Abandonados, expropiados, inundados o arruinados. Es la historia de 20 pueblos en el norte de la provincia de Guadalajara que hoy no existen o solo quedan ruinas, que están bajo las aguas de una presa o que se reconvirtieron en lugares diferentes a lo que solemos llamar ‘pueblo’.
Esas historias todavía perviven en el imaginario de algunos de los que fueron sus vecinos o en sus descendientes y además “duelen”. Sus testimonios los recoge el libro ‘Serranía de Guadalajara. Despoblados, expropiados, abandonados’ (Editorial Aache, 2021) impulsado por la Asociación Cultural Serranía de Guadalajara.
Pertenecieron a un territorio de más de 3.000 kilómetros cuadrados en la Sierra Norte de esta provincia que agrupa a un centenar de núcleos de población. Hoy son “los pueblos del silencio” que han visto desaparecer no solo a sus pobladores sino su riqueza arquitectónica (como el Románico rural), natural o etnológica.
En la Sierra Norte de Guadalajara, dice el escritor Francisco García Marquina en el epílogo del libro, “mi mayor hallazgo fue encontrar a un pueblo que llevaba su pobreza con mucha dignidad, gente fuerte y austera, pero también compasiva, personas recelosas, pero también acogedoras, que vivían haciendo frente a una situación desfavorable (…) Y llegó el día en que la escasez les haría abandonar la tierra de las abejas para ir a la colmena urbana. En 1970 ya estaban abandonados Matallana, La Vereda y La Vihuela”.
El destino de muchos de estos pueblos, “fue un atropello”
En algunos casos, el éxodo tuvo que ver con “la poca atención política, comercial -quizá por parte de todos un poco- y debido al señuelo de un mejor salario en una fábrica y una vivienda en el Corredor del Henares”, explica José María Alonso, coordinador de la publicación en la que han colaborado escritores, historiadores, etnógrafos, periodistas… y que ha financiado la Diputación.
El propio José María Alonso, médico jubilado, escribe uno de los capítulos dedicado al El Atance. “Mi hermana fue la última maestra”. Eso ocurrió antes de que fuera sumergido en los años 70 bajo las aguas “saladas” de un embalse, a excepción de su iglesia, trasladada años después piedra a piedra a uno de los barrios de Guadalajara capital.
El Atance, El Vado o Alcorlo “el caso más sangrante”, dice Alonso: todos ellos perviven sumergidos bajo las aguas de los pantanos que abastecen a una parte de la provincia y, también, a la vecina Comunidad de Madrid. Hoy forman parte de ese grupo de pequeños núcleos de población que “con todos mis respetos, fueron atropellados por diversas razones”, lamenta Alonso.
Otros “fueron expropiados forzosamente, por ejemplo, para la repoblación de pinares en los años 60 o 70”, por parte del Ministerio de Agricultura bajo el régimen franquista. “Como dirían nuestros antepasados, entre todos la mataron y ella sola se murió”, apunta el filólogo y profesor José Antonio Ranz Yubero en el prólogo del libro, a cuenta de la despoblación.
El libro ‘Despoblados de la provincia de Guadalajara’, del que es coautor junto a José Ramón López de los Mozos, fue una de las razones de esta asociación cultural para hablar de aquellos pueblos abandonados hace unos 70 u 80 años, después de la guerra civil. Una exposición fotográfica organizada en Condemios de Arriba, fue el aldabonazo para lanzar la publicación.
Bujalcayado, Fraguas, Las Cabezadas, Jócar, Matallana, Robredarcas, Romerosa… “Mucha gente todavía tiene recuerdos de esos núcleos de población abandonados o perdidos. Son pueblos que todavía duelen. Hay tristeza y muchas historias de los vecinos”, explica José María Alonso.
Es un libro que busca el lado humano. “Queríamos contar cómo vivían antes de las expropiaciones, de las inundaciones o de la despoblación y también cómo fue el momento de la desaparición de esos pueblos, qué ha pasado con su Patrimonio y su gente”.
Y es que, cuando mueren los pueblos, con ellos se va también el Patrimonio costumbrista. Como las botargas, tan típicas de la provincia. También desaparece cierta riqueza lingüística relacionado, por ejemplo, con la ganadería, una de las actividades económicas de la zona. ¿Cuántas personas saben hoy que andosca sirve para designar la edad de una oveja? ¿O que una zoqueta es un instrumento de madera que protegía la mano en las tareas de siega?
Alonso cuenta que coordinar el libro “ha sido una tarea gratificante” que han querido complementar con un documental de 30 minutos, en forma de DVD, realizado por Agustín Esteban y José Miguel Sánchez Rojo.
Es también una aportación al drama de la despoblación que se vive en buena parte de la provincia de Guadalajara. “Hay pueblos semivivos y algunos incluso con visos de recuperación”.
Pone como ejemplo el caso de Villacadima. “Su iglesia románica pudo ser recuperada gracias a la iniciativa del arquitecto Tomás Nieto Taberné. En Querencia tratan de sacar el pueblo adelante… Pueden revertir su situación”.
Este médico jubilado, natural de Valverde de los Arroyos, una de las joyas arquitectónicas y naturales de la Sierra Norte de Guadalajara, habla de las “paradojas” de la despoblación. Por ejemplo, cita lo que ocurrió con Umbralejo. “Se desnudó un pueblo para después llevar a gente a conocer cómo se vive en el mundo rural. Podían haberlo hecho en un pueblo habitado. Fue una revitalización artificial”.
“Ahora hay otros muchos pueblos ahora en riesgo de desaparición. Miguel Delibes decía que antes los pueblos tenían gente y no tenían servicios y ahora que tienen, no hay gente”. En todo caso, quita hierro al fenómeno. “Todo esto forma parte de la historia. Tenemos miles de restos arqueológicos de otros pueblos, como los romanos. No deja de ser parte de la evolución de la Humanidad”.
La despoblación en la Sierra Norte de Guadalajara: “Si estos pueblos no crecen en vida productiva y cultural, nos quedaremos en una reserva turística
La Sierra Norte de Guadalajara vivió hace muchos años un momento de inflexión. “Se habló de convertirla en reserva de caza, en parque natural (hoy lo es, de hecho) y el peligro estaba en que se quedase en eso, en un punto turístico que hubiera que dejar muy bonito para que la gente lo viera, hiciera fotos y se fuera”.
Para José María Alonso ese “peligro” está todavía latente. “Si solo intentamos mantener el turismo en estas zonas puede suceder que lo acabemos deteriorando. Hay que prestar atención al sistema productivo. Las posibilidades de la sierra pueden pasar también por la madera, la ganadería, la micología, los productos ecológicos, la ganadería… Si estos pueblos no crecen en vida productiva y cultural, nos quedaremos en una reserva turística”.