Una pareja de excursionistas discute a grito pelado con un grupo de ciclistas. Han tenido que saltar del estrecho camino por el que caminaban para no ser arrollados por tres bicis de montaña que bajaban a toda velocidad. A 300 metros de ahí, el conductor del pequeño autobús que conecta la montaña del Tibidabo con el resto de Barcelona ha decidido plantarse y suspender el servicio: hay tal cantidad de gente por la carretera que no puede circular. La escena ocurrió hace más de dos meses, pero los problemas de convivencia se repiten cada fin de semana en el parque natural de Collserola.
El confinamiento municipal ha sometido a los espacios al aire libre de Barcelona a una presión inédita hasta la fecha. La playa, los parques y también las plazas se han llenado como nunca ante la imposibilidad de escapar de la ciudad durante los fines de semana. En el parque de Collserola ha ocurrido algo similar, pero la principal diferencia con el resto de espacios es que el recinto está considerado una zona de especial conservación a nivel europeo tanto por la fauna del lugar como por la flora que se puede encontrar por sus rincones.
“La cosa se ha desmadrado de tal manera que el futuro del parque está en cuestión”, alerta Josep Moner, portavoz de la Plataforma Cívica para la Defensa de Collserola y antiguo miembro del Instituto de Sostenibilidad de la UPC. “Si seguimos abusando de esta manera, toda la vida natural y los ecosistemas del parque se irán al garete”.
Durante el confinamiento de la pasada primavera, los ciudadanos le dieron a Collserola una tregua muy valiosa. El recinto se regeneró como no lo había hecho nunca, pero unos pocos fines de semana fueron suficientes para perder todo lo ganado durante meses, explican desde el parque.
La situación ahora parece insostenible y alarma tanto a ecologistas como a las autoridades del parque. El pasado fin de semana, este periodista contó más de 600 ciclistas y un centenar de excursionistas en apenas diez minutos sentado en una de las carreteras de acceso al recinto. El equilibrio ya era frágil anteriormente, advierten las personas entrevistadas, pero desde que se prohibió salir del municipio la situación es preocupante e incluso se ha traducido en conflictos puntuales entre los visitantes.
Los desencuentros son variados. Por un lado hay roces entre automóviles, el transporte público y los ciclistas de la carretera, que ha obligado a suspender el servicio en cuatro ocasiones a lo largo de los últimos meses y ha llevado a TMB (la empresa que gestiona el transporte público en Barcelona) a asignar un vehículo que ejerce de avanzadilla del bús para que pueda circular.
También hay conflicto entre los ciclistas de montaña y los caminantes, por el uso que se hace de los centenares de estrechos torrentes repartidos por el parque y por la velocidad a la que circulan las bicis. Finalmente, los ecologistas están disgustados tanto con los mencionados ciclistas de montaña como con los que van a pie porque creen que al adentrarse por estos torrentes erosionan el hábitat natural del parque. Súmenle los ciudadanos que suben con su vehículo a los miradores a hacer botellón o a pasar la tarde. Los últimos fines de semana no ha sido extraño encontrar controles de la Guardia Urbana en los accesos al parque ante el aluvión de coches.
“Desde hace meses que esto parece un parque temático”, añade Moner. Un reciente estudio del Departamento de Biología Evolutiva de la Universidad de Barcelona (UB) apuntaba en una dirección similar: “La tendencia actual de deterioro de la calidad ambiental y de pérdida de biodiversidad de los ecosistemas es preocupante”, señala el informe.
“Collserola está más presionada que nunca”, apunta Josep Maria Mallarach, doctor en Biología Ambiental, miembro de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas y experto en planificación y gestión de espacios naturales. “Y esta presión se añade a unas tendencias que no eran buenas”. Antes de la pandemia, Collserola ya era el parque natural más concurrido de todo el país, con 5 millones de visitantes anuales. En 2020, según los datos oficiales publicados por El Periódico, han sido 6,5 millones los visitantes, un 30% más.
