Un chaval sale al recreo en el gran patio de la Institución Libre de Enseñanza, en Madrid. Arranca la década de 1930. Acaba de iniciar el curso, de regreso de uno de sus refrescantes veraneos en el pueblo leonés de Villimer, feudo del apellido Azcárate, un apellido que el pequeño Luis porta con mismo orgullo que su tío abuelo, Gumersindo Azcárate, renovador de España y fundador de la Institución, ese soplo educativo de libertad.
Sobre una de las piedras del patio se sienta una figura algo desgarbada, un hombre “con gran despiste, con sombrero de ala ancha, apoyado en su bastón, que charla con críos”, les interroga y escucha con atención.
Es una de las imágenes que los ojos hoy ciegos de Luis de Azcárate Diz jamás ha olvidado en los cien años de su apasionante vida. Ese hombre era Antonio Machado, que “iba a ver a sus dos sobrinas, una de las cuales iba a a mi misma clase”.
La ceguera de este casi centenario ilustre de origen leones, nacido el 11 de mayo del año 1921, se ve compensada con una memoria privilegiada y con un intacto compromiso reformista, republicano, feminista, ecologista y librepensador que su apellido evoca.
Los caminos del ya no tan niño Luis y el anciano poeta que se conmovía por su juegos en el patio se volvieron a juntar cuando la Guerra Civil los expulsó a ambos de su amada España, para morir de tristeza el uno e iniciar un periplo internacional de compromiso comunista contra la dictadura y el fascismo el otro.
El abuelo Luis
Ahora, el 19 de octubre de 2014 le rodean miles de personas. Tiene 93 años. Está subido en el estrado del Palacio de Vistalegre y su discurso breve, agitando aquel compromiso, es aplaudido a rabiar por la cúpula de un partido político que nace con hambre de justicia histórica y el sueño de asaltar los cielos.
Podemos verle, entre otras y otros muchos rostros, junto al Pablo Iglesias que hoy, y cuando Azcárate cumpla 100 años, es vicepresidente de un Gobierno en España. Para ellos, y para sí mismo cuando adopta lo que un joven emocionado le transmite aquella tarde, ha nacido 'el Abuelo Luis'. Así le bautizan. Así se hace llamar escribiendo en blogs y en redes sociales.
Entre medias de ambas escenas, entre Machado y Podemos, ha transcurrido una vida intensa gobernada por un apellido de renombre en León. Por el de su padre, Patxi, que participó en la construcción de la la Ciudad Universitaria de Madrid y en la Guerra de España, que a todos les marcó la biografía, fue jefe de ingenieros del Ejército de la República. Por su tío Pablo, secretario adjunto de la ONU y Embajador republicano en Londres de 1936 a 1939.
“El brillo de los ojos cuando un hombre escribe su nombre por primera vez”
A su casa de Ginebra salió por primera vez justo antes de que militares de Franco quebraran la democracia y allí llegó el telegrama del golpe de estado fascista. Tras un paso por Londres, el joven Luis regresó a la España republicana y, ya unido para siempre a las Juventudes Comunistas, se comprometió con la evacuación de niños desamparados de Madrid a Valencia y en su labor de “auxiliar docente”, “enseñando a leer a hombres analfabetos”: “No hay una cosa más emocionante en la vida que enseñar a un adulto las letras y ver el brillo en sus ojos cuando firma con su nombre la primera vez”, rememora con la voz temblorosa desde su casa de Madrid.
Consiguió salir por la frontera francesa y “evitar los campos de concentración”, iniciando así una hégira por el mundo que Luis de Azcárate retrató con todo detalle en su libro 'Memorias de un republicano'. Y en París, en un mes de mayo pero de 1939 se reflejó por primera vez en los ojos de Margarita Robles, Miggie, una buena amistad a quien no volvió a ver jamás hasta abril de 1980 en México. Regresaría a su vida más de cuarenta años después para escribir el capítulo más romántico de su apasionada y apasionante vida.
