En el pregón de 2005, la periodista toledana Esther Esteban recordaba con emoción el día del Corpus de su niñez. “Ese día nos levantábamos temprano, al repicar festivo y juguetón de las campanas. Me agarraba con fuerza a la mano de mi padre, siguiendo como en un ritual a mi madre y a mi hermano, siempre unos pasos por delante, y atravesábamos con calma Santo Tomé -mi barrio- en cuya confitería, si había suerte, nos compraban unos dulces”, recordaba entonces.
Pero no es el único recuerdo que tiene Esteban. La periodista también ha narrado cómo entonces era tradición que llegasen las bargueñas, mujeres de la cercana localidad de Bargas, vendiendo pescado que podía ser besugo, en las “mejores épocas”, o escabechado en las no tan buenas. Carpas, presume, del Tajo. “Lo vendían por las casas en grandes recipientes”, explica. “En las casas con patio era muy popular reunirse, se hacía limonada y las madres y abuelas nos hacían ellas un vestido nuevo que estrenábamos el mismo día del Corpus, y los mantones se dejaban para engalanar los balcones por donde pasa la procesión”, recalca
El pescado escabechado, la limonada en los patios de vecinos, estrenar el vestido... Son tradiciones que ya casi no se ven al celebrar el Día del Corpus en Toledo. Pero en la memoria de las vecinas de la ciudad estos recuerdos no mueren. Lo que no ha cambiado ha sido la cantidad de personas que siempre han venido a disfrutar de la celebración, que recién en 2010 se convirtió en fiesta regional. Lo comunicó así la entonces portavoz de Gobierno, Isabel Rodríguez, ahora ministra de Política Territorial y portavoz del Gobierno que este año verá la procesión desde los balcones de la Delegación de Gobierno.
“Siempre ha venido mucha gente, de todos los pueblos. Entonces venían andando, porque no tenían coche. Venían de Bargas caminando, igual que nosotros lo hacíamos cuando íbamos a sus fiestas con las amigas”, recalca Salud, vecina prácticamente de la catedral de Toledo. Recuerda que salía siempre con su padre y sus cinco hermanos a ver la procesión, porque su madre trabajaba en la Fábrica de Armas y aprovechaba los días de fiesta para limpiar la casa “más en condiciones”. “Antes sí había más costumbre de hacer un refresco en el patio para los vecinos, bocadillos o cualquier cosita para pinchar”, relata.
Ahora en su familia ya no hay niños pequeños, lamenta, porque la fiesta del Corpus siempre ha sido para los más pequeños. “La fiesta es ver los gigantones, recorrer las calles adornadas. Aunque antes no te ibas por ningún sitio fuera ni tampoco tenías para sentarte en las terrazas. Ahora hay más, porque trabaja el matrimonio y los hijos. A nosotros sólo nos compraban un helado, un polo de hielo, ¿eh? Venían en un carricoche”.
“Lo que sí había era unidad vecinal”
“Siempre ha sido una fiesta muy tradicional, en la que estrenábamos vestido, y cuando hacíamos la comunión salíamos en la procesión, las hermandades, las calles adornadas... Todo, al final, ha sido tradición”, explica Mariluz Santos, que ahora coordina las asociaciones de vecinos del Casco Histórico de Toledo y Azucaica. “Y podías ver cómo se daban migas y limonada, lo que sí había era una unidad vecinal en torno al Corpus”, explica.
El Casco Histórico se veía “muy bonito”. “En un local de la calle de Bajada de Corral de Don Diego se hacía limonada, unas migas, y ahí pasábamos las vísperas del Corpus. Eran grandes veladas, en las que también venían las autoridades”, explica Mariluz. “También sacábamos las sillas, a la calle ancha, aunque yo siempre he comprado sillas para ver la procesión. Es un día tan especial en Toledo, pero no es ahora como era antes”, explica. “Ahora todo es distinto, cada uno se mete en su casa, pero yo iré siempre que pueda a la procesión”, afirma. ¿El calor? Ningún problema. “Salíamos así, sí y cuando volvíamos a la hermandad llegábamos pidiendo agua, agua, no queríamos otra cosa”, señala. “Siempre ha venido mucha gente, esto era un hervidero. La calle Tornerías con todos sus comercios se llenaba de turistas”, recuerda.
“Claro que era una fiesta mucho más vecinal, ya no es como era entonces”, coincide Soco. Ella trabajaba de joven en un taller de modista, donde se encargaban los vestidos que había que estrenar ese día. “Lo que más recuerdo es madrugar y pisar el tomillo por la mañana, para poder entregar todo lo que habíamos hecho en el taller, claro sólo en el Casco, antes no existía nada más que el Casco y los bloques”, recuerda. “Los patios no se abrían tanto como ahora, alguno en la calle Alfileritos, pero no recuerdo tanto lío de patios como hay ahora”, explica.
Bolas de churros
La familia de Isabel tenía dos churrerías en Toledo; una en Nuncio Viejo y otra en la bajada del Corral de Don Diego. “Para mí, el día del Corpus era trabajar”, recuerda. Su padre era el único de la ciudad que hacía las llamadas 'bolas de churro', un 'snack' que desapareció cuando su padre dejó de dedicarse a la churrería. “Me levantaba a las cuatro de la mañana, porque sólo podías hacer tres bolas en la sartén y necesitabas dos personas para hacerlas. Me acompañaba el sereno para que yo no me tuviera que ir sola a esas horas hasta Nuncio Viejo”, explica. La celebración, poca. Pero también recuerda que por la tarde, después de descansar y echarse la siesta, salía con sus amigas para ver las calles o bajaba a la Vega, porque entonces en el icónico parque toledano había atracciones.