Cuando el 1 de abril de 1939 se leyó el último parte de guerra, no comenzó la paz, sino la dictadura. Una nueva España de miseria y castigo. Franco ejerció un régimen que se sustentó en la represión y la violencia y que se llevó por delante la vida de miles de personas. La alargada sombra de aquel tiempo aún se extiende hasta nuestros días. Una historia compleja, a menudo deformada, que solo puede revelarse verdadera a través de la investigación. Y en este empeño se encuentran un grupo de profesores de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) que mantienen viva la memoria de las víctimas del caudillo y su entramado de opresión.
Hablamos con Manuel Ortiz Heras, Damián A. González y Llanos Pérez. Estos albaceteños forman parte del “Semanario de Estudios del Franquismo y la Transición” en el que también colaboran Óscar. J. Martín, Benito Díaz, Julio de la Cueva, José Antonio Castellanos, Sergio Molina, Pilar Laparra y Juan. A. Mancebo. Un grupo investigador que mediante conferencias y libros está arrojando luz a un periodo de oscuridad. Ahora el objetivo es que todo este conocimiento sea accesible a la sociedad castellanomanchega. Para que así se cumpla, desde la Facultad de Humanidades de Albacete se gestionan dos páginas webs, fáciles e intuitivas, donde a golpe de click ya es posible rastrear la vivencia de más de 28.000 víctimas de la Dictadura en la región o conocer aquellos relatos sinceros que desmontan algunos de los mitos de la Transición.
“Queremos acercar el pasado reciente, traumático, con textos sencillos, con imágenes, situándolos en un mapa; hemos hecho un trabajo ímprobo de síntesis, queremos trascender los límites de los despachos y las revistas”, comenta el profesor Damián. A. González. La tendencia actual se basa en la Historia Pública o la Transferencia, es decir, romper los encorsetados moldes academicistas. Si la historia no sirve a la gente, su función está mutilada. Como decía William Faulkner, el pasado solo es una dimensión del presente. Para su conocimiento y comprensión necesitamos a los historiadores.
La idea de crear un portal de víctimas surgió en 2008. Según nos relata el catedrático Manuel Ortiz Heras, “en Castilla-La Mancha solo se habían realizado investigaciones parciales y con mucha ilusión conformamos un equipo para poner a la autonomía al nivel de la mayoría de las comunidades”. Pero los vaivenes políticos y la crisis económica paralizaron el proyecto durante unos años, al final, y de manera precaria, el sueño echó a andar. Explica Ortiz Heras que empezaron a pensar en colectivo, a compartir información y elaboraron una base de datos para ponerla al servicio de la sociedad“. Hoy, el portal 'Víctimas de la dictadura en Castilla-La Mancha' registra a miles de ciudadanos a los que les tocó sufrir la represión franquista en sus múltiples formas de violencia.
Mil males
La posguerra se resume en tres sencillas pero dramáticas palabras: hambre, cárcel y muerte. Un solo dato sigue definiendo la catástrofe no resuelta de España. Informa Naciones Unidas de que, después de Camboya, nuestro país ocupa el segundo puesto en el ranking mundial con más número de personas desaparecidas. Una vez acabada la guerra había más de un millón de presos; durante los primeros años, hasta 140.000 murieron entre las rejas. Hay quien ha dicho que la patria era toda una prisión. Lo cierto es que además de cárceles surgieron campos de concentración por la geografía española.
El periodista Carlos Hernández de Miguel ha contabilizado 38 de estos espacios en las cinco provincias que hoy conforman Castilla-La Mancha. En la mayoría de los casos, eran instalaciones temporales donde se encerraba a los vencidos hasta que se les trasladaba a cárceles o se les fusilaba. Iglesias, escuelas, conventos, plazas de toros, campos de fútbol, fábricas; cualquier lugar valía. Aparecieron no solo en las grandes capitales sino también en municipios como Hellín, Almansa, Alcázar de San Juan, Almagro, Almuradiel, Chillón, Daimiel, Manzanares, Valdepeñas, Villanueva de los Infantes, Huete, Motilla del Palancar, Tarancón, Uclés, Congolludo, Sigüenza, Consuegra o Tembleque, entre otras muchas localidades. Infiernos donde miles de personas perdieron la vida y aún siguen desaparecidas. Según los datos que ofrece el Gobierno de España, en Castilla-La Mancha existen 146 fosas comunes, apenas 35 han sido exhumadas total o parcialmente.
