José Mansilla: “La etiqueta de 'turismofobia' es una estrategia de criminalización de los movimientos sociales”
José Mansilla (Sevilla, 1974) es antropólogo urbano y miembro del Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà (OACU). Además, ejerce como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales y Comunicación de la Escuela Universitaria de Turismo Ostelea. Especializado en movimientos sociales y en la influencia del turismo en el tejido social de las ciudades, ha colaborado con medios como eldiario.es, El País, El Salto o El Confidencial.
Este verano la “crisis de seguridad” de Barcelona ha colmado las portadas. ¿Qué efectos puede tener un discurso alarmista en las políticas municipales?
La seguridad en la ciudad tiene muchas aristas y es muy fácil soltar afirmaciones muy contundentes o dar respuestas muy sencillas a una cuestión que no lo es. Desde la campaña preelectoral para las municipales se empezó a notar un discurso fundamentado en el tema de la seguridad. Esto se ha visto relativamente confirmado en las estadísticas del Ayuntamiento, en que ya aparecía la inseguridad como principal preocupación de los barceloneses. Las políticas municipales responden a las demandas municipales, y ya sabemos que en política los contratos duran 4 años, así que se implementan soluciones rápidas que tienden a paliar no el problema estructural, sino la sensación de inseguridad.
¿Y cuál es el problema estructural de estos hechos?
Barcelona es una ciudad que recibe muchos visitantes y mueve mucho dinero y esto puede dar pie a distintos tipos de criminalidad. Si incrementas la presencia policial disminuye la sensación de inseguridad, pero no estamos atacando el problema clave. El tema de los narcopisos lo evidencia: la presencia policial evitó que se llevaran a cabo ese tipo de acciones en el Raval, pero lo que ha provocado ha sido trasladar ese problema al extrarradio, al distrito de Sant Martí. La causa estructural sigue existiendo, simplemente la hemos movido de sitio.
Las problemáticas con los menores tutelados o con los manteros han tenido mucho protagonismo mediático este verano. ¿En Barcelona hay riesgo de que el conflicto con tintes racistas escale?
Si continuamos estigmatizando a porcentajes de la población, sí, claramente. Cuando lanzamos ese tipo de mensajes desposeemos de las características humanas básicas a sectores concretos de la sociedad. Estamos diciendo que esta gente no es igual a nosotros, que están generando un problema que altera nuestra realidad de ciudad. Esto puede dar lugar a que haya gente que, en un momento determinado, se tome ese mensaje al pie de la letra y cause un problema verdadero.
¿Hay alguna razón, más allá de la escasez informativa, por la que este tipo de conflictos se avivan en verano?
No. La sensación de seguridad está relacionada con la realidad, pero también con el mensaje que se está sembrando desde hace meses en la opinión pública. En verano somos una ciudad que recibe millones de visitantes y que vive en gran parte de ello, es lógico que si tienen que ocurrir incidencias ocurran ahora. La respuesta policial es parte de la solución, pero su efectividad es la que es. El país que tiene las leyes más duras del mundo en temas de seguridad es Estados Unidos, que tiene la mayor población carcelaria del mundo y no por ello se ve libre de los problemas.
Compartía hace poco un estudio que afirmaba que la presencia de Airbnb había subido los precios de alquiler y mercado de las viviendas en Barcelona. Esta situación también ocurre en otras grandes ciudades europeas. ¿Existen herramientas locales para poner freno a este fenómeno?un estudio
No, es muy complicado. La Unión Europea es una espacio de libre circulación de mercancías, de capital y, en teoría, de personas, pero las administraciones locales tienen unas competencias muy limitadas. Este tipo de fenómenos se tienen que controlar al mismo nivel que se producen, y poner limitaciones a nivel de ciudad genera un efecto centrifugador que dispersa el problema alrededor. El PEUAT [Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos] ha demostrado los límites de este tipo de acciones: cuando se intenta poner control a los hoteles del centro, estos empiezan a abrir en la periferia. Ante estas situaciones necesitamos que se dote a los Ayuntamientos de mayor capacidad de acción.
¿Qué efectos, desde el punto de vista antropológico, genera el turismo en la ciudad?
Desde la antropología se considera el ámbito urbano como un todo, y ahí vislumbramos todo tipo de efectos: pérdida de identidad, disolución de las redes sociales vecinales, problemas en el mantenimiento mínimo de estabilidad… Se crea una paradoja: la gente que visita Barcelona no solamente viene por la Sagrada Familia o el Museo del Barça, sino que también quiere conocer la vida de la ciudad. Sin embargo, el entramado productivo que se beneficia de la llegada de estos turistas homogeneiza la identidad de la ciudad y sus barrios. El turismo en condiciones masivas acaba por disolver su principal referencia.
Ante el auge de los pisos turísticos, ¿cómo cambia la relación entre vecinos?
