“Lo compro, lo vendo, barato. Sobrevivir no es delito, esto es el Sindicato. Ni pego ni mato, hay personas tras la manta, esto es el Sindicato”. El pasado mes de agosto, el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes sorprendía colgando un rap sobre el colectivo en redes. Poco se sabía sobre sus responsables. Mucho menos se imaginaba que, uno de ellos, era mantero, vocero de la comunidad pakistaní y que, sus letras, las había escrito entre bancos de Montjuic. Mientras dormía en la calle.
La canción El Sindicato vio la luz bajo su nombre artístico, Zahoor Mahndi. Pasó inadvertido, camuflado todavía más entre otros alias como Yahya, Malamara o Daouda. A diferencia del resto de sus compañeros de cartel, Zahoor, no es ningún mote. Es un recuerdo profundo de su Pakistán natal: su madre le quería poner ese nombre, que significa “luz de profeta”. Finalmente se decantó por Antonio, pues por casualidad fue hijo de Linares. Antonio, Zahoor Mahndi, trabaja ahora mismo en más canciones.
Aparece de entre la multitud cabizbajo. Con actitud rapera. Mirando más al suelo que al frente, con las manos en los bolsillos y un auricular botando en el pecho con cada zancada. Antonio Farman Maqbool, confiesa tímido que al principio no quería cantar, aunque los suyos sabían que andaba rimando. Hasta que llegó la canción del sindicato. Gustó a la gente. Y decidió hacer público el catálogo de versos que había ido recopilando estos años de bancos duros como la piedra para dormir. Y de venta.
Las canciones las escribió, comenta, sobretodo cuando estaba en la calle. Cuando dormía en la calle. Tenía mucho tiempo. “El rap para mí es como hablar, si le das un poco de velocidad, ya lo tienes”, dice sobre el porqué de acogerse a un género que, por orígenes le pilla algo lejano.
Cuando habla tiene una cierta rítmica, al parecer, natural. Pero lo cierto es que un descubrimiento años atrás le cambió su modo de ver la música: Antonio es muy fan de Bohemia, también de Pakistán. “Y quién no lo es”, se sorprende cuando habla del primer rapero que rima en penyabi del mundo. “Él también tuvo malos tiempos. Ahora es el rey; él empezó el penyabi rap. Cada verso también es un homenaje a él”.
Antonio vive ahora en Sant Antoni, después de deambular desde hace un par de años por Barcelona. Aunque su periplo por la capital catalana es reciente, acumula más de diez años en España, sobretodo en el sur. Sus padres son de origen pakistaní pero él nació en Linares. De ahí su nombre, claro. “Querían que fuera un poco español, el niño”, recuerda. Fuera como fuere, el hecho de nacer en España, no le dotó de demasiados privilegios... “Sigo siendo extranjero porque con pocos años me fui a mi país. Luego cuando volví aquí, la verdad, fue como empezar de cero”.
Antonio vino a Barcelona porqué un amigo le llamó para “un trabajillo”. Al llegar aquí... Ni el amigo ni el trabajo le convencieron. “Me di cuenta que ese trabajo no era para mí. Era algo mafioso. Me quedé por primera vez sin nada”, comenta años después en la terraza de Tres Tombs. Fue en 2014. La promesa de un futuro mejor, la migración en la búsqueda eterna de ese futuro mejor... La decepción fue tan grande que en aquel momento no tuvo valor para volver atrás, se sentía engañado. Prefirió vagar por las calles de Barcelona, pese a tener familia y amigos en Andalucía.
Ahora está a punto de conseguir un trabajo, gracias a un curso de limpia-cristales con maquinaria industrial. Ha terminado las prácticas después de un mes y, a finales de enero, empezará el trabajo. “Un amigo me informó de los cursos. Él sabe como soy, cómo me gusta trabajar y buscarme la vida”. El curso de Antonio lo pagaba La Caixa. De 40 personas han elegido a 14; entre ellos, Antonio.
“Ahora tengo un título, un certificado, y más oportunidades... Pero yo salgo de la manta, y no me olvido del pasado. Seguiré con ellos en todo”, destaca Antonio, casi atropellándose, cuando habla de sus “compas”. Antonio se implicó des del principio en la lucha mantera, en el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes. Más concretamente, Antonio es uno de los rostros visibles en el sindicato de una de las voces más cuantiosas pero menos mediáticas del colectivo: la comunidad pakistaní.
