“Hoy habría hecho 18 años de casada, pero la enterramos el día del 50º cumpleaños de su marido”. Con la voz entrecortada a pesar de su determinación, Lydia Sainz-Maza relata el calvario se sufrió su hermana Sonia durante sus últimos meses de vida. Sonia Sainz-Maza tenía 48 años cuando no le detectaron un cáncer de colón con metástasis. Era “familiar, alegre y muy cariñosa”, tanto que alguno de los ancianos que cuidaba en una residencia para mayores lloraron al conocer su muerte el pasado 13 de agosto, recuerda su hermana por teléfono.
A mediados de abril, en medio de la pandemia de COVID-19 empezó a dolerle la pierna. Pensaba que era un tirón, pero decidió pedir cita a su médico para que la viese porque después de varios días no se le pasaba. Aunque era delgada, había perdido cinco kilos de peso en solo unas semanas y empezó a preocuparse. Durante tres meses siguió llamando para pedir una consulta, pero su doctor no vio necesario atenderla en persona y tampoco reflejar el resto de síntomas que presentaba. “Mi hermana no era capaz de tomarse una pastilla sin que le matase el dolor de estómago y tenía la piel amarillenta, pero nada de eso aparece en el historial”, señala su hermana que ha tenido acceso a la historia médica.
Durante meses, ya lejos del pico de la pandemia, los profesionales no vieron necesario hacerle análisis más allá de una cita con el traumatología. El 18 de junio, se presentó en el hospital Universitario de Burgos con el volante, pero tampoco la atendieron por un formalismo. Le dijeron que en el centro no podían atenderla porque según el informe del médico que no la había visto se trataba de lumbociatalgia. “Simplemente le dieron cita con un rehabilitador el año que viene”, recuerda su hermana. Con impotencia por haber recorrido los más de 100 kilómetros entre Espinosa de los Monteros y el Hospital, decidió meterse en Urgencias. Diagnóstico: una tendinitis. Tratamiento: una inyección y descanso en casa.
El cáncer de colon había avanzado silente y conforme pasaban las semanas su aspecto era cada vez más demacrado. “Cuando la vi desnuda me quiso dar algo”, relata su hermana. A los dos días de ser despachada en Urgencias, y pensando que quizá en otra Comunidad la atenderían mejor, acudió al Hospital Universitario de Cruces en Barakaldo (Euskadi). Tampoco sirvió. “Le dijeron que no podía haber perdido tanto peso, que sería cualquier otra cosa y le reprocharon porque se podía contagiar de COVID-19. Un mes después volvió a ese mismo hospital, la ingresaron en planta y le dieron el diagnóstico fatal: cáncer de colon con metástasis. Falleció el 13 de agosto sintiendo que había peregrinado en el desierto ”y abandonada como un animal“.
Ahí terminó la lucha de Sonia y empezó la de su hermana. Lydia ha recibido esta mañana la llamada de la consejera de Sanidad de Castilla y León, Verónica Casado. “Me ha pedido disculpas, ha querido que le contase la historia y me ha dicho que van a hacer todo lo posible por esclarecer lo que pasó”. En una rueda de prensa Casado ha anunciado la apertura de una información reservada. Lydia agradece el gesto, pero no olvida lo que ha sufrido su hermana. “Estoy al borde del ataque de ansiedad, pero voy a recopilarlo todo para presentar una queja administrativa”, asegura. La familia también está en contacto con un abogado y barajan la vía penal. No solo busca justicia, también la reversión del modelo de atención telefónica que provocó la muerte prematura de su hermana: “La atención telefónica es inmoral, va en contra del juramento hipocrático. No es medicina y se tiene que eliminar de la agenda sanitaria de España”, sentencia.
Lydia no quiere imaginar qué podría haber pasado si hubiese recibido la atención sanitaria digna “que se merecía”. “Es una enfermedad muy grave. Quién sabe si podría haber vivido tres meses o seis. Se le ha negado la posibilidad de luchar, hacer radioterapia y quimioterapia. Se le ha negado una atención digna a la que estuvo contribuyendo desde que empezó a trabajar con 18 años”, remacha. “Mala suerte es tener un cáncer silencioso, lo que ella sufrió no es mala suerte: es falta de ética y una pésima gestión sanitaria”.