“La pandemia aumentará el valor del contacto físico, infravalorado entre los jóvenes debido a la tecnología”
¿Qué es la normalidad? Por definición se asocia a un comportamiento mayoritario, un ideal colectivo asumido. Algo que se ajusta a las normas o que se encuentra en su estado natural porque es lo habitual. Ahora, con la pandemia, nos dicen que caminamos hacia una “nueva normalidad”. ¿Qué significa? En realidad, nadie lo sabe a ciencia cierta.
Nos hemos interesado por conocer la opinión de los profesionales de la Sociología en Castilla-La Mancha. Natalia Simón es la decana del Colegio de Ciencias Políticas y Sociología en la región y con ella charlamos de esta situación inédita derivada de la crisis sanitaria de la COVID-19.
Sociológicamente hablando, ¿con que podríamos comparar la situación actual derivada de la crisis socio-sanitaria?
Realmente no se si sería posible comparar esta situación actual con otros momentos socio-históricos ya que los contextos sociales y económicos son muy diferentes. No se puede comparar con las guerras mundiales porque incluso en esa situación la economía estaba activa.
Ahora se ha paralizado la economía y la sociedad. Y tampoco es comparable en cuanto a contextos sanitarios se refiere. Ni siquiera creo que deba compararse entre países, ya que la situación de España no es la misma que la de otros países como por ejemplo, Francia, Italia o Portugal, aun siendo vecinos.
Es cierto que ya hemos sido testigos de otras emergencias de salud global como la gripe A, la epidemia de poliomielitis, el ébola, el zika y ahora el coronavirus pero es esta última pandemia la que mejor evidencia el efecto que la globalización tiene como medio para demostrar que cualquier tipo de problema local es definitivamente global.
Creo que es una crisis que ha afectado a todos los países, también a los más industrializados o coloquialmente ricos, no como otras epidemias que, aunque eran también globales, afectaban impunemente a regiones más pobres, con menos recursos para prevenir y tratar las enfermedades.
En esta ocasión la ausencia de vacuna para combatir la enfermedad es uno de los factores que hacen diferente la situación, aunque ya estamos siendo testigos de la lucha por el poder que otorgará su comercialización, una lucha entre países e industrias farmacéuticas.
La interconexión digital también hace que sea muy diferente. Conocemos las consecuencias de la epidemia y los mensajes en redes sociales, como bien apunta una compañera química de la Universidad de Castilla-La Mancha, María José Ruiz, ganan la partida a los especialistas que tratan de explicar y transmitir de la mejor manera posible la información, conscientes también de que es pronto para tener certezas.
“Los escenarios sociales de vulnerabilidad van a ser mucho más variopintos”
Usted ha pedido entender la crisis no sólo desde un punto de vista económico sino, sobre todo, social. ¿En qué aspectos habrá que incidir para no terminar tratando las consecuencias de la pandemia como un problema para los mercados y no tanto para las personas?
Los problemas pueden ser notablemente sanitarios, incluso sociales, pero tienen un trasfondo puramente económico y geopolítico, y eso repercute en que se termine entendiendo la crisis más como un problema económico que social.
Las medidas diseñadas para hacer frente a la pandemia son difíciles de implantar por cuestiones puramente sociales o socio-culturales. Es cierto que esta situación de estado de alarma y confinamiento ha provocado, por ejemplo, el cierre de empresas, pero detrás hay trabajadores que han sido suspendidos de sus trabajos temporalmente, e incluso despedidos. Eso es un tema económico, pero desde luego social.
Cada vez que escucho, cuando todo esto pase, y podamos volver a la “normalidad” consuman, gasten… me echo las manos a la cabeza ¿Cómo pueden pedirnos que gastemos, ¿cómo pueden hacernos creer que somos los responsables de la recuperación económica del país, si hay muchas familias que no tienen prácticamente nada para subsistir?
