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'Fachadolid', el origen del pegadizo cliché que pesa sobre una ciudad gobernada por la izquierda

Las letras de 'Valladolid' en la plaza de Zorrilla.

Ángel Villascusa

28 de noviembre de 2020 21:49 h

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El fin de semana pasado, Fachadolid fue trending topic en Twitter a raíz de un vídeo en el que aparecía una decena de franquistas cantando el 'Cara al sol'. Aunque eran pocos, los usuarios de la red social lo tenían claro: Valladolid es una ciudad facha. El problema es que ese tópico no es cierto. ¿Es de derechas una ciudad en la que gobierna una coalición entre PSOE y una confluencia de Izquierda Unida? ¿Donde la izquierda ha gobernado más años que en Madrid o Valencia? Como se preguntaba su alcalde, Óscar Puente, ¿es facha la única ciudad de España “con el servicio de limpieza, recogida de basuras, abastecimiento de agua y saneamiento y transporte públicos 100% con gestión directa municipal”?

En realidad importa poco. El problema es que la relación entre Valladolid y lo “facha” está muy arraigada en la mente de los españoles. Como explica el experto en branding Fernando de Córdoba (@gamusino), las ciudades son marcas, y lo que pasa con las marcas es que las asociamos a ideas que tenemos en la cabeza. “El problema que tiene Valladolid es que la suya es muy pegadiza”, resume.

Un término salido de Interviú

Aunque Falange española y las JONS (las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) se fusionaron en 1934 en el Teatro Calderón de Valladolid, el término Fachadolid no viene de ahí, sino que es mucho más reciente. Apareció por primera vez en la prensa el 25 de enero de 1981, en un artículo de Interviú titulado En Fachadolid han dicho basta, firmado con pseudónimo escrito por el periodista de El Norte de Castilla Fernando Valiño. Con él pretendía resumir de forma sucinta la serie de palizas, actos vandálicos y atentados contra militantes y partidos políticos de izquierda que la extrema derecha cometió en la ciudad entre 1980 y 1982.

El artículo ni siquiera insinúa que la ciudad fuese algo parecido a un nido de fascistas. Según Valiño simplemente era “una banda de pistoleros, niños de papá que todos conocen menos, por lo que se ve, la Policía”. Entre 1980 y 1982, grupos vinculados a Fuerza Nueva perpetraron ataques y atentados de los que se hicieron eco los medios de todo el país.

Atentados, secuestros y torturas, lanzamiento de bombas contra sedes de sindicatos y partidos políticos, lanzamientos de piedras contra el Ayuntamiento o incendios como el de la sede del Movimiento Comunista, en el que murieron dos ancianos. Según defendía Valiño en el reportaje, la violencia se produjo “en total connivencia con las autoridades”, entre ellos el gobernador civil y el jefe superior de Policía de Valladolid.

Eran pocos, ruidosos y violentos, y estaban amparados por una Policía que venía del régimen, pero eso no era un caso aislado. Era un problema sistémico que se repetía en varias ciudades españolas durante el tardofranquismo y la transición. “No creo que no esté tan claro que en Valladolid hubiera más atentados que en otras ciudades”, reflexiona la historiadora de la Universidad de Valladolid Asunción Esteban.

Tal y como recogió el periodista Mariano Sánchez en su libro sobre la Transición, entre 1975 y la llegada de Felipe González al poder se cometieron 591 asesinatos políticos, en su mayoría por parte de la extrema derecha. Ataques como la Matanza de Atocha o la bomba contra la revista satírica Papus en Barcelona están en la memoria colectiva pero no se han incrustado a las ciudades y solo afecta a Valladolid.

Para De Córdoba también está relacionado con la idea que se tiene de las capitales de provincia y concretamente las castellanas, más tradicionales y más conservadoras. “Esto se refuerza si encima encadenas varios gobiernos de derechas”. El polémico Javier León de la Riva (PP), conocido por sus declaraciones machistas que se empeña en recordar últimamente, es un ejemplo. Es como un refuerzo positivo. “Sin quererlo nos quedamos con lo que ya estaba en nuestra cabeza”, explica.

Con todo, Valladolid podría cambiar la percepción que se tiene de ella. Aunque es más fácil remar a favor de la corriente, hay ejemplos que han funcionado para cambiar la imagen de una ciudad. “Si mi ciudad es conocida por el diseño, voy a ver si me apoyo en eso, voy a intentar fomentarlo y ampliarlo. Pero si la ciudad es vista como peligrosa o deprimida, se pueden hacer grandes cosas que cambien esa idea, como por ejemplo hizo Bilbao con el Guggenheim”.

No todas las ciudades necesitan un museo internacional para cambiar la percepción. Según el experto en branding, con trabajo, una idea compartida entre administraciones y ciudadanos y una estrategia transversal entre partidos, se pueden producir cambios. “La idea de que Madrid es acogedora es reivindicada tanto por la izquierda como por la derecha, aunque sea por motivos distintos, pero funciona”.

El problema es que para muchos vallisoletanos lo de Fachadolid duele por lo injusto del término. Para Asunción Esteban, va más allá de la anécdota o del comentario fácil porque sepulta las reivindicaciones históricas de la sociedad vallisoletana. “Para nosotros es un oprobio. El hecho de que vayamos a un sitio y nos digan que somos de Fachadolid es duro, sobre todo cuando has estudiado la historia reciente de la ciudad. Aquí se se ha luchado mucho”. Las huelgas en las fábricas de Michelin y FASA-Renault o las protestas universitarias que terminaron con el cierre de la Universidad durante el curso de 1975 y la universidad “paralela” que profesores comprometidos pusieron en marcha dando clases clandestinas en bares y en iglesias son parte de la historia de una ciudad que no se ve detrás del chiste. “Uno se queda con que Valladolid es facha y es un baldón que se ha magnificado. Da una imagen que no es honesta y que no hace justicia con quienes lucharon y siguen haciéndolo”, concluye.

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