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Un siglo del café más ‘chic’ de Albacete que acabó en colegio con un patio de más de 10 hectáreas

Imagen de la Terraza Buenos Aires de Albacete en sus primeros años de funcionamiento

José Fidel López Zornoza

14 de noviembre de 2024 19:48 h

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Los alumnos y alumnas del colegio público San Fernando, de Albacete, tienen como patio de recreo una zona verde de más de 10,5 hectáreas, una ubicación privilegiada que también se enfrenta a numerosos hándicaps como consecuencia de los fenómenos meteorológicos adversos, en especial, del viento. Y es que este centro educativo, que va camino de cumplir siete décadas, está emplazado en pleno Parque de Abelardo Sánchez, histórico pulmón verde de Albacete. Pero la historia del edificio en el que ahora se imparten las enseñanzas de Infantil y Primaria arranca mucho antes, en concreto, hace un siglo.

El 12 de febrero de 1923 tuvo entrada en el Ayuntamiento de Albacete una instancia firmada por José Herreros Navarro. En el documento, timbrado conforme a la normativa, este albaceteño, residente entonces en la calle del Amparo número 9, expone al Consistorio que “conviene a sus intereses” instalar en el Parque de Canalejas –actual Parque de Abelardo Sánchez– un edificio construido de nueva planta con destino a chalet y kiosco “para la venta de café y similares”.

Ahí comienza, oficialmente, la historia del Chalet Buenos Aires, porque el sueño de José Herreros arrancó antes, mucho antes, cuando en los albores del Siglo XX, marcho “a hacer las Américas”, como se decía entonces, en busca de la prosperidad, misión en la que no se fue solo, sino que sus hermanos Bienvenido y Juan también hicieron las maletas.

Sin embargo, cada uno de ellos optó por un destino: Bienvenido se marchó a Puebla (México); Juan estuvo por la península del Yucatán (México) para pasar luego a Lima (Perú) y Valparaíso (Chile), y José recaló en Argentina, y de ahí que a su proyecto de café en pleno Parque de Canalejas le llamara Buenos Aires. Así lo contó Antonio Herreros, hijo de Juan.

Fueron muy emprendedores los hermanos Herreros, puesto que, de regreso a Albacete, y con la 'plata' ahorrada, cada uno orientó ese espíritu empresarial por un negocio diferente. Bienvenido se hizo con el Teatro–Circo y, con el tiempo, con otras salas teatrales y cinematográficas; Juan asumió el antiguo comercio de comestibles de Giménez y Dalmau de la calle Mayor, que rebautizó como Casa Herreros, y José se embarcó en el Gran Café Buenos Aires.

Pero regresemos a 1923. El 21 de febrero, apenas unos días después desde que José Herreros presentase su propuesta, recibió respuesta positiva del Consistorio. La autorización, de la Comisión de Policía Urbana, daba su visto bueno a la aventura empresarial del otrora, emigrante, pero eso sí, fijando una serie de condiciones, como la presentación de memoria, proyecto y presupuesto; la obligación de cumplir el plazo de concesión –que iría en función de la inversión realizada– o que los precios del servicio prestado serían aprobados por el Ayuntamiento. Estas cláusulas fueron asumidas por el promotor, como consta en un documento municipal del 27 de febrero.

Dicho y hecho. El arquitecto municipal, Julio Carrilero, y el empresario presentaron un par de meses después el proyecto. Fechado el 20 de abril de 1923, la memoria indica que el propósito era levantar un restaurante y vivienda en un edificio de sótano y dos plantas, con una superficie total de 224 metros cuadrados, y de diseño rústico para “armonizar con el lugar de emplazamiento”. Los planos, curiosamente, aparecían firmados inicialmente con el nombre de Julio Carrilero, arquitecto municipal. Pero alguien se encargó de tachar, bruscamente, eso sí, lo de municipal.

