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La palabra templada de Santiago Sastre

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En un párrafo titulado ‘Sobre la inutilidad de los talleres de escritura’, el escritor Santiago Sastre escribe que estos talleres son útiles para aprender literatura y conocer algunas técnicas, pero que, no pueden enseñar a ser escritor. Efectivamente, ser escritor es un don y se nace con ese don. Naturalmente, ese don hay que cultivarlo.

Ser escritor es un don porque escribir literariamente es un acto de habla. Escribir y hablar tienen idéntica materia prima. Si bien la escritura literaria es un habla especial, un arte combinatorio que el buen escritor debe aplicar bien. Los hombres no aprendemos a hablar; tenemos el don de estar capacitados para hablar. Luego hay gente que habla mejor y gente que habla peor. Mi amigo Santiago Sastre concluye su párrafo escribiendo que “quien no tiene madera de escritor es difícil que lo consiga por muchos cursos en los que se matricule”.

Hace ya muchos años, Santiago Sastre, una generación más joven que yo, fue mi discípulo, pero después, y utilizo la expresión de Eduardo Chicharro, fundador del Postismo, dirigida a Carlos Edmundo de Ory; después de ser yo su maestro, “con el tiempo, él lo fue mío”. Y es ahora mi maestro precisamente por ese modélico estatuto de pródigo y excelente escritor que su trayectoria arrastra.

Él ha escrito mucha poesía, narrativa infantil, ensayo, teatro, novela. Es antólogo. La referencia del principio, ese párrafo titulado “Sobre la inutilidad de los talleres de escritura”, está contenido en su libro ‘La última camisa de Machado. Cavilaciones, lecturas y comentarios’, publicado en la Colección Lunaria de la toledana editorial Celya hace un par de años, y que ahora leo. El título alude a un dato vital de Machado. Cuando llega a Colliure, tan desvalido, y su madre y él se alojan en el hotel Bougnol Quintana, en la entonces Rue de la Parre, hoy Antonio Machado, algunas veces no podía bajar al comedor porque la única camisa que tenía se estaba lavando. 

El subtítulo de este libro ya indica con nitidez de lo que va: un conjunto de reflexiones amenamente escritas, variopintas, y que muestran el gran fondo cultural que el autor atesora. Se puede decir que la principal característica, global, de estos numerosos escritos, ordenados, en apariencia, aleatoriamente, es la de una filosofía práctica, un estudio animado, y alegre, de las posibilidades del hombre. No en vano, el bueno de Santiago afirma, quizá machadianamente, que “la utopía sirve para caminar”. Aboga por un “tú”, un tú siempre salvífico (Dios, el prójimo), al que el hombre está abocado. Dice: “Dicen los psicólogos que los niños primero tienen experiencia del tú y que posteriormente ya son capaces de elaborar la noción del yo”.

El libro recorre sustanciosas opiniones sobre escritores, filósofos, artistas en general: Gómez de la Serna, Heráclito, Cela, Proust, Lewis, Umbral. El juicio de Santiago Sastre sobre Francisco Umbral coincide con el mío: “Me gusta como articulista y como personaje público, siempre tan lenguaraz, tan políticamente incorrecto, como si estuviera por encima del bien y del mal, con una personalidad arrolladora”.

Yo sustituiría, en mi juicio, articulista por novelista. De todas formas, recuerdo un magnífico artículo suyo, a propósito de las trampas que cometieron algunos diputados en el Congreso, votando con el pie en el botón del vecino ausente; el artículo concluía: “La próxima vez votarán con el capullo”. También nuestro escritor trata de los géneros literarios y habla de ese inconsistente género que es el haiku: “Escribir formalmente un haiku es muy fácil, pero escribir uno que lleve en sus venas ese relámpago tan deslumbrante es lo difícil y se consigue pocas veces.” 

Hay en este volumen una deliciosa metáfora de empatía referida a los zapatos, variaciones sobre un clip, un elogio a la mano derecha, una mirada a las ventanas encendidas en la noche concebida como un venturoso presagio de la vida, y un muy sabroso ‘Inventario de tierras’: “No es lo mismo la tierra de un tiesto, la que labra el agricultor, la que divisó Rodrigo de Triana desde la Pinta, la que aguarda en un parque la llegada de los niños, la que sujeta a una montaña, la que entierra a un muerto. Cada una tiene su manera de estar firme”. ¡Asombroso! Al final, hay una ‘Oración por los poetas’, no sé si algo influida por la grandiosa ‘Oración por Marilyn Monroe“ de Ernesto Cardenal: ”Gracias, Señor, por los poetas, porque en ellos vuelves a crear el mundo. Con sus figuras literarias lo llenan todo de generosos parentescos. Todo llega por primera vez a la carne agradecida del lenguaje y recibe el bautismo de ser dicho. Cada poema es un ‘Levántate y anda’ y todo sale a pasear como si fuera un nuevo Lázaro“. En el poema todo es perfecto.

En un párrafo titulado ‘Sobre la inutilidad de los talleres de escritura’, el escritor Santiago Sastre escribe que estos talleres son útiles para aprender literatura y conocer algunas técnicas, pero que, no pueden enseñar a ser escritor. Efectivamente, ser escritor es un don y se nace con ese don. Naturalmente, ese don hay que cultivarlo.

Ser escritor es un don porque escribir literariamente es un acto de habla. Escribir y hablar tienen idéntica materia prima. Si bien la escritura literaria es un habla especial, un arte combinatorio que el buen escritor debe aplicar bien. Los hombres no aprendemos a hablar; tenemos el don de estar capacitados para hablar. Luego hay gente que habla mejor y gente que habla peor. Mi amigo Santiago Sastre concluye su párrafo escribiendo que “quien no tiene madera de escritor es difícil que lo consiga por muchos cursos en los que se matricule”.