El parque, con más de 8.000 hectáreas, es un espacio natural protegido en medio de una de las áreas urbanas más densas de Europa. En Collserola hay tantos intereses contrapuestos –ecologistas, cazadores, ciclistas...– como administraciones responsables de ordenar su uso. Hasta nueve Ayuntamientos distintos tienen competencias en el recinto, gestionado por un Consorcio del que también forman parte la Generalitat, la Diputación de Barcelona y el Área Metropolitana de Barcelona.
Existe una regulación aprobada por el Consorcio en 2016 que regula el uso de los ciclistas, pero solo cuatro de los Ayuntamientos implicados –Sant Cugat del Vallès, Molins de Rei, Sant Just Desvern y Esplugues de Llobregat– han aprobado ordenanzas que incluyan sanciones para quienes incumplan las normas. El resultado es que en el parque no se pone ni una multa porque los guardias forestales no tienen capacidad para ponerlas. “Los Ayuntamientos se desentienden de lo que ocurre aquí dentro”, señalaba este viernes un trabajador del parque. “Estamos atados de manos”.
El Consorcio no ha respondido a las peticiones de comentario de este periódico, pero sus dirigentes también son conscientes de los problemas de “hiperfrecuentación” que tiene Collserola. Tanto por lo que supone para el hábitat natural como por los problemas de convivencia. “La problemática de inseguridad viaria a causa del número de ciclistas ha ido en aumento los últimos años”, admitía recientemente por escrito el director gerente del Consorcio, Marià Martí, a una vecina de la zona que escribió para quejarse. “El trabajo que hemos hecho no ha sido suficiente para resolver los problemas”, zanjaba.
Tanto con un confinamiento municipal como sin restricciones, en lo que coinciden la mayoría de actores es en la necesidad de regular de una vez lo que se puede hacer en el parque e instaurar un marco sancionador para quien incumpla la normativa. “Un parque natural no puede estar abierto 24 horas”, explica Mallarach, el doctor en Biología Ambiental. “A nadie le gusta poner restricciones, pero si se quiere salvaguardar este patrimonio hay que limitar su uso”.
El Área Metropolitana de Barcelona ya aprobó en verano el nuevo plan de preservación del parque, que más allá de las sanciones también apuesta por reducir la presión humana en los torrentes de dentro del bosque. Pero sin la rúbrica del Departamento de Territorio, el plan no puede entrar en vigor. Este periódico ha preguntado a la conselleria por este aspecto. También por el hecho de que, de los 25 millones que se comprometió a invertir la Generalitat en el parque desde 2010, se haya invertido apenas un 10% de esa cantidad. Desde el departamento liderado por Damià Calvet, sin embargo, no habían respondido a las preguntas remitidas por elDiario.es en el momento de cerrar este artículo.
Quien sí está dispuesto a librar la batalla contra el nuevo plan de protección es el colectivo ciclista, que se ha aglutinado alrededor de la entidad Collserola Sport Respecte Ciclisme (CSRC) y cuenta con el apoyo de la Asociación de Marcas y Bicicletas de España. Esta asociación defiende que el paso de las bicis por los torrentes no erosiona el territorio y reivindica que la bicicleta de montaña es uno de los deportes más practicados en España. “Quieren prohibir que la gente pueda hacer cualquier deporte en el parque”, señala Xavier Serret, vicepresidente de la entidad, que ha anunciado que una vez se apruebe el plan de protección lo recurrirán. “Intentar limitar el acceso al espacio natural ahora mismo sería contraproducente”.
Los ciclistas quieren que se establezcan ciertas normas para poder practicar el mountain bike en el parque y algunos de los torrentes. Reconocen, a su vez, que últimamente hay problemas de convivencia con los excursionistas. “Lo que tenemos en Collserola es un problema social”, admite Serret. “Lo lamentable es que está maquillado con un problema ecológico inexistente”.
A falta de pocos días para que se permita a los ciudadanos salir de su ciudad y desplazarse de nuevo por toda la comarca, vecinos y ecologistas aguardan esperanzados a que la afluencia a Collserola empiece a reducirse. “La gente tiene que entender que esto no es como el Central Park de Nueva York o el parque de la Ciutadella”, concluye Moner, de la Plataforma Cívica para la Defensa de Collserola. “Está bien que la gente haya descubierto lo que tienen al lado de casa, pero si no se cuida luego nos arrepentiremos”.