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Soria 1 de agosto: las razones por las que uno acaba pasando el mes de agosto en Soria son indescifrables incluso para mí. Cuanto más vacía este esa parte del mundo mejor. No hay mar, sólo cielo, y un río donde uno todavía puede bañarse sin hacer el sacrificio del Kumbh Mela en Haridwar dentro de las pútridas aguas del Ganges, el baño que limpia pecados, una acción purificadora en el que sales de las aguas más sucio de lo que entraste y con en el alma dentro de un bolsa llena de agua sucia. Para llegar desde T. a Soria un viaje rocambolesco en autobús, doce horas y tres cambios; el tiempo es efímero porque es eterno, la sucesión de lo efímero es lo que da sentido a la memoria.
H.A. lleva tiempo manteniendo que los periódicos no deberían salir en agosto, sólo así se curaría el mundo; no logro imaginar un mundo sin que fluya el lenguaje canalla un sólo día. Dios, o los dioses callan todo lo que el diablo en su abstracción universal llega a decirnos a la oreja. Buscando el hostal barato donde me alojo me encuentro en el suelo una hoja de periódico de ámbito nacional, fecha 29 de julio, leo a vista de pájaro que Simone Biles sienta al deporte en el diván y renuncia a defender su oro; de pronto veo a cientos de deportistas y atletas sudorosos luchar contra el tiempo y la nada; el primer record del hombre es la iniquidad tanto como la inhumanidad en su conducta, el otro record es todo lo contrario: el único ser con conciencia de autodestrucción, sus esfuerzos son inútiles; record, recordar el instante en el que se sobrepasó la línea de la nada, la estela es el símbolo, nos arrastra la corriente en el vacío.
Soria 3 de agosto. Primer baño en el río aguas arriba de las ruinas románicas de San Juan de Duero; cada río tiene su propio color encarnado en las aguas, estas son grises. La noche fue fría, en la recepción del hostal Viena pedí una manta, dormí enrollada en ella como un pastor de merinas. Por la mañana temprano bajé por la calle San Esteban hasta el puente de piedra y caminé durante mucho tiempo río abajo. En las aguas frías, de rodillas en la orilla, sumergí la cabeza. Viena, un nombre exótico para un hostal barato de una pequeña ciudad castellana, la noche en habitación individual y baño compartido cuesta 15 euros. Cuanto más silencioso es un lugar más nítido se oye el zumbido lejano del mundo.
Visita al entorno de San Saturio; vuelvo al color de las aguas del Duero, grisáceas y en ocasiones tirando a un verde caqui. En los páramos de esta provincia se rodaron en los años sesenta algunas de las escenas siberianas del Doctor Zhivago, de pronto Soria se convirtió en Siberia, Albert Kurbisch creó una palabra con los dos nombres, Siboria; las escenas de nieve fueron rodadas finalmente en Canadá debido a aquel invierno benigno de 1965 en el que apenas cayó nieve en los páramos. Todo es mentira, o digamos que la verdad se va formando con la superposición de pequeñas mentiras, el estalagmitismo de la verdad en la oscuridad iluminada del lenguaje lo llevan las lágrimas en la lluvia de Blade Runner. Los escenógrafos de esta película se convirtieron finalmente en meteorólogos.
La primera premisa de un veraneante radical es la desconexión: paso parte del día documentándome sobre la carretera que une Soria con Plasencia, la mítica N-110, esta carretera muere en la otra mítica N-630, la ruta 66 del Oeste Ibérico, lugares para perderse a pie y llegar a la luna. Soria 5 de agosto. Comunicaciones cortadas, el teléfono móvil está apagado dentro del cajón de la mesilla, la ventana de mi habitación en el Viena da a un patio de luces, posiblemente tenga las peores vistas de la ciudad, en el edificio de enfrente no parece que viva gente. De noche la ciudad se apaga y respira como un buey echado en la hierba. Oigo ronquidos en las habitaciones contiguas, a una pareja hacer el amor en el piso de arriba, la televisión encendida toda la noche en la habitación de enfrente. Me baño a primera hora en el Duero, el resto del día camino o me siento en la terraza del café del Norte frente a la alameda de Cervantes. Intento no hablar mucho.
Ayer por la tarde una señora me paró en la calle larga, ya cerca de la plaza Mayor, llevaba un ejemplar de Extremadura abstract, se lo firmé a la atención de F. “Y al fin: feliz aquel que tiene sus lugares de duración; ya no será, aunque se haya trasladado para siempre a un país extraño, sin perspectivas de volver a su mundo, nadie a quien han expulsado de su patria.” Peter Handke. Ella se quedó leyendo la dedicatoria entre oleadas de turistas nacionales, rompiendo la corriente humana como la cepa angular de un puente.
La frase de Handke está grabada en mi cabeza como las grietas verticales en los peñascos de granito del Losar. Al final del día en el cuaderno negro de una cuarta fui anotando descripciones del río; la frase B contradecía a la A, la F, a la G, y así sucesivamente hasta la M que es casi calcada a la A. Todos los ríos son iguales, agua, el agua construye su cauce. En el Duero, aguas abajo del puente de piedra hay una gran isla fluvial, una alameda, algunos de esos álamos tienen más de cien años. Soria 7 de agosto. Desde el puente de piedra hoy por la mañana observé a los grandes ciprínidos aleteando en los cienos, barbos negros moviendo su espina sinuosamente en la corriente. Deseo esa postura en el mundo y en el tiempo, a contracorriente: cada día hago menos cosas, me concentro en lo mínimo; un niño que cruzaba el puente con sus padres hizo lo mismo que yo, mirar el agua, a los peces, el padre le dijo que eran truchas.
