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El juego nuclear

Marta Saiz

Centre Delàs d’Estudis per la Pau —

Se cumplen 70 años de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, que causaron 200.000 víctimas mortales, y todavía existen 17.000 cabezas nucleares en el mundo; el 95% en manos de Estados Unidos y Rusia. A pesar de la amenaza que supone para el planeta este tipo de armas, las potencias siguen argumentando la seguridad que les aportan ante una posible guerra.

Desde que en 1942 Estados Unidos desarrolló el primer artefacto nuclear dentro del proyecto Manhattan, el resto de países económicamente fuertes vio esta posibilidad como una vía de defensa territorial. Sin embargo, ante la alarma sobre las consecuencias de una guerra nuclear, en 1968 se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) con el objetivo de controlar el arsenal atómico y reducir el número de armas. Los primeros cinco países firmantes, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China, que además son los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, fueron denominados Estados Armados Nuclearmente. Junto a éstos, hay otros cuatro países con potencial nuclear en el mundo: India, Paquistán, Israel y Corea del Norte. Los tres primeros nunca firmaron el TNP y en el caso de Corea del Norte lo abandonó en 2003. Actualmente hay 190 signatarios -no es requisito la posesión de armas nucleares, sino el deseo de su desaparición-.

Asimismo, cabe destacar que existen cinco naciones que albergan armas estadounidenses en su territorio: Alemania, Bélgica, Italia, Países Bajos y Turquía.

No obstante, la concienciación y el conocimiento de la población sobre la amenaza nuclear sí que ha dado sus frutos en buena parte del mundo, creándose la ZLAN (Zona Libre de Armas Nucleares), integrada por América Latina, África, Antártida, Pacífico Sur, Sureste y Centro de Asia. En muchos de estos lugares se ha visto cómo los más de dos mil test nucleares, en 60 localizaciones de todo el mundo, han afectado a 2,4 millones de ciudadanos que han fallecido a causa de cáncer. A estas personas se les llama Hibakusha Globales, pues son aquellas que viven o han vivido los efectos radioactivos, bien por situarse cerca de las fábricas armamentísticas y de localizaciones dónde se realizan los test, o por mantener contacto con las minas de Uranio -pueblos indígenas de Australia y Canadá-.

En el recuerdo quedan los accidentes de Chernóbil -1986- y Fukushima Dahiichi -2011-, los más graves de la historia con un nivel 7 en la escala internacional. En el caso del primero, fue 500 veces mayor que la bomba arrojada en Hiroshima y si no se hubiese evitado la segunda explosión, todo el territorio europeo estaría inhabitable.

España también podría tener sus Hibakusha Globales, ya que en 1966 cayeron cuatro bombas nucleares en las costas de Palomares; aunque no explosionó ninguna, los efectos de la contaminación radioactiva que éstas produjeron continúan creando alarma. La desinformación gubernamental hacia los ciudadanos desemboca en el recuerdo del baño que Manuel Fraga protagonizó en las costas “supuestamente” de Palomares.

Han sido varios los movimientos y campañas que a lo largo de la historia se han desarrollado en contra de la energía nuclear. En 1946 la declaración de la ONU a la eliminación nuclear, en 1955 la redacción del Manifiesto Russell-Einstein acerca de las consecuencias de una guerra nuclear, la Campaña por el Desarmamento Nuclear (CND) iniciada en 1957 en Reino Unido, el Movimiento Antinuclear (END) instaurado en los años 70, la declaración de ilegalidad del armamento nuclear de la Corte de Justicia Internacional en 1996 y, en 2007 la creación de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN). La primera conferencia de ésta tuvo lugar en Oslo y congregó a 127 estados. Actualmente, esta campaña cuenta con el apoyo de 424 socios en 95 países que realizan actividades de concienciación como las que se están llevando a cabo este año con los testimonios de los supervivientes de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.

Sin embargo, el juego nuclear continúa amenazando a los peones de una sociedad marcada por la agenda política internacional. Con la mitad de los 105 mil millones de dólares anuales que, según ICAN, se destinan al armamento nuclear, se podría cumplir con los objetivos del Milenio de la ONU, entre los que destaca la lucha contra el hambre. Por lo tanto, las armas nucleares impiden el desarrollo de la humanidad y no proporcionan seguridad. Además, el concepto de seguridad nuclear desemboca en el desarrollo y posesión de armamento nuclear por más países, entrando en una espiral perversa de destrucción mutua asegurada. Si lo que se pretende es la paz mundial, no debería existir ninguna duda ante la abolición total de las armas nucleares. Otro asunto es que se pretenda la paz mundial.

Se cumplen 70 años de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, que causaron 200.000 víctimas mortales, y todavía existen 17.000 cabezas nucleares en el mundo; el 95% en manos de Estados Unidos y Rusia. A pesar de la amenaza que supone para el planeta este tipo de armas, las potencias siguen argumentando la seguridad que les aportan ante una posible guerra.

Desde que en 1942 Estados Unidos desarrolló el primer artefacto nuclear dentro del proyecto Manhattan, el resto de países económicamente fuertes vio esta posibilidad como una vía de defensa territorial. Sin embargo, ante la alarma sobre las consecuencias de una guerra nuclear, en 1968 se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) con el objetivo de controlar el arsenal atómico y reducir el número de armas. Los primeros cinco países firmantes, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China, que además son los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, fueron denominados Estados Armados Nuclearmente. Junto a éstos, hay otros cuatro países con potencial nuclear en el mundo: India, Paquistán, Israel y Corea del Norte. Los tres primeros nunca firmaron el TNP y en el caso de Corea del Norte lo abandonó en 2003. Actualmente hay 190 signatarios -no es requisito la posesión de armas nucleares, sino el deseo de su desaparición-.