Es tan difícil quitar el estigma de una enfermedad mental que hablar de ello abiertamente se ha convertido en un fin en sí mismo. Así lo hacen los trabajadores y trabajadoras del hotel ‘El Sueño del Infante’ de Guadalajara, con diferentes grados de discapacidad por este motivo. Son casi la totalidad del personal de este Centro Especial de Empleo gestionado por Afaus Pro Salud Mental. Se ocupan de la recepción, del restaurante, de la limpieza de habitaciones, de la lavandería, de la logística, de las redes sociales y de las labores comerciales. Uno de ellos también ameniza, tocando el piano, las cenas de un establecimiento pequeño, colaborativo y “familiar”.
En pleno centro de la capital alcarreña, junto al emblemático Palacio del Infantado, un total de 28 trabajadores y trabajadoras con discapacidad por salud mental han encontrado en este hotel, inaugurado hace más de cinco años, un proyecto vital. Un desarrollo laboral y personal que ha demostrado que “la vida es algo más que un diagnóstico”, según cuentan a elDiarioclm.es.
‘El Sueño del Infante’ nació de la perseverancia de Maribel Rodríguez, terapeuta ocupacional ya jubilada, vinculada al movimiento asociativo, que actualmente es presidenta de la Fundación Empleo y Salud Mental, directora del hotel y coordinadora de asociaciones de Afaus.
Esta organización lleva 30 años ofreciendo proyectos de vida, viviendas, formación y ocio a personas que salen de un ingreso psiquiátrico. Pero decidió hace unos años dar un cambio de rumbo a su labor social y buscar una visibilización alternativa: determinadas personas, por tener un problema de salud mental, no tenían por qué estar “encajonadas” en una actividad determinada o únicamente en talleres ocupacionales, “sino que cada persona tiene un talento y una posibilidad de empleo”.
“Elegimos que fuera un hotel por la gran cantidad de perfiles profesionales que permite y por los trabajos que allí se realizan”, cuenta Maribel. En Guadalajara, había un edificio pequeño que llevaba cinco años cerrado y la asociación comenzó a “soñar”. Era el año 2016. Ahí empezó una carrera de obstáculos y retos realmente increíble.
Hasta 2018 no pudieron comprar el hotel, de propiedad privada. Tenía muchas deudas y había salido a subasta. Durante dos años tuvieron que negociar otra fórmula para poder adquirirlo, ya que la asociación no contaba con ahorros para hacer un depósito y tener opciones en la subasta. Después llegó el trámite de las licencias y la rehabilitación, hasta que en abril de 2019 se convirtió en realidad.
La propia asociación, junto al Servicio Público de Empleo (SEPE), se encargó de formar al futuro personal y de que comenzara a realizar prácticas lo antes posible. De hecho, contrató a la mayoría de trabajadores seis meses antes de la apertura del hotel. “Queríamos que tuvieran una formación desde el principio y que trabajaran en la propia rehabilitación. Que hicieran del hotel su casa, su proyecto”.
El primer día que abrió, el hotel se llenó debido a una competición de gimnasia rítmica juvenil que había en la ciudad. Siguió funcionando a pleno rendimiento. En octubre de 2019 consiguieron abrir el restaurante. Pero en enero de 2020 comenzaron a anularse reservas: llegaba la pandemia de COVID-19.
Del confinamiento a la guerra en Ucrania
“Pensábamos que había sido difícil hasta ahí, pero no. Fue más duro aún, pero también aprendimos. Durante los peores tiempos del confinamiento atendimos a gente en situación de calle, personas que venían con lo puesto, que necesitaban de todo. Nos convertimos más que nunca en una familia”, detalla Maribel.
Personas que siempre han sido cuidadas se convirtieron en cuidadores de otras personas en situaciones muy frágiles
Su función en esos meses fue tan importante que el establecimiento finalmente se dio de alta como hotel hospitalario, es decir, podía acoger a personas con COVID. “Fue otra prueba de fuego. Se formó a todos los trabajadores en medidas de seguridad y equipos de protección. Atendieron a personas enfermas y también acogimos a personal sanitario que no quería ir a casa por si contagiaban a sus familias”.
Pero eso no fue todo. Cuando las tropas rusas invadieron Ucrania en febrero de 2022, ‘El Sueño del Infante’ fue de los primeros hoteles españoles que acogió a las personas refugiadas que llegaron del país. Permanecieron allí durante casi un año, hasta que consiguieron viviendas de acogida. “Hacíamos menús especiales para ellos, preparábamos a los niños para el colegio, hubo grupos de voluntariado para todo”.
“Y todo eso lo hicieron personas con problemas de salud mental. Ellos y ellas fueron los que lo hicieron posible. Personas que siempre han sido cuidadas se convirtieron en cuidadores de otras personas en situaciones muy frágiles”, subraya la directora. Después de tres años, muchas de estas familias, ahora ya en viviendas de acogida, vienen a ver al personal de vez en cuando.