En México, precisamente, en los cuarenta, se hizo el ingeniero electricista que a priori no quería ser. Pero Medicina era una carrera excesivamente larga para una estancia tan incierta en América.
Retornó a Francia, miembro de la Unión Internacional de Estudiantes, para ayudar también a refugiados desde Praga en una Europa bajo la sombra y destrucción de Hitler, y con ayuda de la familia Entrecanales, parientes suyos, consiguió volver a España y trabajar en un taller en Madrid que la Brigada Político Social “consideraba un nido de rojos”. Por eso, le hicieron la vida imposible, “de detención en detención”. Era 1965.
Sabores y olores de León, siempre imborrables
Entonces, como ayer y como siempre, no olvidaba León, al cual identifica sobre todo “con sabores y con olores”. Los de “las pastillas de café con leche de Camilo de Blas”, la confitería de la Calle Ancha, “que vendían en unas cajitas muy bonitas”. Los del magnolio del patio de La Casona familiar. El regusto inolvidable de “las mejores hogazas del mundo, en la panadería del Puente de Villarente”. O “las rosquillas y las obleas de Cea, cerca de Sahagún, que nos las mandaban a Madrid” y alimentaban unos recuerdos que quedan para siempre así que pasen cien años.
Siguiendo instrucciones del PCE, y tras sufrir varias detenciones que no encontraban pruebas de la reconstrucción del partido ilegalizado pero sí buscaban acabar con su paciencia, decidieron que continuara su labor en Dresde (República Democrática Alemana), donde llegó incluso a registrar una patente propia, y después afrontó diez años modernizando talleres en Cuba, un tiempo comprometido e ilusionante.
La intercesión ante el rey del senador por León
Al no poder retornar nunca a Francia, donde seguía 'fichado' por una antigua expulsión, Argelia era lo más próximo a España para conseguir dar el salto a su España cuando el sanguinario dictador Franco por fin murió, tras cuatro años de espera. Algo que consiguió gracias a la “intermediación ante el rey” Juan Carlos I por parte de su tío Justino de Azcárate, dos veces senador por León en la transición.
Y el amor
Curiosamente, Luis todavía tendría que huir otra vez más de España. Pero esta vez perseguido por la crisis y el paro, realizando su última estancia en México. Providencial estancia que le hizo reencontrarse por casualidad con Miggie Robles, aquella chica que le hechizó en París la última vez que la vio, en 1939. “Se tenía que ir. La acompañé al hotel. En el ascensor, repleto de huéspedes, noté el roce de su mano. Nuestros dedos se entrelazaron. Eso fue todo”, ha rememorado por escrito. Así siguieron, entrelazados, hasta que el mejor amor de su vida bajó los párpados en 2006.
No decayó jamás el compromiso de Luis de Azcárate con el Partido Comunista, con la misma fuerza en España tras su legalización como durante todas las etapas de su exilio. Por eso, el 'abuelo Luis' se convirtió en el 'abuelo de Podemos' cuando esta nueva fuerza nació en el año 2014.
Pasando revista al vicepresidente Pablo Iglesias
Aún se emociona cuando recuerda cómo callaron miles de personas en Vistalegre cuando él les arengó a convertirse en “la generación de la esperanza” y conseguir cambiar España alcanzando el Gobierno para la izquierda, a modo de justicia histórica. Y cuando su líder, Pablo Iglesias, o el de Izquierda Unida, Alberto Garzón, entre otros, lo consiguieron en 2019 pactando con el PSOE.
Hoy, con la experiencia de año y medio, Luis de Azcárate considera que Iglesias, con quien “me he entrevistado muchas veces”, “está equivocado en algunas cosas”. “Tienen un muy buen programa, magnífico”, afirma. Pero como el abuelo que con la experiencia de toda una vida de sufrir por su ideología vigila el devenir de un nieto, le afea al líder que “tiene que hacer más caso de lo que le dicen y menos de las calumnias, porque ahora las cosas se han transformado en un montón de insultos que no conducen a nada positivo”.