A unos pocos kilómetros, en las parameras de Medinaceli cambia la vertiente de las aguas y los ríos pequeños que nacen allí giran hacia el Sur, hacia el Tajo. No olvido lo que R.E. me dijo hace unos días en una conversación telefónica al comparar Cuenca con Soria; de haber vivido allí Machado y no en Soria, su Campos de Castilla habría sufrido sólo pequeñas variaciones nominales. ¿Y si hubiera sido destinado en aquellos días a Valladolid el poeta sevillano? Sin duda eso habría provocado en su escritura un cambio de eje importante al no haberse sometido sus pulsiones a la fuerza de lo telúrico. Soria 8 de agosto. En la calle del común, una travesía estrecha que une la plaza Mayor con la de San Esteban una pintada en spray rojo en una piedra centenaria dice “No hay prisa” ¿Qué puede hacer uno con una frase de naturaleza ontológico sino trocearla y jugar con ella [-hay prisa-no hay p.-hay mucha prisa- etc.]
La eternidad es una sucesión de monotonías. Monótono hace referencia al tiempo y al espacio: el único libro con el que cargué en este viaje es Ensayo sobre el cansancio de Peter Handke, pesaba poco y era fácil de guardar en un bolsillo. Todos los escritores que vinieron a Soria lo hicieron para redimirse, ¿pero de qué? La remisión es un arte profundo que está alejado de las palabras. Las aguas del alto Duero son frías. Los grandes ríos en sus inicios remolonean. Ayer bajé de noche al río para darme un baño, el miedo a la oscuridad sólo es propio de los hombres. Soria 10 de agosto. Lo importante es aburrirse, el aburrimiento cura. Por la tarde, caminando por el barrio se Santa Bárbara, buscando un bar sin turistas, donde pudiera ver una corrida de toros en una televisión de plasma, di con el café Toledillo. Entré dentro y allí estaba el Jukebox de Handke bajo una cabeza de toro, el dueño dijo que aún funcionaba; entre las cincuenta o sesenta canciones que se podían oír en aquella vieja y elegante sinfonola metiendo una moneda de un euro elegí Changing of the guards de Bob Dylan.
Soria 11 de agosto. Visita a Numancia, el taxista que me lleva es de Guayaquil, y mientras conduce no deja de explicarme la historia heroica de aquellos hombres resistiendo en un puñado de hectáreas de páramo reseco a la fuerza de Roma; su mujer trabaja en el Parador de turismo y dos de su tres hijos en una granja de cerdos destinados a fuet industrial en Pedrajas. Al final del día de nuevo en el café del Norte frente a la alameda de Cervantes. Mirando los árboles negros he esbozado una idea que sólo puede sostenerse en una radicalidad a-humana por un breve momento; imaginemos un eterno agosto, en el que cada veraneante vagase solitario por una ciudad perdida. Cada veraneante una unidad aislada en un tiempo único y perdido en un espacio inmenso. En ese momento es cuando decido que el al año que viene haré a pie la N-110 desde S. a Plasencia. Toda una experiencia que aún no ha acontecido. Sólo de pensarlo ya estoy cansado
Soria 1 de agosto: las razones por las que uno acaba pasando el mes de agosto en Soria son indescifrables incluso para mí. Cuanto más vacía este esa parte del mundo mejor. No hay mar, sólo cielo, y un río donde uno todavía puede bañarse sin hacer el sacrificio del Kumbh Mela en Haridwar dentro de las pútridas aguas del Ganges, el baño que limpia pecados, una acción purificadora en el que sales de las aguas más sucio de lo que entraste y con en el alma dentro de un bolsa llena de agua sucia. Para llegar desde T. a Soria un viaje rocambolesco en autobús, doce horas y tres cambios; el tiempo es efímero porque es eterno, la sucesión de lo efímero es lo que da sentido a la memoria.
H.A. lleva tiempo manteniendo que los periódicos no deberían salir en agosto, sólo así se curaría el mundo; no logro imaginar un mundo sin que fluya el lenguaje canalla un sólo día. Dios, o los dioses callan todo lo que el diablo en su abstracción universal llega a decirnos a la oreja. Buscando el hostal barato donde me alojo me encuentro en el suelo una hoja de periódico de ámbito nacional, fecha 29 de julio, leo a vista de pájaro que Simone Biles sienta al deporte en el diván y renuncia a defender su oro; de pronto veo a cientos de deportistas y atletas sudorosos luchar contra el tiempo y la nada; el primer record del hombre es la iniquidad tanto como la inhumanidad en su conducta, el otro record es todo lo contrario: el único ser con conciencia de autodestrucción, sus esfuerzos son inútiles; record, recordar el instante en el que se sobrepasó la línea de la nada, la estela es el símbolo, nos arrastra la corriente en el vacío.