo común, resistencia, héroes, heroínas... Eran las palabras designadas para describir la nueva realidad. Pronto tomamos conciencia de quién era el enemigo a batir y cuál era la disciplina colectiva a adoptar que para vislumbrar el camino hacia la victoria de la salud sobre la enfermedad. También hubo quién, aprovechándose de la situación, no dudó en reclamar su cuota de protagonismo, rompiendo filas y desafiando a la ciencia.