En octubre de 2000, se realizó la primera exhumación de víctimas en el país. Sucedió en El Bierzo, León. A partir de entonces empezó un movimiento reivindicativo que se forjó con la fundación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria; se consolidó en 2007 con la Ley de Memoria Histórica de José Luis Rodríguez Zapatero y la querella argentina que promovió Baltasar Garzón; y a que a día de hoy sigue vigente.
Esta asociación ha realizado varias intervenciones en nuestra comunidad autónoma: Almadén (Ciudad Real) y Guadalajara. En la región, el abordaje de la ahora llamada Ley de Memoria Democrática ha seguido caminos diversos en cada la provincia. En Ciudad Real se ha avanzado a pasos agigantados gracias al empeño personal de José Manuel Caballero. En algún momento dijo: “Tenemos una deuda de gratitud con todos estos hombres y mujeres, no podemos devolverles la vida, pero si su memoria, dignidad y honor”. Después de publicar el listado de víctimas, la Diputación de Ciudad Real incluye en los presupuestos de 2021 una partida para señalizar y dignificar las fosas, una iniciativa que buscará el consenso de familiares y ayuntamientos. En otras provincias, como Albacete, se han impulsado ayudas a municipios para la identificación de vestigios de la Guerra Civil, pero aún queda mucho por andar.
Esclavos de Franco
El profesor de la UCLM Manuel Ortiz Heras ha empleado gran parte de su carrera en investigar la violencia durante la dictadura. Casi en broma nos cuenta cómo a mediados de los años 90 se censuraban algunos de los trabajos basados en el régimen por cuestiones ideológicas. El estudio del franquismo sigue siendo difícil: documentación que aún no es accesible, archivos fragmentados y obstáculos administrativos. Este es el panorama al que todavía se enfrentan los investigadores. De hecho, solo desde hace una década pueden consultarse las sentencias franquistas contra los afectos a la República.
Los años de negritud y silencio pesaron durante demasiado tiempo. Cientos de presos políticos que sobrevivieron fueron utilizados para la reconstrucción de un país destrozado. Más de 200 pueblos y ciudades quedaron prácticamente borrados del mapa tras la contienda. En su libro “Esclavos por la patria”, el periodista Isaías Lafuente repasa la manera en que el régimen franquista aprovechó la fuerza de los vencidos no solo para rehabilitar España sino para enriquecer a empresas privadas. El Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo, creado el 7 de octubre de 1938, se encargó de organizar toda esta mano de obra barata y explotada.
Esclavos que construyeron pantanos como los de Entrepeñas y Pálmaces, en Guadalajara o el Cenajo, entre Albacete y Murcia. Batallones de trabajadores que hicieron vías del tren como las del tramo Cuenca-Utiel o la Academia de Infantería de Toledo o carreteras o cárceles. En Ocaña, los presos incluso fabricaron maletines, bolsas de viajes y hasta carteras colegiales. Lafuente escribió que “confeccionaban anualmente 16.000 prendas destinadas a la Dirección de Prisiones” y que en el presidio de Ciudad Real se hacían encajes que luego vestían las mujeres de alta alcurnia. También se ha constatado la presencia de cautivos en las minas de Almadén; en la memoria de 1942 describían así la eficacia del negocio, “constituye hoy el mayor manantial de divisas para nuestra patria”. Calculaban que la producción de los presos era cinco veces superior a la de las personas libres.
En Albacete, concretamente en Hellín, se empleó a más de 100 reclusos en las minas de azufre. El historiador Antonio Selva cree que pudo haber muchos más. Según relató en un artículo sobre el asunto, “los presos previamente a su llegada al destino han sufrido una serie de humillaciones desde el proceso de pelado, afeitado, desinfección o desinsectación”. Como nos explica para este reportaje, en la provincia albaceteña el método de la redención de penas también fue usado en el puente de Villatoya, en una conocida imprenta y en las obras de la Iglesia de San Juan.
Hasta 1970, se usó mano de obra presa en una importante cementera en Castillejo, Toledo. Llegó a quintuplicar su producción y hoy pertenece a la primera empresa española de este sector. Las élites del régimen no desaprovecharon la ocasión para enriquecerse mientras cientos de personas morían de hambre o de tifus o tuberculosis contraídas en prisión.
El control que se ejercía sobre la población abarcaba desde la materia al espíritu. Juan Eslava Galán, en su libro “Los años del miedo”, cuenta una de las instrucciones dictadas por el arzobispo de Toledo, Cardenal Pla y Deniel: “Los vestidos no deben ser tan cortos que no cubran la mayor parte de las piernas; no es tolerable que lleguen solo a la rodilla. Es contra la modestia el escote y los hay tan atrevidos que pudieran ser gravemente pecaminosos por la deshonesta intención que revelan o por el escándalo que producen”.