Sobre Juan Carlos I: “Nos dijo 'no volverá a pasar'... y pasó”
También la rabiosa actualidad, en este caso la que afecta a un rey hoy emérito, Juan Carlos I, de escándalo en escándalo, de las cuentas de Suiza a los petrodólares de Emiratos Árabes, el eterno republicano Azcárate admite que no le sorprende su actitud, similar a la de “los corruptos del franquismo”. Y a pesar de que “ha sabido hacer sus cosas”, “nunca debería haberse metido en negocios con sus relaciones con los países árabes”. “Todos podemos tener un desliz, pero él nos dijo 'no volverá a pasar'... y ha pasado, eso es una vergüenza”.
¿Debe eso ser suficiente para que España reniegue de la monarquía?, cabe preguntarle. Y la respuesta de un centenario comunista irredento es categóricamente sencilla: “No, no debe seguir si la gente no quiere”. Faltaría, eso sí, consultarle a los españoles si así lo desean.
Sin embargo, no es esto lo que a Luis de Azcárate le quita últimamente el sueño del político que lleva marcado a fuego en su apellido. Ni siquiera la pandemia, el coronavirus que le amarga los años de la última cuesta de la vida. “Ahora mismo hay problemas más importantes”, de hecho, como es “acabar con la política de preparación de la guerra y el armamento, poner fin a la hostilidad entre los homo sapiens sapiens”.
La única salvación, un pacto mundial de fraternidad
Defiende que “necesitamos un mundo de paz porque las relaciones entre los humanos no pueden ser de envidia y preponderancia, tienen que ser de humanidad y de tener fraternidad entre todos”. “La pandemia nos demuestra que todo lo que (los países) han hecho, los barcos, los cañones, las armas, las nucleares y las de otro tipo que ni conocemos, no sirven para nada”, tiene claro.
Sonará “infantil”, admite, pero no ve otra: “Hay que rectificar totalmente las políticas seguidas hasta ahora y celebrar una gran conferencia mundial con todas las personas que puedan contribuir a crear ese mundo, en primer lugar a los jefes de todas las religiones, por pequeñas que sean, y alcanzar un gran acuerdo”.
Y junto a todo ello, Azcárate se muestra un veterano y convencido activista de los movimientos de emergencia climática, una especie de abuelo de las ideas que habría sabido prender la jovencísima activista Greta Thunberg, porque considera imprescindible en el mundo que nos dejará “un giro total de respeto a la naturaleza”.
“No me harán ni caso”, tira de resignada ironía, “pero que sepan que cuando me muera estaré con una lira en la mano, ahí, subido en una nubecita, y lo vigilaré todo, lo veré todo”. Se ríe. Y sentencia: “Lo que no hay que perder es el humor, riéndose de las cosas se puede vivir muchos años; si no se va uno de amargura”.
La pena de ganar la apuesta de la vida
Mientras llega el momento, mientras da una vuelta completa el reloj de los cien años, que sonará el 11 de mayo de 2021, su conciencia de luchador reposa bastante tranquila por todo lo hecho, que no cabe en uno ni en mil reportajes. Sólo lamenta haberle ganado la apuesta a su primo, “como un hermano para mí”, Patricio de Azcárate, al que siempre llamaron Pío. Hace unos quince años hicieron la apuesta más seria de su vida: ver quién llegaba a los cien años. Y él, lamenta, se la ha apuntado.
“No tengo yo la culpa”, trata de excusarse Luis de Azcárate. Por cosas así, asegura que “no lo celebraré”. Él no hará fiesta de cumpleaños, de 100 cumpleaños. “Porque yo en mi generación he tenido mucha gente, fusilados, amigos míos muertos, y no he tenido muchas alegrías que haya que celebrar”. Así que “el que quiera celebrarlo, que lo haga; que yo contribuiré con una botella de buen vino español... que espero que me obsequien”. ¡Salud!