Institución y ciudadanía manejan tempos distintos en un tema tan delicado en Barcelona como es el turismo. Mientras que el Ayuntamiento lleva un año aprobando y trabajando en nuevas normativas, los vecinos de los barrios más saturados de visitantes ven que tendrán que soportar otro verano bajo los efectos de la masificación turística. El último ejemplo está en el Poblenou, un barrio periférico de la ciudad que se ha convertido en un nuevo polo de atracción de visitantes. Los problemas son similares a los de otros barrios turísticos: pisos turísticos ilegales (y subida de precios de los alquileres residenciales), proliferación de hoteles, espacio público dedicado cada vez más en exclusiva a usos turísticos... Varios vecinos del barrio se han organizado bajo la plataforma 'Ens Plantem' [Nos Plantamos] para ir más allá de la crítica turística e interpelar tanto al resto del barrio como a agentes económicos y políticos: ¿Quién decide el futuro del Poblenou? ¿Los vecinos, las administraciones o los empresarios?
La cacerolada que los vecinos celebraron este martes en la Rambla del Poblenou es una foto fija de sus denuncias. Mientras ellos protestan haciendo sonar los silbatos y denunciando la masificación, se cruzan con grupos de jóvenes turistas que suben de la playa con ganas de juerga. Además, familias de visitantes los miran desde las terrazas que pueblan la Rambla. Les cobrarán una factura que supone un lujo para un bolsillo precario que viva permanente en el Poblenou.
Pero hay más: un manifestante explica que a un vecino de su calle le han subido de un plumazo 250 euros el alquiler cuando ha querido renovar su contrato. “O lo tomas o lo dejas y meto un piso turístico”, asegura que le ha dicho su casero. Una ojeada a Airbnb permite comprobar como en el Poblenou, como en otros barrios, a un propietario le resulta mucho más rentable alquilar un piso a turistas que a barceloneses: el alquiler de un piso de dos dormitorios a dos minutos de la Rambla del Poblenou durante los primeros siete días de agosto asciende a 1.015 euros. Además, están las viviendas turísticas ilegales.
El Poblenou, pese a no estar en el centro de la ciudad ni tener grandes monumentos turísticos, está bien conectado gracias al metro y dispone de salida al mar. “Poblenou son tres o cuatro calles que se vertebran alrededor de la Rambla. La Villa Olímpica o el frente marítimo de Diagonal Mar están cerca pero ya son otro mundo”, explica el antropólogo José Mansilla.
Precisamente la Rambla es el principal atractivo para los turistas –“es la única rambla de Barcelona que llega directamente a la playa”, recuerda Mansilla– y a la vez el núcleo de vida para los vecinos del barrio. En este sentido, los vecinos alertan de que el paseo se está transformando en un conjunto de actividades económicas y usos del espacio público dirigidos a los turistas en vez de a los residentes.
Además, los vecinos consideran que la situación puede ir a peor con el Plan de Alojamientos Turísticos (PEUAT) aprobado por el gobierno municipal y que se encuentra actualmente en fase de alegaciones. Para empezar, seis proyectos sortearon la moratoria que Colau decretó hace un año –aunque los vecinos creen que puede haber más.
Además, el PEUAT no contempla al Poblenou como un área de decrecimiento, es decir, que cuando cierre un hotel no pueda abrir otro. El barrio tiene partes en las que si se cierra un hotel se puede construir otro con el mismo número de plazas y en zonas cercanas como el 22@ se estima que se crearán 3.200 plazas nuevas.
Al alejarse de la Rambla del Poblenou e ir hacia el 22@ –el supuesto distrito tecnológico de Barcelona– o la zona cercana al metro de Marina, hay varios solares vacíos y edificios enteros y antiguos en venta. “Se quería transformar la zona en una 'Barcelona, ciudad de congresos' moderna, pero al final estamos en lo de siempre: hacer negocio inmobiliario y con el suelo”, destaca Mansilla.
“El año pasado ya se empezaba a notar, pero este verano lo de los turistas es horroroso”, sentencia una jubilada desde un banco de la Rambla del Poblenou tras alentar a los vecinos que se manifiestan en cacerolada. En la terraza de enfrente, un turista se termina la quinta cerveza y pide la cuenta.