Solo por ser mujer
“La mujeres fueron castigadas por razones políticas del mismo modo que los hombres, pero también lo fueron por motivos relacionados con el papel de la mujer en la sociedad y la imagen que el franquismo trató de imponer sobre ellas”, así nos lo narra María Llanos Pérez, graduada en Humanidades y estudios sociales por la UCLM e investigadora del portal 'Mapa de la Memoria Democrática de Albacete'. Actualmente está realizando su tesis basada en aquellas mujeres que fueron represaliadas por la dictadura y que padecieron una represión específica solo por el hecho de ser mujeres.
Pérez afirma que está tratando de explicar este fenómeno de la forma más completa, analizando las relaciones familiares, de amistad o vecindad que había entre las represaliadas, también con aquellos o aquellas que las denunciaron y testificaron en su contra. “Las venganzas o enemistades tienen su origen en su mayoría en el periodo republicano y fueron el punto de partida de muchas de las acusaciones vertidas durante la dictadura”. Y avanza la investigadora que, de momento, han cuantificado en más de 1.000 las mujeres que sufrieron violencia física a través de los Tribunales Militares en Albacete, “pero hay otros muchos tipos de represión, más difíciles de cuantificar, en los cuales estamos trabajando”, puntualiza.
Este tipo de estudios aún son escasos en la historiografía. También desde la UCLM, María Isabel Jiménez analizó el fenómeno de la represión en Cuenca y relató: “Otro fenómeno que corre paralelo fue el estraperlo, castigado por la Ley de Tasas. Se trata de un tipo de criminalidad ligado a la miseria, tan presente en aquellos primeros años de posguerra. Hay bastantes casos en los que, dentro de una misma familia, a unos los encierran en la cárcel por causas políticas y a otros, generalmente mujeres, por la aplicación de dicha ley”. Un testimonio vivo de esta circunstancia lo ha ofrecido recientemente, en forma de libro, Vicenta Escudero, quien a sus 85 años ha descrito las vivencias de su madre como estraperlista por la Sierra del Segura.
El miedo doma
Pasaron los años y la propaganda franquista fue imponiendo su visión. El historiador Damián A. González, autor de libros como “La Falange Manchega” o “Los hombres de la dictadura”, tiene claro que el discurso que impera en la sociedad es el viejo relato del 36. “Los viejos relatos que justifican al franquismo, qué más da que la calle se llame Brunete que General Mola, si en realidad no saben quién fue el general Mola o que Brunete es una batalla que está en ciertas películas. El discurso sigue ahí, no ha cambiado y la gente no le da importancia;, la democracia debe hacer el esfuerzo de explicarlo”, reflexiona el profesor de la UCLM.
De vez en cuando surge alguna polémica por el nombre de las calles, se genera ruido mediático y mañana, de nuevo, todo acaba en el cajón de la desmemoria. La lucha contra este olvido es lo que justifica la existencia de una web como “Mapa de la Memoria Democrática de Albacete”. Acumula ya 400 entradas con las que conocemos que, tras la muerte de Franco en la cama, en 1975, la democracia no vino sola ni solo gracias al juego de tronos del Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez o Torcuato Luca de Tena. La sociedad, incluso la apartada y rural como la albacetense, empujó para superar 40 años en los que la represión siempre existió pese a que en sus últimos años dulcificara su forma. La violencia franquista solo mutó, nunca desapareció del todo.
La transición no estaba escrita ni fue tan pacífica como se piensa. Le preguntamos al profesor Mariano Sánchez Soler, autor de “La Transición sangrienta” y nos dice: “Hubo un pacto de no agresión, de punto final, que significó negar la realidad y es que se mató a gente y hubo violencia. Numéricamente hay más muertos por acción policial en manifestaciones que por actos de extrema derecha; la represión fue muy fuerte en los años del paso de la dictadura a la democracia”.
Sánchez Soler, que también vivió aquel tiempo como periodista, cifra en 2.663 las víctimas por violencia política, incluyendo en este concepto los terrorismos de extrema izquierda, nacionalistas, de extrema derecha, la guerra sucia, la represión en la calle, la tortura y otras manifestaciones de violencia política emanada de instituciones del Estado. Ya en democracia, en la cárcel de Herrera de la Mancha, (Ciudad Real), 23 presos políticos fueron torturados en 1979. En el periodo de 1975 a 1983, hasta 591 personas perdieron la vida en España por razones políticas.