Casi 500 metros de superficie

Los trámites se sucedieron a gran velocidad. Y el 26 de abril el proyecto recibió la aprobación del Consistorio. En el documento que se entregó al promotor aparecían reflejados los compromisos del Ayuntamiento. A saber: la cesión en arrendamiento de un trozo de terreno de 16 metros lineales de fachada por 30 de fondo; en total, 480 metros cuadrados de superficie en el Parque de Canalejas, en concreto, en el centro del paseo que, desde el quiosco de la música –el de entonces, que fue sustituido por el actual a causa de los destrozos causados por las inclemencias meteorológicas– en dirección a la huerta de los herederos de Don Ramón Casas, “con objeto de que sobre él –sobre este solar– construya –José Herreros– por su cuenta y riesgo un chalet–restaurante con arreglo al proyecto presentado”.

Además, se fijó un plazo de arrendamiento de 25 años, y como precio del mismo, 2.000 pesetas anuales –12 euros de los de ahora–; 50.000 pesetas –300 euros– por el cuarto de siglo que contemplaba el periodo de alquiler del solar. Pero José Herreros no debía aportar a las arcas ni una perra chica, sino que esa renta se compensaría con el coste del edificio, cuyo valor se estimó entonces en esas 50.000 pesetas.

Por lo tanto, llegado 1948, José Herreros Navarro debía abandonar esa vivienda y negocio hostelero “sin derecho a indemnización alguna”. La escritura de arrendamiento fue otorgada por el Ayuntamiento al promotor ante el abogado y notario público del Colegio de Albacete, Manuel García el 30 de julio de 1923. Por parte del Ayuntamiento intervino como procurador José Ponce Cantos, por delegación del secretario municipal Joaquín Quijada. Y José Herreros Navarro firmó en su propio nombre. La escritura establecía todas las condiciones pactadas y aceptadas por ambas partes.

Un año después

Un año después, para junio de 1924, el Chalet Buenos Aires ya era una realidad de hormigón, cristal, madera y pizarra. Y fue el asombro de los albaceteños y albaceteñas. El Diario Albacete contaba en su edición del sábado, 7 de junio, de aquel año que el Parque de Canalejas, por obra y gracia del Consistorio había cambiado su “decoración” tras años de cuestionables cuidados. “El Ayuntamiento ha vuelto la mirada hacia el Parque, cuida sus paseos, levanta un pequeño chalet para biblioteca y otro para urinarios y se propone reparar el kiosco de la música, que, en señal de protesta por lo que allí ocurría, se llevó el aire en día infausto, rompiendo las columnas de hierro y derrumbando la atrevida bóveda, cual si fuera ligera pluma”.

Tras cargar las tintas por la ausencia de desbrozamiento del recinto en cuestión –por cierto, que el rotativo achacaba a la “falta de medios” a la que debía hacer frente el Ayuntamiento al no encontrar “al personal necesario”–, El Diario de Albacete alababa el proyecto de José Herreros. “Es de estilo semirústico, con magnífica terraza al frente, que estará sorprendentemente alumbrada. Se encuentra en uno de los lugares donde los árboles están más frondosos”, añadiendo que “desde la terraza y los balcones, la perspectiva no puede ser más soberbia”. “Será uno de los más agradables puntos de reunión para la buena sociedad albacetense, en las placenteras noches de verano o en los días inhóspitos del invierno, siendo un nuevo aliciente para todos y constituyendo el punto obligado para la celebración de fiestas y banquetes”, apuntaba la crónica periodística. 

Ya entonces, se le comparó con uno de los balnearios de más alto postín de la playa del Postiguet de Alicante, el Diana; en Valencia, con el restaurante Miramar de la playa de Levante, lugar predilecto de lo más selecto de la sociedad de la capital del Turia, o con el merendero La Huerta, en La Dehesa de la Villa, en Madrid, punto de encuentro de la sociedad chic más castiza. 

El negocio echó a andar. Y su promotor decidió centrar sus esfuerzos en su gestión, de tal manera que propuso al Consistorio que le dejara subarrendar un kiosco que explotaba en el paseo de la Feria, petición que no le fue aceptada, y apenas unos meses después de abrir el Chalet Buenos Aires, José Herreros renunció a su negocio ferial.

