Investigadoras del Grupo 'Resistencia a los Antibióticos, Seguridad Alimentaria y Salud Pública' de la Universidad de La Rioja han evidenciado -a través de tres tesis doctorales- el intercambio continuo de bacterias resistentes a los antibióticos entre humanos, animales y medio ambiente.
La investigación, dirigida por la coordinadora del grupo, Carmen Torres y por la doctora Myriam Zarazaga ha identificado reservorios de bacterias resistentes en ríos, aguas residuales, ganado porcino y animales silvestres como las cigüeñas, entre otros.
A efectos prácticos, los resultados de esta investigación cambian algunas creencias científicas, apunta Torres, catedrática del área de Bioquímica y Biología Molecular. “Hasta hace unos años se pensaba que el problema de la resistencia a antibióticos era fundamentalmente clínico y que solo ocurría en los hospitales. Pero cada vez es más evidente que esa resistencia se está generando también en el sector ganadero y es, por tanto, un problema de salud animal y humana, pero también de seguridad alimentaria”.
Y es que, recuerda, “cada vez que usamos antibióticos en animales y personas, las bacterias intestinales pueden adquirir resistencias y pasar, a través de las heces, a las aguas residuales y superficiales, contaminar alimentos o diseminarse en el medio ambiente”.
Torres es natural de La Solana (Ciudad Real) y forma parte del Plan Nacional de Resistencias a los Antibióticos (PRAN). Advierte que “las bacterias son cada vez más resistentes a los antibióticos” porque se abusa de ellos. Eso tiene graves consecuencias porque “en caso de infección, no podría tratarse. El antibiótico será incapaz de inhibir el crecimiento o matar a las bacterias y por lo tanto habría fracaso terapéutico”.
La alta densidad de porcino, factor de propagación de bacterias
La tesis doctoral de Sara Ceballos, una de las que han contribuido a la investigación, habla de la relación entre densidad de ganado porcino y propagación de ciertas bacterias.
Tras el análisis de casi 300 cepas de Staphylococcus aureus resistente a meticilina (SARM) obtenidas de 20 hospitales españoles, la conclusión es clara: la densidad de cerdos en una zona es un factor importante en la propagación de ciertas líneas genéticas de SARM asociadas al ganado, especialmente porcino.
“Hemos realizado estudios en distintos hospitales y hemos podido determinar que existe una correlación entre la densidad de ganado porcino y la presencia de la línea genética de SARM asociada a ganado en los centros hospitalarios”, señala Torres. A través de modelos matemáticos, la investigadora Sara Ceballos ha elaborado estudios predictivos para analizar su evolución.
“Existen enormes diferencias dependiendo de la densidad y si la producción del ganado porcino es intensivo o extensivo”, apunta Carmen Torres, quien explica cómo en lugares como Aragón o Catalunya, “con una alta densidad de porcino y con una producción muy intensiva se observa dicha línea genética de SARM presente en hospitales de forma mucho más frecuente que en otras zonas geográficas españolas donde la situación es distinta”. Entre las conclusiones: “Hay abuso de antibióticos en animales de producción, no solamente en porcino, además de en los propios humanos”.
La incidencia en animales silvestres, aguas residuales y ríos
La doctora Paula Gómez Villaescusa ha demostrado en su tesis que la fauna silvestre, el agua de los ríos y las aguas residuales son posibles vías de transmisión de bacterias del género Staphylococcus portadoras de genes de resistencia a antibióticos. Una segunda tesis de la también doctora Carla Andrea Alonso sugiere algo similar, en su caso respecto a la bacteria Escherichia coli y las aves silvestres.
“Muchas de estas aves comparten hábitat con los seres humanos a la hora de anidar o alimentarse, aprovechando zonas de cultivos, pastizales o vertederos periurbanos, por lo que la detección en ellas de bacterias multirresistentes resulta especialmente preocupante”.
