Llevamos días escuchando las quejas de Obama ante el espionaje que llevaron a cabo los rusos sobre los correos electrónicos a los dos partidos durante las últimas elecciones presidencials norteamericanas. Se quejan de la utilización que se ha hecho con la información obtenida, copiando de manera ilegal correos del jefe de campaña electoral demócrata para ayudar a los republicanos. Es decir que se quejan de que la finalidad de este espionaje por parte de los rusos era difundir información que dañara la candidatura de H. Clinton y beneficiara al candidato Trump.
También han empezado a surgir quejas de que Putin está haciendo lo mismo en Alemania, que se piratea información que es susceptible de influir en la próxima campaña electoral en Alemania.
En definitiva se quejan de injerencia externa, lo que molesta es que Putin o Rusia utilice internet y las redes sociales para influir en el devenir electoral, como si esto no hubiera sido una práctica habitual durante todos los años de la guerra fría. Pero sin retroceder tanto, hace un par de años, algunos jefes de gobierno europeos, alemán, francés, etc. aparentaron estar escandalizados por ser espiados por parte de la NSA norteamericana. Las agencias nacionales de inteligencia informaron que los correos electrónicos de los presidentes habían sido pirateados.
Espiarse políticamente y utilizar la información es casi tan viejo como la democracia. Es usual que los partidos se espíen entre ellos, espiarse forma parte de la vida misma de los partidos, espiarse entre ellos y espiar a los oponentes del mismo partido es habitual, recordemos que Esperanza Aguirre fue acusada de utilizar la fuerza pública para espiar a miembros de su propio partido y en Catalunya el caso de Método3 en la que la espiada era, a sabiendas o no, Alicia Sanchez Camacho.
Los que realmente tenemos que enfadarnos y protestar somos los ciudadanos. Desde los atentados de las torres gemelas, desde que G. Bush declaró la guerra al terrorismo, de manera lenta pero sistemática los ciudadanos perdemos libertades y derechos como el derecho a la intimidad o la libre expresión, en aras de la seguridad. Se nos ha vendido que las medidas de seguridad como controles biométricos, o que los datos de los pasajeros de aviones estén disponibles durante cinco años, o rastreos de correos electrónico o de teléfono, etc. son por nuestro bien. Se nos hace pensar que el malo es otro, no soy yo, no eres tú, es ¿??. Esas prácticas deberían indignarnos, ya que son el preludio de una sociedad vigilada y controlada.
La cuestión es ¿de qué tienen miedo? y ¿quién nos teme? ¿La democracia siente miedo de los ciudadanos?, los dictadores o autócratas sienten miedo de ser derribados por su población, los demócratas no tienen por qué sentirlo, pero es evidente que ciertos poderes tienen miedo de los ciudadanos y de sus propuestas de cambio. Detrás de los espionajes masivos a ciudadanos se esconden intereses políticos y económicos.
El final de la guerra fría supuso una disminución en las ventas de armas, después de los atentados del 11S, las ventas subieron, pero el volumen de negocios no recupero las cifras de la guerra fría, la industria militar necesita reestructurarse y abrirse a nuevos nichos de negocio. El 11S, los atentados de Londres y Madrid y la guerra contra el terrorismo han abierto un nuevo campo de negocio, el de la seguridad interior. Impulsados por gobiernos y por la propia UE, se han iniciado grandes proyectos para la creación de sistemas de gestión de información, de recopilación y tratamiento de la información. Todo este nuevo sector mueve miles de millones de euros anuales. Es un gran negocio, tanto en el sector público como privado.
Después de las quejas de Obama, de aquí a poco tiempo llegaran las propuestas de inversiones millonarias en ciberseguridad, se justificará alegando que hay que proteger la democracia de actores externos indeseables como los rusos que quieren manipular la opinión púbica.