Mirando atrás después de tres años de la Revolución del 25 de enero en Egipto, el análisis actual de lo que ocurrió aquellos 18 días podría diferir del que hacíamos en ese momento. Cuando el vicepresidente Omar Suleiman anunció el cese de Hosni Mubarak el 11 de febrero de 2011, los escalofríos que provocaba ese oscuro personaje y el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas fueron superados por el éxito fulminante de la revolución del pueblo. Por supuesto se sabía que había trabajo por delante, pero también había esperanza. Las cosas no se ven tan bonitas ahora.
Ricard González, periodista catalán establecido en El Cairo, propone una teoría plausible de la interacción social. “Hay tres pilares fundamentales en la sociedad egipcia: el Ejército, los Hermanos Musulmanes y lo que yo llamo Egipto cívico”, explicaba en una charla en Barcelona la semana pasada. “Ningún actor tendrá éxito en gobernar Egipto si lo intenta solo, necesita un socio”. En este sentido, González opinaba que la Revolución del 25 de enero sólo tuvo éxito debido a la alianza temporal entre el Egipto cívico –seculares, nacionalistas y movimientos de base de la sociedad civil–, y los Hermanos Musulmanes. Con el gobierno de Morsi, los Hermanos Musulmanes dejaron de lado al Egipto cívico y sus demandas, perdiendo el apoyo que necesitaban y empujando muchos activistas hacia la esfera de influencia del ejército.
La explicación es muy útil para entender la evolución de los últimos tres años, aunque en cierto modo el Ejército no ha salido de escena en absoluto. Aunque las cifras no son claras, Didier Billion sostiene que la clase militar controla cerca del 40% de la economía egipcia. Sobre todo después de los acuerdos de paz con Israel en 1979 en que el Egipto de Sadat aceptó desmilitarizar parte del Ejército y compensar a su élite entregándole empresas privatizadas y sectores clave de la economía de Egipto.
El destino de Egipto está ligado económicamente, pero también políticamente a la élite del Ejército, que controla lo que se ha llamado el estado profundo: una compleja red de influencia dentro de sectores e instituciones clave del país que permite impulsar y proteger los intereses de los militares. En los últimos diez años de gobierno de Mubarak, parte de los militares veían con suspicacia el alejamiento progresivo que Mubarak estaba llevando a cabo, rodeándose cada vez más de aliados civiles y preparando el camino para la ascensión de su propio hijo al poder. Esta estrategia no había sido bien recibida en el estamento militar, parte de la cual podría haber visto la presión en las calles de aquel enero de 2011 como una ventana de oportunidad para corregir el desvío de Mubarak. ¿Fue pues una revolución? ¿un inicio de revolución frustrada? ¿un golpe de estado desde el interior?
De acuerdo con una investigación sobre la reacción de los ejércitos a las revueltas de 2011 en el Norte de África y Oriente Próximo, todos los ejércitos han reaccionado siguiendo su propio interés, protegiendo o dejando caer los gobiernos y los gobernantes en función del cálculo para su propio beneficio y supervivencia.
En este sienta nos es más fácil entender que los militares nunca abandonaron el escenario, al menos no el backstage. Estaban para gestionar la primera “transición ” hacia las elecciones de 2012 y estaban cuando el general al-Sisi se convirtió en ministro de Defensa el 12 de agosto de 2012, con el gobierno de Morsi. Estaban para llevar a cabo los juicios militares cerrados a miles de civiles y activistas, unos 12.000 de acuerdo con la campaña No a los juicios militares. Estaban en la masacre de Maspero y Raba al- Adawiya. Estarán para vetar cualquier ministro de Defensa que no sea de su gusto, como se establece en la nueva Constitución, o para continuar juzgando civiles y deteniendo activistas, periodistas, partidarios de los Hermanos Musulmanes o incluso refugiados sirios acusados ââde apoyar a Morsi.
Los activistas lo repiten: “Esta no es la libertad por la que luchamos y morimos.”
Mirando atrás después de tres años de la Revolución del 25 de enero en Egipto, el análisis actual de lo que ocurrió aquellos 18 días podría diferir del que hacíamos en ese momento. Cuando el vicepresidente Omar Suleiman anunció el cese de Hosni Mubarak el 11 de febrero de 2011, los escalofríos que provocaba ese oscuro personaje y el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas fueron superados por el éxito fulminante de la revolución del pueblo. Por supuesto se sabía que había trabajo por delante, pero también había esperanza. Las cosas no se ven tan bonitas ahora.
Ricard González, periodista catalán establecido en El Cairo, propone una teoría plausible de la interacción social. “Hay tres pilares fundamentales en la sociedad egipcia: el Ejército, los Hermanos Musulmanes y lo que yo llamo Egipto cívico”, explicaba en una charla en Barcelona la semana pasada. “Ningún actor tendrá éxito en gobernar Egipto si lo intenta solo, necesita un socio”. En este sentido, González opinaba que la Revolución del 25 de enero sólo tuvo éxito debido a la alianza temporal entre el Egipto cívico –seculares, nacionalistas y movimientos de base de la sociedad civil–, y los Hermanos Musulmanes. Con el gobierno de Morsi, los Hermanos Musulmanes dejaron de lado al Egipto cívico y sus demandas, perdiendo el apoyo que necesitaban y empujando muchos activistas hacia la esfera de influencia del ejército.