A las personas refugiadas las recuerda Alberto “con mucho cariño”. Tiene 32 años, entró a trabajar poco después de que el hotel abriera. A su esquizofrenia prefiere llamarla “condición”, no enfermedad, algo con lo que ha aprendido a convivir. Toma medicación desde hace tiempo pero su terapia también es el “día a día”.
En el hotel trabaja como recepcionista, y también hace funciones de camarero, como ayudante de cocina y toca el piano para amenizar las cenas.
“A mí el hotel me salvó la vida, porque cuando has pasado un momento muy malo en tu desarrollo vital, una oportunidad así es única, sobre todo en el ámbito social. Yo pasaba mucho tiempo solo en mi casa, sin salir, sin hablar con gente, y trabajar como recepcionista es todo lo contrario. Tuve que aprender el oficio, con el paso del tiempo me acabé soltando y ha sido un recurso terapéutico muy bueno”, cuenta.
Todos los trabajadores tiene un turno de ocho horas, algunos rotativos. Trabajan cuatro días seguidos y libran dos. A todos les gusta porque “no satura tanto”.
Solo quiero mi desarrollo laboral, como todo el mundo
“Esto para mí es un proyecto de vida y con tenerlo me vale. Después, se trata de ir luchando para mejorar. Solo quiero mi desarrollo laboral, como todo el mundo”, añade Alberto. Lo que más le gusta, además, es que “nos apoyamos todos porque todos tenemos problemas similares y el ambiente laboral es muy bueno por eso, porque somos como enfermeros unos de otros”.
Es también lo que más le gusta a Águeda, de 56 años. Es camarera de piso pero también colabora en otros trabajos del hotel que sean necesarios. La contrataron hace seis meses y la acaban de hacer indefinida. “Me gusta mucho porque, a mí, con mucha gente no me gusta estar. Y con esto trabajo, pero voy a lo mío”.
Águeda tiene trastorno obsesivo compulsivo (TOC), depresión crónica y trastorno de la alimentación. El hotel también es su terapia. Pero sobre todo es su trabajo, un trabajo que le permite ser independiente (se casa con su pareja el próximo mes de julio) y en el que le gustaría seguir con el tiempo. Coincide con sus compañeros: “Me gusta cuando nos ponemos a desayunar todo el personal y hablamos de todo. Estamos muy compenetrados, es como una familia”.
El próximo mes de julio hará tres años que contrataron a Raúl, de 27 años y biólogo. Tiene síndrome de Asperger y recientemente le diagnosticaron TOC. Trabaja como camarero en el restaurante pero a veces también hace labores de recepcionista.
Su contrato comenzó justo cuando ‘El Sueño del Infante’ se convirtió en centro de acogida para refugiados ucranianos. “Fueron unos meses difíciles, pero fue muy gratificante. De vez en cuando algunos nos visitan y eso me encanta. Este trabajo me ha ayudado a estar acostumbrado a estar con la gente, a hacer vida social. Siempre he estado muy metido en mí mismo”.
A Raúl le gustaría que hubiera más iniciativas de este tipo. Es decir, más proyectos enfocados al empleo para personas con su enfermedad o similares. Como biólogo, estuvo a punto de formar parte de un parque de naturaleza y economía circular en Guadalajara que al final no vio la luz. “Todo se quedó en el papeleo, pero era un proyecto bonito. Hubiera sido un gran avance para diversificar. Yo no pierdo la esperanza y esto lo demuestra”.
Todas estas personas fueron formadas para trabajar en un hotel al uso pero terminaron gestionando las consecuencias de una pandemia y de una guerra. “Demuestra la gran capacidad de muchos de ellos para adaptarse a las circunstancias. Incluso creo que esa capacidad es superior en muchos casos. Tienen patologías, situaciones personales y edades muy diferentes. Y todos se adaptan a todos”, subraya la directora del hotel.
“La vida es algo más que un diagnóstico, son muchos roles y eso les empodera y los naturaliza. Son libres de hablar de lo que quieran con quien quieran”, añade, aunque también critica la “picaresca” de algunos clientes (“muy pocos”) que conociendo la situación del personal hacen reclamaciones “abusivas” para conseguir la estancia gratis. Explica que si cometen un error, piden disculpas como en cualquier otro establecimiento, pero que no permite que haya personas que aprovechen ninguna situación de vulnerabilidad.
Esta terapeuta ocupacional concluye dejando claro que, ante todo, el hotel ha demostrado que se puede ir “contra de todas esas ideas basadas en ninguna evidencia de que todas las personas con problemas de salud mental no pueden trabajar a turnos, no pueden tener una jornada completa, no pueden tener trabajos estresantes”. “Habrá personas que puedan y otras que no, como en toda la sociedad. Todo depende del talento, de la formación y de las habilidades. Eso es lo que determina el puesto de trabajo y la calidad, y no ninguna enfermedad”.