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El histórico Penicilino de Valladolid cierra tras 150 años de vinos y 'zapatillas'

Interior del bar.

Clara Pino Bravo

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Las baldas de madera verde en las que cogen polvo algunas botellas con etiquetado antiguo rememoran todas las generaciones que han pasado por el Penicilino, uno de los bares más emblemáticos de Valladolid, situado en pleno casco histórico y que cerrará en cuestión de meses. El edificio de la Plaza de la Libertad, en cuyo bajo se sitúa, está medio en ruinas y su dueño lo va a rehabilitar. De los pisos viejos y deshabitados, saldrán 18 viviendas. La nostalgia no parece suficiente para mantenerlo.

El suelo de madera cruje con el paso de los clientes, algunos habituales y otros espoleados por una recomendación: “Si vais a Valladolid, tenéis que ir al Penicilino”. El consejo dejará de repetirse poco a poco, cuando el histórico bar, que abrió sus puertas hace 148 años, cierre definitivamente este año.

El bar fue inaugurado en 1872 por Lorenzo Bernal, un fabricante de licores de Viana de Cega que instaló un local junto a la Catedral para poder despachar su bebida. A principios de 1900 pasó a manos de Juan Martín Calvo. El nombre de Penicilino procede de unos estudiantes de medicina que, a finales de los años 40 mientras se producía el auge de la penicilina, decidieron bautizar a la mezcla de vino y licores como 'penicilino'.

Siglo y medio después, la barra nunca está vacía. Unos grifos en la pared permiten fluir el famoso 'peni', un vino tostadillo de Santander que se ha convertido la bebida más característica del local. Es un vino dulce que se sirve en un pequeño vaso de cristal con las 'zapatillas' de Portillo, mantecado típico de la zona.

Ángel se toma un café todas las mañanas antes de ir a buscar a sus nietas al colegio. “Cómo vamos a echar de menos esto”, lamenta. El cierre es inevitable por las malas condiciones en las que se encuentra el edificio. “Está lleno de humedades y el río Esgueva pasa por debajo, era cuestión de tiempo que comenzaran las obras”, lamenta a eldiario.es Óscar Martínez, uno de los nueve socios del bar.

El Penicilino tenía previsto su cierre el pasado 29 de febrero debido al comienzo de la rehabilitación. Sin embargo, tras el retraso de la licencia de obras y varias semanas de negociación con los propietarios, el local se mantendrá abierto “tres meses más como mínimo”, confirma Miguel Sirgo, otro de los administradores. Lamenta que tras esta prórroga el cierre sea definitivo. “Estos años han sido muy bonitos, sobre todo ver el éxito que hemos tenido con la gente”, reconoce Miguel.

Una constructora rehabilitará por completo el inmueble debido a que “una parte se declaró en ruinas”, explica el Ayuntamiento de Valladolid. El dueño del edificio, Miguel Guerra, ha incluido el nombre 'Penicilino' en el registro de patentes con el fin de “blindar el establecimiento”, confirma Guerra a eldiario.es. Al finalizar las obras, en “menos de dos años”, volverá a haber un Penicilino, pero todavía no se sabe cual será su contexto. 

“Me da pena cerrar sobre todo por la clientela, como Felisa, la señora que viene todos los días”, lamenta Cristina, otra de las socias. Cristina llegó a Valladolid en 2006 y desde entonces está tras las barras del Penicilino. Para ella, el el fin del bar será una manera de cerrar un círculo que durante 14 años ha recorrido junto a “su familia” de socios. 

El Penicilino es la casa de todos. “Es una de las grandes cosas de este local. Aquí entra todo el mundo, de todas las edades y hay muy buena convivencia. Cualquier orientación política o de cualquier tipo aquí solo da para discutir y hacer bromas, pero sin ningún tipo de resquemor”, se alegra Miguel Sirgo.

“Vienes y siempre hay alguien conocido. La gente habla entre sí. Hay un montón de personas que por solo estar en la puerta hacen grupo y se sientan juntas en las mesas de fuera”. Comenta Miguel. La terraza es un oasis en mitad de la ciudad. Un lugar de reunión, pese al frío invierno vallisoletano, en el que los clientes se arremolinan y donde casi nunca hay sitio. A pesar de los calefactores que inundan las aceras de la Valladolid durante el invierno, el Penicilino siempre está lleno, el único calor es el de la gente.

Durante tres meses más se volverá a escuchar: “un 'peni', por favor”. Además de añorar este licor otros echarán de menos también la mistela o la zarzaparrilla, un refresco sin alcohol fabricado a partir de raíces que retrotrae al Valladolid más castizo. 

El “casi” cierre del Penicilino

El local celebró el 23 de febrero su fiesta de “casi” cierre. Cerca de un centenar personas acudieron a la despedida de este mítico bar que muchos consideran el “más famoso” de la ciudad. La plaza de la Libertad estuvo abarrotada el domingo de Carnaval, un día soleado y lleno de música en directo. Ese día muchos creían que beberían los últimos vinos en el emblemático bar. 

No es la primera vez que el Penicilino echa el cierre. En 2006 se jubiló su antiguo dueño, Manolo Cossío. Tan solo unas semanas después, tres socios decidieron tomar las riendas y transformarlo en un bar de conciertos, presentaciones y charlas que aglutinase el ambiente cultural de Valladolid. Sin embargo, la falta de espacio y la normativa municipal impedían ejecutar este proyecto. Entonces, los socios decidieron recuperar la esencia del bar original. “Parece que la cosa caló entre la gente y se quedó en un bar bar. Esa parte cultural pasó a un segundo plano”, admite Miguel Sirgo. 

A ese trío de amigos fueron uniéndose más gente, hasta llegar a nueve socios. “No es el típico bar donde hay un jefe y unos camareros, a veces con condiciones muy precarias. Aquí no quisimos reproducir ese modelo y decidimos que todos los que participaran fueran socios”, cuenta Óscar Martínez.

En cuanto a su futuro, ninguno de los socios tiene claro lo que hará tras el cierre. “Va a haber una especie de diáspora”, lamenta Miguel. “No podemos dejar nuestras vidas dos años para ver qué pasa”. Comenta Óscar.

El pasado mes de septiembre comenzó una recogida de firmas para nombrar al Penicilino Bien de Interés Cultural, pero en Valladolid, según confirma el Ayuntamiento, todavía no existe ningún bar con estas características. Cierra así, entre la tristeza de sus clientes, el bar que sirvió vinos y zapatillas a varias generaciones de Valladolid.

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