Pasa de ser una presencia relativamente estable de gente que teje redes vecinales, que muchas veces son lo que permite soportar la precariedad cotidiana, a ser sustituidos por gente que va rotando continuamente. Es muy interesante, en este aspecto, el valor que tuvieron la crisis y el 15-M para resignificar el plano de lo cotidiano y local, el barrio, como un elemento importante en el cual resistir los embates de la precariedad.
¿Existe una turismofobia por parte de la población local?
La turismofobia es una estrategia de criminalización de movimientos sociales que actúan ante esta pérdida de redes sociales y de vida urbana que conlleva el exceso de turismo en la ciudad. No creo que la turismofobia sea otra cosa más allá de una etiqueta que se coloca sobre movimientos sociales que responden a la transformación de su vida cotidiana.
En un artículo en El Salto hablaba sobre la turistificación del Turó de la Rovira de Barcelona, un espacio que alberga unos búnkeres de la Guerra Civil y que se ha convertido en un espacio turístico. ¿Qué consecuencias se vislumbran de estos procesos de turistificación de espacios de memoria histórica?artículo en El Salto
Cuando se patrimonializa un espacio, se congela en el tiempo. En el caso del Turó de la Rovira, esa construcción de un significado no se puede separar del hecho de haberlo transformado en un referente turístico para la ciudad, con la famosa visión 360º. El resultado es más que evidente: se ha convertido en uno de los lugares más visitados de Barcelona y han surgido movimientos vecinales en su contra. No estoy totalmente en contra de que se ponga en valor determinados espacios, pero cuando no se controlan otros factores, pasa lo que pasa.
¿La patrimonialización de los espacios debilita su función de memoria histórica?
Entiendo que estos procesos ayudan a dar a conocer estos espacios a gente más joven que ignora su significado, y es necesario. Pero en una ciudad como Barcelona, que vive una exposición constante de turistas a nivel global, sabes que te vas a encontrar con ello. Lo podemos ver también en el Espai de la Memoria que quieren construir en la antigua Cárcel Modelo: por muy vinculado que esté a lo que pasó en el interior de esa prisión, probablemente termine convirtiéndose en otro punto turístico de referencia, porque la ciudad vive de eso. Es muy difícil que resignificar espacios en un contexto global como el que vive Barcelona no los convierta en nuevos puntos turísticos.
Iniciativas como el distrito digital del 22@ en Barcelona buscan modificar las funciones de determinadas zonas de las ciudades. ¿Qué efectos tienen estos modelos en la vida de las personas de esos barrios?
El caso del 22@ ha sido un claro fracaso: estamos en 2019 y todavía no se ha ocupado todo el espacio previsto. Este proceso es interesante porque confirma que las ciudades tienen unas capacidades muy reducidas para determinar qué tipo de actividad se asienta en su territorio. Los ayuntamientos han pasado de ser gestores de los servicios públicos a agentes que fomentan la actividad económica. Esto es lo que es el 22@, un intento de fomentar un sector económico que en ese momento se veía muy interesante sustentado en una base inmobiliaria muy potente. ¿Cómo afecta eso a los barrios de la zona? Con una transformación del tejido social. Se ha producido un efecto de sustitución socioespacial y cambios en las características del propio barrio.
Medidas como Madrid Central o las Superilles de Barcelona, que limitan la presencia de coches para mitigar la contaminación, han generado mucha controversia. ¿Dónde nace el conflicto?
Cualquier intervención en el medio urbano es conflictiva, siempre. No hay una intervención neutra. La ciudad es un espacio de conflictos por definición. El tema de las Superilles muestra la contradicción que puede generar el hecho de intervenir en un contexto muy concreto sin tener excesivamente en cuenta la opinión del contexto más cercano. Además, este tipo de acciones tienen normalmente una visión más 'arquitecturarizada' que social, como es pensar que por el mero hecho de que tú liberes un espacio en la ciudad este se vaya a llenar de vida. Son las personas las que crean el espacio, no el espacio el que determina qué tipo de actividades se van a llevar a cabo. Por ejemplo, cuando se diseña el MACBA y se deja delante una gran explanada, nunca se pensó que se iba a llenar de skaters.
Las nuevas maneras de desplazarse por la ciudad, como los patinetes eléctricos, han modificado los hábitos de movilidad de los ciudadanos. ¿Cómo afectan estas nuevas tendencias a la convivencia?
Si sirven para evitar que la ciudad sea el espacio del vehículo privado, bienvenido. Lo que pasa es que los estudios demuestran que estos nuevos transportes han sustituido los trayectos cortos a pie, bicicleta o en transporte público. A eso hay que sumarle las empresas privadas de alquiler de patinetes a través de aplicaciones, que se aprovechan del entramado urbano que ya existe para conseguir beneficios de una manera que acaba por afectar al propio desarrollo de la vida de la ciudad, porque son usados principalmente por visitantes temporales y se aparcan en cualquier sitio sin control. Estas empresas, además, conllevan un modelo de precarización muy potente, es el caso de los juicers, que se encargan de recargar por las noches estos patinetes por unos sueldos míseros.