Lo cierto es que entre 30 y 40 personas –explican fuentes del colectivo a este medio– de dicha comunidad se cuentan entre los vendedores. Antonio sería algo así como su portavoz. “Si de alguna manera se puede ayudar a alguien, estoy dispuesto. Siempre estaré ayudando hasta que mis compañeros tengan su sitio, su trabajo”, dice el todavía vendedor ambulante. Por poco tiempo.
Si bien la comunidad senegalesa se encarga más de ropa y deportivas, Antonio se ha dedicado, desde que trabaja la manta, al “palo selfie” . Como la mayoría de sus compañeros de Pakistán. Antonio se quedó con el selfie, recuerda, porque no ocupa sitio y supone poco gasto. Además de poco peso. “Levantarlo es más fácil y rápido... Además a la gente le gusta”, ríe, hablando del palo selfie casi como de un servicio.
Para Antonio, pese al refugio que supone por cuestiones culturales o de idioma el pertenecer a una comunidad u otra, los problemas son compartidos entre los miembros del colectivo. Tal y como relata, enfurecido, a él también le han quitado dinero o género, sin ton ni son. “Me han dejado pelado, muerto de hambre”. De la misma forma, refleja –agrio– una sensación compartida fruto de la presión policial: “Muchas veces he pensado en dejar de ser legal, de comprar género y venderlo [lo hace en la calle Hospital o en Sant Pau], para dedicarme a negocios más turbios. Lo he pensado, pero al final, no. Soy bueno y no quiero mancharme con eso”, zanja.
–¿Qué tienes aquí? –pregunta el policía.
–Palo selfie, jefe –responde Antonio.
–A ver...
–Pero voy a casa... ¿Aquí también me los vas a quitar? –para Antonio la escena es un bucle infinito. El día de la marmota en la calle. Tanto es así que reproduce el diálogo, calcado, y señala diferentes calles de Ciutat Vella donde ha vivido la situación.
Antonio es muy crítico con la policía de la ciudad, con cierta policía, a la que culpa de una presión que no cesa –los últimos días focalizada en plaza de Catalunya y alrededores– e incluso de malmeter entre las comunidades. “La policía me ha ofrecido muchas veces que sea su topo”. Según comenta, el trato que le ofrecieron era que podría vender si a cambio les informaba. Eran agentes de paisano, recuerda.
También critica el poco control que existe en las confiscaciones: “El policía que me quita a mi y se lo da a los suyos, o se lo queda para su disfrute... ¿No es ladrón? Yo no tengo estudios, pero sí cabeza y estas cosas no pueden pasar”, lamenta.
“Llevo años escribiendo canciones, pero antes no lo sabía nadie”, confiesa Antonio, a quien siempre le ha gustado cantar y escribir. Pese a que habla penyabi, hurdú, hindi, inglés, alemán y castellano, en general tan sólo escribe en la lengua de sus padres. Pero está empezando a trabajar un penyabi-castellano, que relacione las dos culturas, para mostrar otra cara de su país.
“Vengo del Pakistán. Donde hay cosas buenas. No sólo bang bang”, rima, agitando el brazo, mientras mueve de izquierda a derecha la cabeza con una caída sutil.
En sus rimas no sólo quiere reflejar el dolor de la comunidad mantera o acercar la cultura de su país a los demás, Antonio también se ve obligado a inocular mensajes de esperanza y luz. “Hace meses estaba en la calle. Dormía allí. En un banco. He estado muy mal. Sigo yendo a los sitios donde dormí, para no olvidar”.
Antonio no sólo rima. También mezcla música: electrónica de Asia. Un colega suyo tiene un ordenador y esa es su base de operaciones. Aunque, como él reconoce, hace falta mucho menos para hacer música.
Él la hace sobretodo con su móvil, que no duda en sacar para mostrar algunas de sus creaciones. Asegura que cuando debute no sólo lo hará en base a sus rimas y a su música, también quiere mostrar el baile de su país de origen, por ejemplo. “Sí, también bailo. Tenía una escuela de música en Logroño durante un tiempo, pero no tuve suerte. Aquello no fue bien, sino no sé cuanta gente tendría aprendiendo”, dice. Antonio baila una mezcla entre breakdance –de la cultura hip hop– y bollywood dance, estilo con mucho tirón en la India o Pakistán. Antonio vaticina que en dos meses lo tendrá todo preparado. “Ya que me voy a poner, que salga algo grande”.