Punto de reunión de lo más granado de la sociedad albacetense, la terraza que reinaba sobre el Parque de Canalejas, cuya construcción se inició en 1911 y que recibió el apellido del presidente del Gobierno asesinado en 1912, incorporó a su oferta de ocio el cinematógrafo al verano siguiente. Su amplia terraza se iba a convertir en el patio de butacas de uno de los más bellos cines estivales que ha tenido la capital albacetense gracias a su entorno único.

Y llegó el cinematógrafo

El Diario de Albacete recogía el domingo, 26 de julio de 1925 que, al día siguiente, el cine iba a tomar posesión de la Terraza Buenos Aires. La iniciativa partió de otro emprendedor, José Esparcia, quien llegó a un acuerdo con José Herreros para poner en marcha este entretenimiento de imágenes en movimiento. “El nuevo arrendatario –decía el periódico–, joven entusiasta en esta clase de negocios, está introduciendo en el chalet importantes reformas”. 

Mejoró el terrazo e instaló la correspondiente pantalla delante de la puerta de acceso a la escalera. En primer término, se colocaron varias filas de sillas, hasta sumar no menos de 300; detrás, butacas, para los clientes más VIP, y en último lugar, en la zona más próxima al restaurante, mesas para las consumiciones. Además, para evitar las corrientes de aire se instalaron mamparas a ambos lados de la solana, completándose todo ello con una iluminación elegante a la vez que profusa.

El rotativo destacaba que la intención del empresario era la de ofrecer todas las noches sesiones de cine, acompañadas de conciertos de piano y violín. Y en la cocina, una repostería de categoría. La primera película escogida para estrenar tan singular cinematógrafo fue una historia basada en la zarzuela La verbena de la Paloma, cuyos fotogramas estarían acompañados de la música de un sexteto. Dirigida por José Buchs en 1921, contaba con Florián Rey y Elisa Ruiz Romero en los principales papeles.

Y el proyector comenzó a ofrecer en medio de ese oasis verde películas y películas, que determinaban sobremanera la actividad de ocio y tiempo libre estival de los albaceteños y albaceteñas. Y que compartió alguna temporada en el propio Parque de Canalejas con el Cine Requena, de don Mariano, segunda generación de una familia levantina que hizo del cine su forma de vida. Su campaña publicitaria en los rotativos locales era constante, con reiteradas referencias a su comodidad, a su café, a sus paellas, a sus conciertos de piano y violín... y a su servicio para bodas y banquetes.

El auge de su negocio paralelo llevó a denominar durante varios estíos a la Terraza Buenos Aires como Cine Buenos Aires a secas, con “escogidos programas de películas”. Y mientras el discurrir el tiempo hacía de las suyas, consolidando este edificio emblemático al servicio de la ciudadanía, también otros acontecimientos aparecieron en escena, y no precisamente positivos para los intereses del empresario. Nos referimos a los actos vandálicos provocados por una “crisis de autoridad” en el verano de 1932 que llevaron, incluso, al cierre del Chalet Buenos Aires. El 10 de junio de 1932, viernes, El Diario de Albacete se refería, en una información de portada, y bajo el título de 'Para que se enteren nuestras autoridades', a la clausura del local como consecuencia de la presencia de una “docena de sinvergüenzas”, que se dedicaban a “atropellar con denuestos y frases soeces a las personas que pacíficamente acudían al cine, así como a amenazar de palabra y obra a los empleados del mismo cuando les recriminaban su conducta. Y los representantes de la autoridad, como en casos anteriores, si es que los había en el parque, no se enteraban de nada”. Y solo unos días después, el 28 de junio de 1932, El Defensor de Albacete se refería a otro suceso. Con el titular 'Escenas de cine', la noticia comentaba que Josefa Rodríguez y José Herreros, empleada y dueño respectivamente del Cine Buenos Aires, denunciaron a Jesús Gutiérrez, “el cual, después de causar daños en las sillas del mencionado cinematógrafo, insultó y amenazó a los denunciantes, cuando estos le llamaron la atención”. 