Las crisis económicas traen consecuencias sociales, todas las crisis, pero está crisis sanitaria, y me atrevo a decir, económica y social, arrastra una crisis económica y financiera no recuperada por lo que los escenarios sociales de vulnerabilidad van a ser mucho más variopintos. A medida que van pasando las semanas, vamos cayendo en la cuenta de colectivos, a los que les está afectando también esta crisis y al principio no se hablaba de ellos. Me refiero, por ejemplo, a las personas sin hogar, a jóvenes en pisos tutelados, el colectivo de prostitutas, inmigrantes, mayores que viven solos, personas con discapacidad intelectual, personas con enfermedades crónicas, mujeres maltratadas…)
Debemos cuidar a las personas, solo así podremos cuidar la economía.
“Más que nunca hay que cuidar el mensaje para evitar que se acentúen actitudes racistas”
¿Esta crisis sanitaria puede derivar en nuevo modelo social? Algunos de sus colegas sociólogos hablan no tanto de cambio sino de “movimiento pendular”, es decir, habrá adaptación con algunos cambios a modo de resaca.
Debo confesar que personalmente tiendo a la negatividad y me cuesta creer que se produzca un cambio radical en la sociedad, y encima a mejor. Pero, profesionalmente, tiendo a la positividad y me agrada creer que sí se puede producir un cambio social. La cuestión es… ¿Queremos? La propia naturaleza nos está indicando las impresionantes consecuencias medioambientales que están sucediendo como consecuencia de la suma de los cambios de comportamiento de la sociedad en estos últimos meses. Se trata de sopesar qué perdemos y qué ganamos con ese cambio y no solo a nivel individual sino, también, colectivo.
Evidentemente, un nuevo modelo social, solo es posible sumando los cambios que se produzcan de forma individual. Si queremos cambiar, si tomamos esta situación como un pilotaje que nos permita ver cuánto podemos transformar nuestras vidas en una situación como esta y sabemos aprovecharlo, creo que sí se podría alumbrar un nuevo modelo social. Eso sí, hay que nutrirlo desde una perspectiva de la ternura, del amor y no del odio. Contagiarnos en la creencia de que podemos tener una sociedad mejor. Aprender de los errores y no ensalzar lo que algunos hacen mal, darlo la vuelta y potenciar lo que como ciudadanos, como personas hacemos bien. Potenciar, poner en valor el bien común.
Tampoco ayuda al cambio en positivo de la sociedad las informaciones y desinformaciones que se transmiten no sólo a través de los medios de comunicación sino por los propios dirigentes políticos, o los expertos en diversas disciplinas, incluso por los propios ciudadanos, que generan que aumente la incertidumbre y el miedo.
Se tarda más en desmentir un bulo que en ponerlo en marcha por lo que ahora más que nunca habría que cuidar el mensaje, la comunicación. Ahora más que nunca entender como decía el filósofo Wittgentein, que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Este aspecto es importante para evitar que determinadas actitudes racistas y xenófobas se acentúen a partir de ahora. Van a ser situaciones inevitables pero que se pueden abordar, empezando precisamente por el lenguaje y el modo de comunicarnos.
Estamos viendo muchos episodios de solidaridad y cooperación. ¿Hay riesgo de que eso se convierta, a la inversa, en una reacción de miedo y egoísmo personal cuando haya de verdad que salir a la calle a espacios compartidos?
Solidaridad y cooperación brutal, sí, sobre todo entre colectivos más vulnerables, y entre las asociaciones que trabajan mano a mano con esos colectivos.
Quizás la solidaridad vista hasta ahora no signifique que vayamos a ser mejor sociedad en el futuro inmediato, pero desde luego ahí está. Hay que visibilizar esas acciones para lo que le comentaba antes, contagiarnos de lo bueno que hacemos. Y, por supuesto, que el individualismo se va a acrecentar por eso es importante todo lo que digo. La gente tiene miedo, claro, ¡cómo para no tenerlo! Y no solo miedo a contagiarse sino también miedo a las consecuencias que esta situación pueda tener para ellas, para sus familias, no por egoísmo sino más bien por pura supervivencia.
