El humo de freír los churros y buñuelos se difundía por el quemadero mientras los asnos iban llegando. El último número estaba a punto de comenzar: la quema de los herejes, sus contorsiones y visajes entre las llamas, sus alaridos al sentir el fuego sobre la piel, las patéticas expresiones de sus rostros en los que ya se entreveía el rastro del infierno. En mayo y octubre de 1559, dos autos de fe celebrados en Valladolid cortaron de raíz el germen del luteranismo en España. Un pasaje de la historia de la ciudad prácticamente olvidado hasta que Miguel Delibes lo rescató para su última novela: 'El Hereje'.
Hoy, Valladolid apenas recuerda lo ocurrido en los dos autos de fe de la Plaza Mayor en el que un centenar de protestantes, alumbrados y erasmistas de la villa fueron juzgados por herejía. De ellos, 27 fueron llevados a la muerte: por garrote si se arrepentían, en las llamas si persistían en su fe. Casi 500 años después, en las calles de la ciudad no hay nada que señale lo que allí sucedió. No hay placas que recuerden dónde estaba el quemadero, ni el convento de Belén en el que un nutrido grupo de monjas vallisoletanas abrió a la ciudad a las ideas de Lutero. Tampoco hay referencias a la familia Vivero, que contribuyeron a la llegada del protestantismo a España, en el palacio que lleva su nombre. Solo se recuerda que allí se casaron los Reyes Católicos.
Solo una calle del centro, salpicada con varias discotecas y bares está dedicada al Doctor Cazalla. “Cuando alguien lee 'Doctor Cazalla' piensa en un médico, no la persona a la que se atribuye haber prendido la llama de la devoción luterana”, ironiza Asunción Esteban, doctora, profesora de Historia Medieval en la Universidad de Valladolid, y coautora del libro 'Herejes luteranas en Valladolid’, junto Manuel González López, una publicación que intenta rescatar la memoria de aquellos 27 herejes protestantes ajusticiados y concretamente la de las monjas del convento de Belén.
La idea de escribir el libro, publicado por la Universidad de Valladolid con apoyo del Ayuntamiento, surgió de una conversación con Germán Delibes, uno de los hijos del escritor, que es además profesor de prehistoria en la institución vallisoletana. “Germán me trajo un libro que tenía su padre, que trataba del proceso contra una monja: doña Marina de Guevara. Me dijo: 'estúdialo y valora si puede dársele un enfoque'. Tras leerlo, y aunque no soy especialista en ese periodo, me di cuenta de que teníamos que contar la historia del monasterio de Belén y del resto de condenados. Era absolutamente desconocido para la mayoría, explica. 239
Del monasterio de Belén no queda más que un bolardo decorativo enclavado en una pared. El edificio fue escuela, hospital y foco de la especulación inmobiliaria a lo largo de los siglos. De todo aquello, solo queda la bola. “Eso no recuerda nada. Es una piedra en mitad de una tapia”, comenta la historiadora con resignación. El monasterio de Belén es considerado uno de los focos más relevantes del surgimiento del protestantismo en la villa del Pisuerga. Un lugar en el que se reunieron mujeres de distinta procedencia y edades que buscaron juntas a Dios por sendas distintas a las que la iglesia Católica tenía previsto. Seis hermanas fueron condenadas.
Asunción Esteban cree que estas religiosas forman parte de los movimientos protofeministas que buscaban dar a las mujeres un papel en la vida pública y social de la Europa de la época. “Sin estos pasos previos no habríamos llegado a las propuestas emancipadoras posteriores”, subraya. “Eran mujeres que decidieron cómo querían vivir sus vidas. Pensaron libremente y precisamente por esto perdieron. No es justo que no tengan su nombre en la historia”, sentencia. Esteban reflexiona, sin embargo, que un hipotético triunfo de la reforma frente al catolicismo en España tampoco habría liberado a las mujeres.
En aquellos años todo se abría. Las posibilidades de apertura para las mujeres eran muchas y todo eso tiene, en el mundo católico, un cierre abrupto: el Concilio de Trento. “Eso acaba con las expectativas de las mujeres”. En los países protestantes esas promesas iniciales con la posibilidad de participar mas activamente en la vida religiosa, acaban también pronto. “El luteranismo no comportó un verdadero cambio en el papel de la mujer. La sociedad burguesa protestante es profundamente patriarcal y pone sobre las mujeres un papel clave: la perfecta casada, la principal transmisora de los valores del sistema”, agrega.
Del monasterio de Belén, una bola; del lugar donde la inquisición llevó a cabo los autos de fe, una cita genérica de Delibes; del líder del movimiento, una calle descontextualizada. Como el humo que se disipa, la memoria de los herejes luteranos de Valladolid ha desaparecido. La calle del Doctor Cazalla originariamente se llamó la del Rótulo de Cazalla, porque en el lugar donde había estado la vivienda familiar del religioso, la inquisición mandó instalar un rótulo, tras destruir la vivienda y cubrir con sal el solar. En el siglo XIX, los liberales mandaron retirar el rótulo y trataron de reparar la ignominia de la memoria de Cazalla.
Pero la memoria colectiva, la que hace país y ciudad, está lejos de haber reconocido a los herejes luteranos. “Es habitual que se tienda a olvidar episodios de este tipo. La inquisición se esmeró en cortar de raíz el movimiento en España, que además al contrario de lo que sucedió en Europa central, aquí estaba promovido por élites y no por las clases más populares”. Ahora no se habla, explica Esteban, por dos motivos. Primero porque la Historia no está presente en el día a día. “Las humanidades no se cultivan y hay quien prefiere mirar solo al futuro”, señala.
Por otro, porque las ciudades, como los países suelen apoyarse en los pasajes que las hacen más grandes. “Mirarse en el espejo de la historia puede devolvernos un reflejo que no nos guste”, sentencia la historiadora. Pero no por ello hay que dejar de hacerlo. “Estos hombres y mujeres se situaban de alguna manera, entre los mejores de su tiempo. Y no recordarlos es una especie de segunda traición”, sentencia Esteban.
La solución para la historiadora no pasaría únicamente por instalar placas o monolitos que recuerden aquello, contextualizando un periodo histórico clave de la ciudad, que era sede de la Corte, y por tanto, una suerte de capital, como muchos vallisoletanos comentan con orgullo. La ciudad organiza durante todo el año la Ruta del Hereje, que siguiendo los pasajes de la novela de Delibes, cuentan la historia de aquellos luteranos. “En otros sitios, como en Galicia, se han hecho mapas digitales de la memoria. Quizá sería interesante explorar esta opción”, remata.