El Chalet Buenos Aires siguió funcionando durante esos años 30, afrontando los cambios que la hostelería y el cine marcaban. Y no con unos resultados económicos que permitieran mirar al futuro con confianza al empresario. Es más, en enero de 1935 inició José Herreros una pugna con el Consistorio a cuenta de la construcción del kiosco de música un año antes –mayo de 1934– en un emplazamiento diferente al inicial, frente a su restaurante. Un nuevo lugar para ese templete que, otrora, había sufrido los embates de Eolo, dejándolo sin cubierta.

Con la música a otra parte

El hecho de que los conciertos de la Banda Municipal de Albacete se trasladaran al nuevo templete del Parque de Canalejas, en la denominada la plazoleta del paseo del Capitán Galán, le ocasionaron, según aseguró José Herreros en sus comunicaciones con el Ayuntamiento, unos “perjuicios de consideración” hasta tal punto que le dejaron en una situación económica “apurada”. Por ello, propuso que se le prorrogara por 10 años más el contrato que tenía de instalación y alquiler de sillas en los parques municipales, además de una rebaja en el canon anual del 50%. De esta manera, el empresario podría, según expuso, hacer frente a sus “necesidades más perentorias”. Pero ni en este extremo ni en contenciosos posteriores a cuenta del número de sillas que debía entregar al Ayuntamiento o del canon a liquidar hubo acuerdo.

Y llegó la Guerra Civil que, como para tantas cosas, supuso un antes y después para este establecimiento. De hecho, según consta en documentación que tiene a buen recaudo nuestro Archivo Histórico Provincial, con la llegada del golpe de estado franquista, José Herreros decidió retirar del chalet que era su negocio y su casa numerosos enseres –incluidas mesas y sillas– por si acaso le eran sustraídos, y se los llevó al almacén de una panadería de la calle Rosario. Pues bien, según la ficha de la Comisaría de Vigilancia de Albacete, finalizada la contienda nacional, José Herreros advirtió de la desaparición de ese material, que finalmente fue hallado en un local del Paseo de Alfonso XIII, hasta donde llegó en un camión. La autoridad competente en ese momento, finalizada la Guerra Civil, reconoció que eran propiedad del empresario, otrora, aventurero en busca de destino en América.

Los años pasaron, y este local hostelero del Parque de los Mártires, así llamado tras la Guerra Civil, siguió cumpliendo su cometido, y con cierta frecuencia, en pleno estío, acogía bailes. Llegado 1946, dos años antes de expirar el plazo de concesión, y como estaba estipulado, el Servicio de Arquitectura Municipal pasó revista al estado del edificio. El resumen en general de la situación del inmueble y de sus enseres era que presentaban un “buen estado”. Ya, en 1949, en octubre, el alcalde, Fulgencio Lozano Navarro, le concedió un mes al inquilino para abandonar el Chalet Buenos Aires.

Con el tiempo, el edificio terminó acogiendo un colegio, que abrió sus puertas como tal en el curso 1956–1957. Se trata del actual San Fernando, centro que, bajo el patronato del Frente de Juventudes, arrancó con 109 alumnos y una plantilla inicial de cuatro maestros, de los cuales Gabriel Molina Poveda, procedente de la escuela de Ossa de Montiel, fue designado director. Con un presupuesto anual de 1.500 pesetas, se cubrieron gastos básicos y algunos extras en materiales de aula.

La comunidad estudiantil provenía de diversas calles, con padres dedicados a profesiones ya en desuso como botero y mulero. En los años 70, el colegio fue remodelado, con nuevas aulas, calefacción y baños; desde entonces, se transformó en un colegio de régimen ordinario.

Hoy, el edificio tiene dos plantas con aulas para Infantil y Primaria, una pequeña biblioteca, y acceso al Parque, de 10.5 hectáreas, usado como espacio de recreo. Y muy cerca, los alumnos y alumnas pueden visitar la nueva Biblioteca Municipal del Paseo Simón Abril, el Aula de la Naturaleza y otros recursos educativos externos

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