¿Y ve posible transformar ese instinto de supervivencia en algo positivo para el conjunto de la sociedad?
Sí, tenga en cuenta que el miedo aumenta cuando aumenta la incertidumbre, y ésta cuando aumenta el desconocimiento, en cualquier ámbito, en cualquier situación, en cualquier colectivo. Tenemos que dar a conocer lo que podemos llegar a conseguir con las pequeñas aportaciones que, sin duda, pueden generar transformaciones sociales importantes.
Se me ocurre, por ejemplo, los modelos de economía circular solidaria como es el caso de la agroecología, y que, en estos momentos, nuevamente de crisis, pueden ser una gran oportunidad para todos. La agroecología da prioridad a los mercados locales apoyando, por tanto, el desarrollo económico local promoviendo soluciones justas basadas en las necesidades, los recursos y las capacidades locales y crean mercados más equitativos y sostenibles.
El voluntariado es otro de los ejemplos que estamos viendo estos días. Quizás habría que profundizar en si está siendo más prolífero en pequeñas localidades, dirigido a qué colectivos…
Se habla ya de la ‘Generación Pandemia’. ¿Qué efectos puede tener a medio y largo plazo en el funcionamiento de nuestra sociedad, teniendo en cuenta lo que viven ahora los niños y jóvenes con una cuarentena que está transmitiendo constantemente la necesidad de seguridad y de orden, de aislamiento social solo roto por la tecnología?
Uno de los aspectos que a mí me está llamando mucho la atención es el tema del teletrabajo. Hasta hace unos meses era impensable poder trabajar en casa, con flexibilidad incluso en el horario. Era como si el empresario perdiera por ello la autoridad, el control. Conseguir que se aprobaran medidas de conciliación familiar y laboral era impensable o muy difícil. No digo que solo el teletrabajo permita la conciliación, pero sí ayuda, cambia las relaciones entre los miembros de la familia, los padres pueden pasar más tiempo con sus hijos, otro tipo de convivencia, de distribución de los tiempos, etc.
La otra cara es el teletrabajo en contextos monoparentales, monomarentales o en contextos familiares conflictivos, violentos, esta situación empeora lógicamente, y el teletrabajo se puede llegar a convertir en otra fuente de estrés.
En cuanto a los niños y adolescentes es evidente que, tomar un refresco, por ejemplo, antes de esta situación ya estaba sustituido en muchas ocasiones por una llamada (bien por el ritmo de vida que llevamos bien por comodidad), ahora nos obligan a hacerlo. Es decir, aunque parte de esas relaciones sociales físicas se han sustituido y van a continuar de forma telemática, la juventud y en definitiva, todos, tienen ganas de salir, de compartir, de volver a sus rutinas.
El significado de la amistad en esas edades es fundamental, las actividades de ocio y cultura se modificarán por las restricciones, el miedo y el dinero disponible, pero aparecerán nuevas formas de relacionarnos.
No olvidemos la sociedad en red, de la que habla Manuel Castells desde hace muchos años: Internet no es simplemente una tecnología, es el medio de comunicación que constituye la forma organizativa de nuestra sociedad. Y más teniendo en cuenta que Internet se convierte ahora más que nunca en el medio organizativo que permite el desarrollo de una serie de nuevas formas de relación social que si bien no tienen su origen en Internet, son fruto de una serie de cambios históricos que, además, no pueden desarrollar sin Internet.
Aumentará el valor del contacto físico infravalorado quizás, ya que las tecnologías nos permiten conectar, pero ahora la ausencia física es forzada. Y este es el verdadero cambio respecto a unos meses antes, la situación forzada de no relacionarnos físicamente.
Algunos de sus colegas de profesión apuntan que en las actitudes sociales de hoy está el destino del mundo post pandemia: la solidaridad colectiva, el utilitarismo (económico) o el autoritarismo (vigilantes de balcón). ¿Qué opina?
