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Cada 8 de septiembre se celebra el Día del Cooperante, ocasión en la que reconocemos el compromiso de todas aquellas personas que, lejos de sus hogares, luchan contra la pobreza, las desigualdades e impulsan un desarrollo sostenible. Es importante que realicemos un ejercicio de reflexión sobre nuestro papel en este mundo globalizado y obligatoriamente, hacernos una pregunta: ¿realmente somos los cooperantes imprescindibles para el desarrollo de un país o comunidad?
Después de más de seis años trabajando con comunidades rurales y marginadas de países africanos como Kenia, Mozambique o Etiopía, he comprendido que nuestro papel no debe ser el de protagonistas, sino el de facilitadores de la ayuda. Debemos reconocer nuestros privilegios y asumir esa responsabilidad para usarlos de manera ética.
En ocasiones se perpetúa el estereotipo del “salvador”, esa figura del extranjero occidental que llega a “solucionar problemas” invisibilizando las capacidades locales. Aunque la cooperación nace en un principio desde un compromiso con el bienestar global, debemos ser conscientes de que cuando se da este fenómeno se perpetúan las relaciones de desigualdad y dependencia.
Un buen o una buena cooperante nunca debe eclipsar a la propia comunidad en su camino hacia el desarrollo. Los indicadores, los resultados y las justificaciones deben quedar en un segundo plano y, como profesionales, debemos recordarnos que lo primordial es el bienestar y futuro de las personas que están detrás en cada comunidad. No todo recae en el cooperante, en muchos casos, estas prioridades burocráticas, las cuales pueden llegar a empañar el trabajo, suelen responder a estándares irreales institucionales que no reflejan la complejidad del trabajo en terreno. Es crucial adaptar estos enfoques evitando criterios irreales que desvirtúan las realidades locales.
Por ello creo firmemente en un modelo de cooperación que no limite el crecimiento social de una comunidad, sino que lo impulse. El verdadero desarrollo es aquel en el que las comunidades son las protagonistas de su propio futuro, y el cooperante juega un rol de apoyo, no de liderazgo. Organizaciones con las que he trabajado (Fundación Kirira en la actualidad) han ido adoptando esta filosofía, priorizando que sean los actores locales quienes decidan y gestionen los proyectos.
Son muchos los retos futuros, aun así, considero que nuestro trabajo sigue siendo clave en el apoyo de procesos de cambio liderados por las comunidades. Si mantenemos una visión centrada en el respeto y la colaboración, crearemos un impacto positivo y sostenible.
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