En definitiva, animales silvestres como jabalíes, ciervos y cigüeñas son importantes reservorios de algunas de estas bacterias resistentes y pueden “amenazar” a la salud humana a través de vías como el contacto de los animales silvestres con pastos, zonas de cultivo o vertederos; la invasión de zonas naturales por asentamientos humanos; el consumo de carne de caza; la contaminación de los ríos por vertidos de aguas residuales; el empleo de residuos orgánicos del ganado como abono natural…
Las muestras analizadas fueron proporcionadas, entre otros, por el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC) con sede en la provincia de Ciudad Real, que han sido caracterizadas genéticamente en la Universidad de La Rioja.
“Ponemos de manifiesto así la importancia de los trabajos multidisciplinares. Es fundamental trabajar codo con codo para abordar problemas tan complejos como este” y esa colaboración, asevera, “ha sido fundamental para poder demostrar la diseminación de ciertas bacterias resistentes a antibióticos entre la fauna silvestre”.
Los resultados de la investigación en La Rioja indican también que, tanto las aguas superficiales como las residuales, “deben considerarse como posibles vehículos de diseminación de bacterias resistentes a antibióticos” y que, aunque la carga microbiana disminuye tras el tratamiento de las aguas en las estaciones depuradoras, no es suficiente.
De hecho, Carmen Torres pone el foco en los actuales sistemas de depuración. “Hemos observado que, dependiendo de las técnicas de depuración de las aguas, se pueden estar transfiriendo a los ríos bacterias resistentes a los antibióticos”.
“Un problema de salud pública” que es “responsabilidad” de todos
Actualmente, la resistencia de las bacterias a los antibióticos está considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una de las mayores amenazas para la salud pública porque supone un peligro creciente para la eficaz prevención y tratamiento de enfermedades infecciosas de origen bacteriano, aumentando el riesgo de muerte (se estima que unas 700.000 personas mueren al año por esta causa).
“En nuestro sistema intestinal tenemos una gran cantidad de bacterias buenas y maravillosas pero cada vez que usamos antibióticos en humanos y animales para tratar infecciones afectan de manera secundaria a esas bacterias buenas que se vuelven cada vez más resistentes”, insiste Carmen Torres.
Las bacterias son como el ‘fuego amigo’, conviven con nosotros en nuestro sistema digestivo sin mayor problema, pero, dice la catedrática, “un porcentaje alto de las infecciones en los hospitales están causadas por estas bacterias comensales, las bacterias amigas, cuando pasan a compartimentos de nuestro organismo donde no tienen que estar o nuestras defensas disminuyen; por ello, si se convierten en resistentes a los antibióticos, la situación se complica”.
De hecho, recuerda, las bacterias son los primeros organismos que poblaron la Tierra y tienen una enorme capacidad de adaptación, mucho más que cualquier otro ser vivo. Ante la ‘amenaza’ que para ellas suponen los antibióticos desarrollan mecanismos de resistencia. “El problema es que pueden causar infecciones o también pueden transferir con facilidad esos mecanismos de resistencia a otras bacterias”.
La investigadora ofrece a menudo conferencias para concienciar sobre el abuso de los antibióticos, que investiga desde hace ya 30 años y que, dice, “nos afecta a todos y ya no es solo un problema clínico, sino de ecología microbiana que hay que ver desde una perspectiva más amplia: cuando tomamos mal un antibiótico (nosotros o los animales) se termina afectando a toda la comunidad”.
Resalta la importancia de abordar la cuestión desde el slogan de la OMS “un mundo, una salud”, porque “no podemos considerarnos seres individuales, convivimos con bacterias que compartimos. Lo que hacemos nosotros o les hacemos a los animales afecta a nuestro entorno”.
En su opinión, “es un problema de salud pública” y lo es a nivel global porque, explica, “alguien que viaja por ejemplo a Nueva York puede estar transfiriendo bacterias resistentes a otras personas o al entorno”. Por eso apela a la “responsabilidad de todos” para que la resistencia a los antibióticos no se convierta en un problema “inabordable” y reclama realizar un trabajo conjunto entre médicos, farmacéuticos, veterinarios, químicos, biólogos o tecnólogos de alimentos, entre otros.