Me siento cercana a las palabras de la periodista Naomi Klein, “en situaciones de crisis, como desastres o pandemias, la ciudadanía puede perder mucho, las élites aprovechan esos momentos para aprobar reformas impopulares que agravan las divisiones económicas y sociales”. De ahí quizás que nos convirtamos en estos momentos en jueces de balcón, como usted dice.
Es contradictorio, pero es así realmente. Ante más incertidumbre y miedo más necesidad de control, de que alguien indique el camino a seguir. La solidaridad que hablábamos antes es real pero no es del todo tal y como nos gustaría fuera.
Ha habido estas semanas comportamientos que dejan mucho que desear, pero creo que hay que enfocarnos en los ejemplos a seguir. Es cierto que ha habido empresas que no han respetado, ni van a respetar, las medidas recomendadas, pero también hay empresas ejemplares. Insisto, como sociedad fijémonos en estas últimas, en las ejemplares, y dejemos que los responsables de asegurar que se cumplen las medidas se encarguen, no nos convirtamos en policías, en jueces, en vigilantes de balcón.
¿Cree que la percepción que la sociedad actual tiene de los mayores puede cambiar con esta crisis?
Creo que nuestros mayores siempre han sido visto con buenos ojos, con ternura, al menos socialmente. Otra cosa es que en términos económicos o políticos se haya acentuado una imagen de los mayores como colectivo improductivo y débil.
Lo que sí ha cambiado esta crisis es la intolerancia hacia ciertos discursos políticos que estos días han sido titulares. Como el titular del vicegobernador de Texas diciendo que hay que dejar morir a los ancianos para salvar la economía.
Y la intolerancia a los datos a los que estamos accediendo en relación con este grupo social. El coronavirus, efectivamente, está afectando más intensamente a nuestros mayores. A principios de abril eran contabilizados contagios en 165 de las más de 400 residencias de mayores existentes en nuestra región, según los datos aportados por la Consejería de Sanidad.
A nivel nacional la Fiscalía General del Estado, a través del fiscal delegado para la protección y defensa de los derechos de las personas mayores y de la red de Fiscalías Provinciales, ha abierto 121 diligencias civiles y 86 penales en relación con el amparo de los derechos individuales y colectivos de estas personas en situación de vulnerabilidad. El panorama como vemos no pinta bien ni es alentador, desde luego.
“Habrá oportunismo político y empresarial para potenciar el turismo ecológico y rural”
¿Y la percepción hacia las zonas rurales, la España Vaciada, que muchos han considerado refugio en este estado de alarma?
Que muchas personas o sus familias hayan utilizado como refugio sus segundas residencias en zonas rurales, está sin duda mal visto por todos, incluso los propios conciudadanos de esos pueblos han recriminado esa actitud, egoísta, de estas personas que han mirado, una vez más, por el bien individual frente al colectivo, al bien común.
Evidentemente, muchos aprovecharán para viajar a estas zonas rurales, de la España Vaciada como dice que, además, con los cambios medioambientales que estamos visualizando gustosamente estos días como el cierre del agujero en la capa de ozono en el Ártico, los delfines en Venecia, o cero contaminaciones en Madrid, pues será todo un lujo.
También habrá oportunismo político, empresarial para potenciar el turismo ecológico y rural. Pero es parte del espectáculo, en tiempos de crisis toca reinventarse. Sin embargo, la visión más positiva es que el medio rural nos puede dar, mejor que nadie, el mejor ejemplo de desarrollo sostenible. Sin dejar de tener en cuenta que estas zonas deben seguir cuidándose para que no pierdan su esencia.
No me gusta el término de España vaciada o vacía. Recomiendo un vídeo que hace unos meses tuve la oportunidad de disfrutar que hablaba de la España llena, de la España llena de vida. Es un vídeo publicado por la región de Maestrazgo-Els Ports, región compartida por Aragón, Catalunya y la Comunidad Valenciana.
La importancia del lenguaje, de nuevo.
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