Era el documento más antiguo que custodiaba el Archivo Histórico de la Nobleza, con sede en Toledo. Lo fue hasta que la Ciencia dijo que, en realidad, se trataba de una falsificación. Era excepcional. Uno de los pocos pergaminos originales del siglo X castellano que ha resultado ser una manipulación –sobre un original que ya no existe– para que los monjes de una abadía pudieran quedarse con una iglesia.
El documento pertenece al llamado ‘Fondo Osuna’ del Archivo Histórico de la Nobleza en un dossier con otros dos documentos y registra una donación del entonces conde de Castilla Asur Fernández y su esposa Guntroda al Monasterio de San Pedro de Cardeña. El edificio todavía existe a unos 10 kilómetros de Burgos y es un Bien de Interés Cultural (BIC).
El documento se dató en el año 943, pero resulta que el manuscrito fue elaborado en el siglo XII. Un estudio realizado por la Universidad de Burgos y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha revelado “anomalías”, tanto en la preparación del documento como en la grafía, que han permitido demostrarlo.
Los monjes usaron la falsificación para ganar un pleito judicial
Han sido cinco años de trabajo y “destilación lenta”, apunta Julio Escalona, investigador del Instituto de Historia del CSIC. Para entender las razones de la falsificación hay que remontarse a una disputa entre el monasterio de Cardeña y los concejos de Peñafiel y Castrillo de Duero (Valladolid) en 1175 por la iglesia de Santa María de Cuevas de Provanco (Segovia).
El documento se falsificó para usarlo como prueba a favor de los intereses del monasterio en un pleito. Literalmente “se construyó una nueva verdad” en un escenario judicial, apunta Julio Escalona. ¿Cómo lo lograron? Se hizo una copia del original, pero insertando de forma estratégica una cláusula que asignaba a este monasterio burgalés la propiedad de la iglesia.
La abadía ganó el juicio gracias al documento que probaba sus derechos. Dos monjes juraron que era auténtico. “El escriba era muy hábil, su trabajo coló”, dice Escalona. Lo ha hecho durante diez siglos.
Las claves para demostrar que era 'fake'
Los investigadores han combinado esfuerzos para destapar el engaño. Por un lado, el análisis del pergamino realizado por la profesora de la Universidad de Burgos Sonia Serna delata el trabajo de un escriba acostumbrado a trabajar en la letra carolina propia del siglo XII que se esforzó –mucho– en imitar la letra visigótica redonda típica de la Castilla del siglo X.
“Es todo un cúmulo de ciertas cuestiones anómalas. Al sumarlas nos hicieron sospechar”, explica la investigadora. A simple vista no se aprecian diferencias respecto a otros documentos de la época. “Lo raro es el pautado, es decir, las líneas que se preparan con un instrumento afilado, para después escribir el texto. Es una especie de falsilla para escribir”. Se trata de un pautado doble en el que se usó solo una línea de cada dos. “Eso no es habitual. Podría ocurrir en un contexto librario, pero aún así sería muy excepcional en la Península Ibérica. Además, no le hemos encontrado ninguna funcionalidad”.
Después está la propia escritura. Tras analizar el detalle se detectaron rasgos anacrónicos como el uso del sistema abreviativo carolino, por ejemplo en las abreviaturas de los pronombres personales. “Este sistema no penetró hasta finales del siglo XI”, detalla. En el siglo X lo habitual era usar la grafía visigótica cursiva o redonda. “Es una falsificación realizada en el siglo XII por un escriba que aprendió la escritura visigótica del siglo X”, afirma contundente Sonia Serna. Se usó la ‘tecnología’ de los escribas de la época –fundamentalmente los monjes– para conseguirlo.
“Fue una operación eficaz y sofisticada que solo puede detectarse por el ojo experto de hoy. Quizá no tanto en la Edad Media. Hubo muchas falsificaciones, pero no siempre es posible demostrarlo si no existe un documento original”.
Por eso Julio Escalona tuvo que sumergirse en el contexto en el que se elaboró esta falsificación. En la tarea fue clave la comparación de una copia del original que se conserva en el cartulario llamado ‘Becerro Gótico de Cardeña’, custodiado por el Archivo y Biblioteca Zabálburu de Madrid. La cláusula de propiedad que sirvió para ganar el juicio no existe en esta copia, lo que confirmó las sospechas.
“Permite entender cómo se manipulaba el pasado para construir una nueva verdad”
El Archivo Histórico de la Nobleza cuenta entre sus fondos más antiguos con documentos de los reinos de Castilla y Aragón del periodo entre los años 1130 y 1155. ¿Cuál es el más antiguo del que ahora dispone este centro sin que sea una nueva falsificación? “Eso requerirá más investigación”, apunta la directora. Aránzazu Lafuente hablaba abiertamente de las dudas generadas tras confirmarse la falsedad del pergamino conocido como ‘Osuna 9’. “Cuando hablamos de monasterios y de pleitos eternos, ahora nos preguntamos… ¿Y si…?”.
“Hay una alta probabilidad de que el documento que el monasterio usó en el pleito fuese el del Fondo Osuna”, señala Escalona. Para él “lo interesante” es que el documento que conserva el Archivo Histórico de la Nobleza en Toledo ofrece información “para entender cómo en el contexto medieval se reinventaba la historia, se reescribía la memoria y se manipulaba el pasado para construir una nueva verdad que terminaba por ser aceptada”.
“En este caso la verdad del siglo XII se impuso a la verdad del siglo X” a través del tiempo, hasta llegar a nuestros días. “Te das cuenta de lo que pesa la verdad judicial, la autoridad moral y directamente lo que pesa el poder político o social”. Pero este no es un caso único. “Hay muchísimos y los historiadores lo tenemos muy asumido, aunque a veces son difíciles de contextualizar. Vienen a ser como las fake news de hoy. Son una forma importante de saber cómo funcionan las sociedades. Dejarlo de lado es perder un enfoque importantísimo”.