Romper la cuarta pared, dirigirse al público desde el escenario o desde una pantalla de cine ya ha dejado de ser una revolución. O lo sigue siendo a su manera pero ahora da un paso más allá al hacerse “para el pueblo”, para los que sufren todo tipo de opresiones e injusticias, fusionando activismo y psicología para adquirir ese “poder de transformación social” con el que también se ha identificado la poesía de la conciencia crítica. Es el denominado teatro sistémico, que desde hace más de una década se multiplica por España con sus raíces en los seminarios y prácticas multiplicados por la provincia de Toledo.
Emma Lucía Luque Pérez es la fundadora de la asociación Tr3s Social y la directora de la primera escuela creada en España dedicada a esta práctica, centrada en la facilitación y transformación del conflicto, o lo que es lo mismo, pensada para participar en procesos donde el teatro está “al servicio de las personas que viven situaciones de opresión”.
Nace fruto del propio proceso personal de su fundadora, de un cúmulo de formaciones, terapias y procesos de activismo social que la han llevado a establecer “un nuevo vínculo” de conciencia crítica y personal consigo misma y con las personas de su entorno.
La herencia de Augusto Boal y Bertolt Brecht
El proyecto tiene sus raíces, su herencia, en el denominado “Teatro de las personas oprimidas” del dramaturgo y escritor Augusto Boal, quien a su vez bebe de la mirada Bertolt Brecht al teatro político. Ambas influencias confluyen en la necesidad de que el teatro debía ser social, tener un vínculo más estrecho con la vida comunitaria y no con las artes escénicas “que generan fantasías paralelas que no se corresponden son lo que sucede en la vida real”.
También la “Pedagogía del oprimido” del filósofo Paulo Freire juega un papel fundamental en cuanto a las herramientas de la educación popular que utiliza el teatro sistémico para sus procesos de transformación, fusionando el teatro comunitario y popular.
“El teatro tiene que estar al servicio de las personas que viven situaciones de opresión, dejar de ser para algo para lo que hay que formarse, o que solo está destinado a una élite que tiene recursos económicos o determinadas capacidades y talentos. Se trata de conseguir herramientas que lo populicen, que todo el mundo pueda acceder. Y más que con la interpretación, tiene que ver con la investigación corporal y psíquica para llegar a un proceso de transformación social y política. El teatro puede sr una herramienta de empoderamiento para personas discriminadas o exiliadas de todo el mundo del arte”, explica Emma Luque.
Para conseguir este objetivo, las personas participantes forman un todo único, suben a escena y comparten experiencias. El teatro “se humaniza, de mundaniza, se hace popular” para convertirse en una “herramienta al servicio del pueblo”. Mantiene en este punto una estrecha relación con el teatro-foro, donde el público sale a intervenir y las personas se convierten en “espectactoras”, según acuñó Boal. “La escena se transforma para conseguir ese empoderamiento y para reivindicar los espacios sociales y colectivos”.
El valor añadido del teatro sistémico es su propio trabajo de indagación psicológica, donde el hecho de salir a escena se puede poner al servicio de “una mirada intrapsíquica” y usar esa proyección para ver “cómo podemos cambiar la realidad los unos de las otras, y las otras de los unos para estar mejor en el mundo y poder transformarlo”.
“Encontrar nuevas formas de comunicación más allá del nivel mental que tanto prima en nuestro cotidiano y que tantas veces enjuicia con creencias y se equivoca. Con el teatro sistémico me he dado permiso y voz al cuerpo, para escuchar con más claridad las emociones. Un abrazarme con todo. Cada autenticidad y cada paso me ayudan a comprender, sin tanto filtro, los engranajes que nos componen. Y desde la esencia creadora y el arte”, es el testimonio de Miriam Domenech, participante en el proyecto.
En España, el teatro sistémico comenzó a desarrollarse en 2011 con la creación de la asociación Tr3s Social. Su metodología se ha ido generando a la par que iba avanzando la propia entidad. Su fundadora destaca que, además de ser el resultado de mucho activismo y diferentes experiencias, también emerge de la puesta en práctica de muchos grupos “sin los que nada de esto tendría sentido”. En concreto, han participado más de un millar de jóvenes en obras de teatro-fofo, junto con el centenar de personas que colaboran con el método de la asociación, “poniendo su vida en el escenario para hacer procesos de transformación”.
En esta línea, ahora hay varias personas poniéndolo en práctica, hay un “comunidad de teatro sistémico” en la que trabajan personas con diferentes profesiones y que lo aplican desde sus diferentes miradas a través de la formación que ofrece la escuela. Desde el ámbito educativo, con documentales como ‘La clase de al lado’, hasta la intervención social y los centros penitenciarios, se ha ido generando una red nacional e internacional.
Castilla-La Mancha ha ejercido de “cuna” de este proyecto en diferentes iniciativas: en la Facultad de Ciencias Sociales de Talavera de la Reina coincidió Emma Duque con Rosa María Itarte, profesora de Educación Social, que fue un apoyo colaborador fundamental para el proyecto. También la Facultad de Ciencias Sociales de Cuenca ha acogido cursos sobre teatro sistémico desde su fundación. Y desde Toledo, actualmente la profesora y decana del Colegio de Ciencias Políticas y Sociales, Natalia Simón, se ha convertido en precursora del trabajo de investigación y “asentamiento teórico” de la metodología.