Otro de los mitos que investigadores como Sánchez Soler han tratado de desmontar es el de la austeridad de dictador. Ya se ha constatado que el caudillo y la “corte del Pardo” que le rodeaba se enriquecieron durante años. Entre las múltiples propiedades, los Franco eran poseedores de una finca de 18.000 metros cuadros en Guadalajara y un lujoso chalet en Entrepeñas, valorado en 20 millones de pesetas de entonces. La trama financiera de la familia se extendía por medio centenar de importantes empresas. Como dijo el hispanista Paul Preston, “el dictador era consciente de que su causa se sostenía gracias a redes corruptas”.
Pero los Franco nunca fueron molestados. La limpieza de sangre se extendió a muchos sectores y progresivamente, la vieja dictadura se fue diluyendo en la nueva democracia. El novelista Javier Cercas ha dicho que “la democracia española se fundó sobre una gran mentira colectiva, o más bien, sobre una serie de pequeñas mentiras individuales”. Unos años antes, Gregorio Morán ya había lanzado esta idea: “La característica común de las cinco, seis o siete figuras que tuvieron en sus manos la transición y la hicieron en secreto es que todos ellos traicionaron su pasado”.
Con todo, la democracia llegó y aquel tiempo aún es recordado con alegría por sus protagonistas pese a las dificultades. Juan Antonio Mata, uno de los primeros sindicalistas de Albacete, nos recuerda aquellos días: “Intentábamos construir algo nuevo, nuestra escuela era la calle, el trabajo, el instituto, no sabíamos cómo había que hacer un sindicato de clase, pero lo fuimos haciendo con ilusión y compromiso”. Él mismo, según narró el periodista Andrés Gómez Flores, fue detenido pistola en mano en 1977 por la celebración prohibida del primero de mayo.
El miedo doma y el terror a una nueva contienda civil gravitó durante todo el proceso. Sin embargo, no fueron pocas ni pocos los que individualmente o mediante asambleas clandestinas; en solitario o con el apoyo de los “curas rojos”; quienes aprovechando la propia legislación franquista y las asociaciones, se enfrentaron a un régimen criminal durante décadas y propiciaron la libertad.
El profesor Damián A. González explica que la web que gestionan “da voz esos que ni siquiera se consideran protagonistas y sin embargo formaron parte de la fábrica social de la democracia; la gente, en sus pequeñas interacciones cotidianas consiguió abrir espacios para el debate”. Y recuerda casos paradigmáticos como el pueblo comunista de Villamalea, la huelga de mujeres del textil o la primera manifestación en Albacete. Aquellos pequeños relatos que hicieron grande la historia de la democracia.
Una misión colectiva
A finales de 2020, el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, presentó, en el Salón de Grados de la Facultad de Humanidades de Albacete de la Universidad de Castilla-La Mancha, la reforma de la Ley de Zapatero. El Gobierno de Sánchez avanza en la implantación de las medidas que recoge el nuevo texto y aparte de exhumar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos, ha publicado un conjunto de informes monográficos y ha dotado presupuestariamente con 750.000 euros a la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) para que realice actuaciones relacionadas con la recuperación de la memoria democrática.
Algo que como ciudadanos debemos conocer porque la memoria histórica es tarea de todos. Según matiza el profesor Ortiz Heras, “la clave en la historia es la continuidad”. Pues eso, somos hijos de nuestro pasado y padres que nos imaginamos hacia el futuro. La tarea de docentes e investigadores continúa, a menudo en un territorio hostil y desigual, pero con la firme decisión de transferir a la sociedad todo el conocimiento y abiertos a recibir de la gente los testimonios que completen la realidad. La financiación pública, el apoyo de editoriales como Comares, Biblioteca Nueva, Sílex, Bomarzo, y las manchegas Altabán, Publicaciones de IEA o Almud junto a la implicación de asociaciones y colectivos, siguen ensanchando el paisaje infinito de este periodo histórico.
La sociedad está necesitada de conocer los nombres olvidados, la verdad oculta tras la amnesia, la raíz subterránea de las disfunciones presentes. La Historia Pública está haciendo asequible estos conocimientos a través de nuevos formatos y canales para que resulte útil a la gente. Y resulta. La web de las víctimas está cumpliendo una función social. Para las familias es de un valor tremendo después de tanto tiempo de silencio y humillación. Como nos cuentan los profesores, “para ellos ver el nombre del familiar es ya un triunfo”. Las lágrimas de los hijos o nietos es la recompensa para esta generación de historiadores que está sentando las bases pioneras para que otras y otros sigan en esta misión colectiva llamada Memoria Democrática.